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16 de junio de 2024

VertebralMariona Gumpert

Orgullo nacional

Y ojalá la beligerancia que muestra hacia el patriotismo español la empleara también contra los mencionados nacionalismos periféricos

Actualizada 01:30

Hace unos días descubrí un vídeo de Carlos Bardem departiendo acerca del nacionalismo. Ah, sí, discúlpenme, ¿Cómo narices van a saber quién es este señor? Se lo aclaro, es el hermanísimo de Javier Ídem. El Bardem conocido en su casa a la hora de comer defendía que resulta absurdo sentirse orgulloso de tu país: naciste en él por casualidad, podría haberte tocado cualquier otro. Quizá aquí puedo encontrar un punto de encuentro con él: somos cuerpo y alma. Don Carlos parece pensar que a su alma incorpórea la arrojó un gran pedo galáctico hacia la Tierra y tuvo la suerte de caer en el vientre de su madre y no en un escarabajo pelotero, esos que van cargando excrementos para alimentar a sus crías.

Si no se siente orgulloso, siquiera agradecido, de aterrizar donde lo hizo, habríamos de preguntarle qué opina de las carreras cinematográficas de su madre, su hermano y su cuñada. Está claro que estas tres personas habrán tenido y tienen sus más y sus menos, como los tenemos todos, pero eso no quita para que Don Carlos pueda sentirse feliz al pensar en lo que han logrado: supone esfuerzo, capacidad de trabajo, tenacidad y talento. Éste es un orgullo sano que yo siento también hacia los míos (ascendientes y descendientes). Y es sano en la medida en que aquí el orgullo no se queda –o no debería– en brindar por los éxitos, sino en que nos puede servir de inspiración. Y, evidentemente, este orgullo nace también en muy buena parte de haber brindado apoyo cuando las cosas vinieron mal dadas. Esto añade más racionalidad, si cabe, a aquello por lo que sentirnos orgullosos. Por supuesto, esto no implica pensar que el resto de las familias son peores que la mía, ¿de dónde saca esta gente esas falsas dicotomías absurdas?

Pregunta clave, ¿qué tiene de malo extender este tipo de sentimiento hacia la patria? España fue un ejemplo durante la Transición: ¿olvidamos que el orgullo radica en que los españoles lograron una difícil reconciliación nacional tras una guerra civil y una dictadura? Quizá el problema consiste en no tener muy claro qué significa sentirse orgulloso de algo o de alguien. El caso es que Bardem, para justificar sus ideas –en lugar de construir cimientos sólidos a sus argumentos– se dedica a reducir a hombres de paja los de quienes no piensan como él, con explicaciones torticeras, además. Del mestizaje propio de la Hispanidad lo único que tiene que decir –¡y es licenciado en Historia!– es que fue por interés te quiero, Andrés: los ingleses no hicieron lo propio en el resto de Norteamérica porque los indios de allá eran muy poquitos y no hacía falta mezclarse con ellos (me imagino a Don Carlos añadiendo mentalmente: con lo fácil que resultaba darles matarile) Por lo visto Bardem estaba de manifa el semestre en que explicaron la colonización británica en lugares tan despoblados como la India.

En todo caso, no querría seguir con la crítica al señor Don Carlos, nadie es perfecto. Además, ser historiador le permite poner en contexto cada situación, encontrar el matiz. Hace un par de años –en mitad de su perorata sobre lo despreciable que es el orgullo nacional– le preguntaron sobre los nacionalismos periféricos. Su respuesta: «Es la opción que ha votado este país. Las opciones no son las que tú quieres. Aquí hay que formar un gobierno con los votos que han arrojado las elecciones.» Ojalá el mismo espíritu democrático cuando gobiernen quienes aborrece. Y ojalá la beligerancia que muestra hacia el patriotismo español la empleara también contra los mencionados nacionalismos periféricos, aunque sólo sea por esos pequeños detalles sin importancia como lo son el «pasado» terrorista, los golpes de Estado y el supremacismo subyacente. En fin, se acerca junio, el mes del orgullo gay. Imagino que no veremos por ahí a Don Carlos: al igual que nadie elige el país donde nace, tampoco escoge su orientación sexual. Digo yo.

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