Fundado en 1910

27 de abril de 2024

INSTITUTO DE ESTUDIOS DE LA DEMOCRACIAGracián

Camino de servidumbre

El desastre fratricida de nuestras guerras europeas del siglo XX se salda con una Europa unida bajo criterios y fondos norteamericanos en un proceso gestionado por la International Organizations Division, un departamento de la CIA

Actualizada 11:08

A poco de comenzar la fase más reciente de la guerra en Ucrania, Javier Solana, sin duda uno de los europeos mejor informados sobre la cuestión de la ampliación de la OTAN al este, dio una conferencia en Madrid bajo los auspicios de la Institución Libre de Enseñanza. La conferencia tuvo lugar el 7 de marzo de 2022 y transcurrió con la sencillez y maestría habituales en el Sr. Solana. Durante el turno de preguntas, para sorpresa del público, aclaró que las sanciones a Rusia –financiación de la guerra aparte–, costarían a los ciudadanos europeos mucho más que a los rusos. Como tres veces más. Dos años después vemos que las más de doce rondas de sanciones no han cumplido su objetivo de debilitar a Rusia. También vemos que la Unión Europea es la gran perdedora económica y estratégica y que la mayor parte del mundo no nos apoya. Además, Ucrania ha sufrido una enorme mortandad de jóvenes lanzados en sucesivas y pertinaces oleadas contra las tres líneas defensivas rusas.
Tras dos años de guerra abierta no se vislumbra que los EE.UU. se decidan a iniciar conversaciones de paz en un año electoral ni parece que Rusia –que gana cada día algo en el campo de batalla– se vea a sí misma en el trance de pedirlo. A su vez sabemos que el Gobierno ruso tiene, en esta materia, el apoyo de más del 80 por ciento de su población. Algo inimaginable para nuestros gobernantes. Pero quizás el principal obstáculo sea que Rusia hace mucho tiempo que ya no confía en Occidente y dirige sus relaciones estratégicas hacia el resto del mundo. Ha visto rotas las bien documentadas promesas de contención de la OTAN hacia el este; recuerda la frase fatídica de Bush padre «we prevailed», «hemos ganado y tendrán que aceptarlo», y ha visto la caída de Yanukovich en 2014 que mostró a Victoria Nuland –subsecretaria de Estado de los EE.UU.– organizando sobre el terreno el nuevo Gobierno de Kiev. Para remacharlo hace poco que la Sra. Merkel explicó que las fallidas negociaciones de Minsk fueron un ardid para ganar tiempo y seguir armando al ejército de Ucrania mientras Kiev bombardeaba civiles en el Donetsk y los muertos eran ignorados por nuestra prensa.
En esta situación, que ya era complicada antes de la actual guerra en Israel contra Hamas, acaba de anunciarse el retiro de la Sra. Nuland de sus altas funciones en el Departamento de Estado –a efectos prácticos fue durante muchos años la segunda autoridad en estas cuestiones. Un acontecimiento cuya evolución es difícil de pronosticar desde la belicosa retórica del presidente Biden en su último discurso sobre el estado de la Unión.
Es difícil olvidar que hace ahora dos años, a finales de marzo de 2022, Ucrania y Rusia llegaron a un acuerdo de paz en Turquía que fue vetado por Boris Johnson y el presidente Biden y que ambos dieron garantías de su apoyo a Kiev hasta la derrota de Rusia. El ya frecuente «lo que haga falta» que pagamos todos: los hombres de Ucrania con sus vidas, la diáspora de millones de sus familias y los ciudadanos europeos viviendo un empobrecimiento acelerado sin que podamos excluir hostilidades en el territorio de la UE por la entrada abierta de nuestras tropas en Ucrania.
Por todo ello es difícil entender las decisiones que, en este y otros temas, viene tomando la Unión Europea desde hace décadas para, consistentemente, terminar favoreciendo los diseños de Norteamérica a costa de nuestros intereses. En este contexto, el primer ministro de Alemania y el Presidente de la República Francesa han estado en titulares y en las redes por dos cosas:
La primera, por sus pronunciamientos a favor o en contra de enviar a Ucrania tropas y misiles de largo alcance que exigen que militares de ambos países se encuentren en el escenario de la guerra para su programación y lanzamiento.
La segunda, que Olaf Scholz –siguiendo la estela del primer ministro canadiense, Justin Trudeau, durante la huelga de sus camioneros–, acaba de anunciar que perseguirá administrativamente –fuera del sistema judicial– la libertad de expresión de lo que su coalición llama «extrema derecha». Como de costumbre, la actual izquierda europea olvida la existencia de una poderosa «extrema izquierda» gobernante en países como el nuestro.
Lo mismo acaba de hacer Emmanuel Macron en la Asamblea Francesa el pasado 14 de Febrero contra «quienes en el futuro se opongan a normas gubernamentales» sobre cuestiones médicas (vacunaciones entre ellas).
La ciudadanía contempla con preocupación y asombro cómo actúan gobiernos tan importantes, y la propia la Comisión, para terminar haciendo lo que conviene a Washington. Es extensa la desazón ciudadana a pesar de lo mal informados que hemos estado sobre las causas y la marcha de esta guerra así como sobre la constante degradación de las libertades de las que alardeamos ante el resto del mundo. A pesar de todo, como en su día advirtió el Sr. Borrell, el relato que prevalece no es el que, por decirlo en lenguaje OTAN, deseaban los «gestores de nuestro espacio cognitivo».
Desde febrero de 2022 los ciudadanos de la UE no tenemos acceso a medios televisivos públicos rusos. Lo cual, francamente, no sería un gran problema. Simplemente nos censuran. Pero la cuestión es que el resto del mundo sí tiene dicho acceso y cada día que pasa se hace más evidente que están más cerca de la realidad que nosotros. Esto sí que es grave. La consecuencia es que cada vez es menos creíble el mantra de «nuestras libertades» hoy evanescentes. El resultado es la pérdida de credibilidad de nuestras instituciones. Hemos olvidado que la credibilidad se gana gota a gota y se pierde a chorros.
Es quizás tiempo de recordar que la Unión Europea fue en su ya lejano día una creación de los EE.UU. Nuestra historia reciente arranca en 1948, con la creación del American Committee on United Europe supervisado por el National Security Council o NSC. Aquel embrión de la actual UE fue creado y dirigido desde los servicios de inteligencia norteamericanos que lanzan tres organizaciones: el European Movement, el grupo Bilderberg y el Action Committee para unos Estados Unidos de Europa. Desde dicho comité se pone en marcha la CECA –carbón, acero– con objetivos que supervisaban los EE.UU. y que, por no alargarnos, se centraban en construir una izquierda no soviética –partidos, sindicatos y cultura– que pudiera gestionar un «estado asistencial» –traducción correcta de welfare state– que sirviese de barrera a la Unión Soviética.
La bien documentada historia viene a decirnos que el desastre fratricida de nuestras guerras europeas del siglo XX se salda con una Europa unida bajo criterios y fondos norteamericanos en un proceso gestionado por la International Organizations Division, un departamento de la CIA. De aquello hace tres cuartos de siglo y no podemos dejar de tenerlo en cuenta al evaluar la gestión de nuestros intereses por las instituciones de la actual Unión Europea.
Cuando al observar la paulatina y constante «cancelación» de nuestras raíces y valores históricos, el declive económico, la pérdida de liderazgo tecnológico y los perjudiciales efectos de no pocas decisiones y leyes europeas, la historia nos ayuda a entender por qué nosotros, los ciudadanos europeos, no somos su principal prioridad y a buscar el necesario golpe de timón. Nos va mucho en ello.
  • Gracián
Comentarios
tracking