La primavera siria
Han llegado para imponer la sharía, con todo lo que ello implica. Podrán ser pragmáticos durante un tiempo, pero el objetivo último será siempre el califato y la desaparición de Israel
La segunda década del presente siglo fue testigo de un movimiento de denuncia de la corrupción e incompetencia en el mundo árabe, que se llevó por delante gobiernos y regímenes. Aunque en Europa fue asimilado a otras primaveras de vocación nítidamente democrática, en realidad tenía más que ver con una generalizada ansia de justicia y decencia, paso previo para trasformar esas sociedades y dar la oportunidad a sus jóvenes generaciones de tener un futuro digno. En Siria, la minoría alauita que venía controlando el gobierno vio en este movimiento la segunda parte del levantamiento que la Hermandad Musulmana había organizado en Hama años atrás y no dudó en responder con la máxima dureza. Aquello fue la antesala de la guerra civil.
Asediados por una mayoría suní, los alauitas abandonaron su historia laicista y socialista para encomendarse al régimen islamista iraní y a la ortodoxia chií. Teherán aprovechó la oportunidad para construir, paso a paso, el Eje de Resistencia, dirigido a promover la causa islamista, acabar con la existencia de Israel y consolidar la hegemonía de Irán en el conjunto del islam. La guerra de Gaza estaba llamada a jugar un papel fundamental en esta estrategia, pero el resultado no ha sido el esperado por sus promotores. Los estados árabes han mantenido su alianza con Israel, conscientes de que estaba en juego su propia estabilidad. Israel no ha cedido al chantaje de los rehenes y de los escudos humanos, a pesar del penoso papel jugado por la Unión Europea. Hamás ha sido derrotado, Hezbolá ha sufrido un daño crítico, que lo mantendrá fuera de juego durante un tiempo, e Irán ha sido humillado y debilitado.
Rusia tiene presencia en Siria desde hace décadas. Su base naval en Tartus es importante para sus flotas en el Mediterráneo y la aérea, cerca de Latakia, ha jugado un papel fundamental en la contención de los distintos grupos opositores. Sin embargo, el desgaste producido por su invasión de Ucrania ha obligado a reducir su presencia en el país, privando al régimen de al Assad de un pilar crítico.
Sin la ayuda exterior de los miembros del Eje de Resistencia y de Rusia, siempre dispuesta a ayudar a quien se sitúe frente a la libertad y la justicia, el régimen sirio ha colapsado de manera vertiginosa y el Eje de Resistencia, la joya de la acción exterior de los ayatolás, ha quebrado. Estamos ante un hecho relevante que va a tener efectos importantes en el conjunto de la región.
Turquía ha sido la potencia muñidora del éxito opositor. Ahora siente vértigo ante los efectos de su victoria. No hay un partido vencedor, sino una agrupación variopinta e incompatible. La diplomacia de Ankara tiene que ser capaz de ordenar el traspaso de poderes y facilitar el establecimiento de un nuevo orden constitucional. No está nada claro que lo consiga. Han ganado los yihadistas y el esfuerzo y sacrificio de años, primero en Irak y luego en Siria, no los va a convertir en los democristianos del islam, como muchos entre nosotros quisieron creer a propósito de los hermanos musulmanes tras el estallido de la primavera árabe. Han llegado para imponer la sharía, con todo lo que ello implica. Podrán ser pragmáticos durante un tiempo, pero el objetivo último será siempre el califato y la desaparición de Israel. El riesgo de una nueva guerra civil es real, lo que podría arrastrar, directa o indirectamente, a otros estados de la región.
La cuestión kurda vuelve a estar sobre la mesa. Esta minoría se encuentra presente en Turquía, Irak y Siria. El Gobierno de Ankara está comenzando a dialogar con sus propios dirigentes kurdos, tras años de terrorismo y represión, y necesitan llegar a un entendimiento tanto con el futuro gobierno de Damasco como con los dirigentes kurdo-sirios ¿En qué momento Turquía retirará sus tropas de Siria? ¿Tolerará el futuro régimen sirio, si llega a existir, esa presencia?
Irán ha sido humillada, su Eje está maltrecho y sus aspiraciones abortadas. Todo ello coincide con el inevitable relevo de Alí Jamenei como Líder Supremo. A sus 85 años y gravemente enfermo no parece quedarle mucho tiempo de vida. Como me recordaba esta mañana uno de nuestros mejores diplomáticos, lógicamente fuera de la Carrera, los dirigentes iraníes tienen que optar entre el pragmatismo —tratar de entenderse con Occidente y con el bloque árabe, logrando una reducción de las sanciones y un repunte de su penosa economía— o la firmeza —desarrollando su capacidad nuclear para tratar así de garantizar la pervivencia del propio régimen—. Lo lógico es que opten por lo segundo, porque de otra manera se traicionarían a sí mismos. La nuclearización de Irán supondría un hito en la historia de Oriente Medio de consecuencias graves. Estados Unidos podría evitarlo, pero Trump se ha comprometido a no usar la fuerza, solo a asustar. Podría delegar la acción en Israel, que en la actualidad no parece tener capacidad para ello. Otra alternativa sería nuclearizar la región, permitiendo que Arabia Saudí también dispusiera de estas capacidades.
Siria es un estado, parece que todavía lo es, con una clara mayoría árabe suní. Las potencias árabes tienen que aprovechar la situación para imponer su hegemonía, libres ya del protectorado chií, tanto en este país como en el vecino Líbano. Sin embargo, el mundo suní está dividido por fracturas culturales, sin duda más profundas que las estatales. El peso del islamismo es enorme, alimentado por unas elites que, salvo contadísimas excepciones, son un ejemplo de corrupción e incompetencia. El fin de al Assad puede deparar la conversión de Siria en el paraíso de la yihad, dispuesta a provocar la caída del conjunto de los regímenes árabes, comenzando por el saudí. En este contexto, la proliferación de armamento de destrucción masivo que pueda llegar a caer en manos de milicias islamistas provoca la lógica alarma.
Más allá de los comentarios que podemos leer o escuchar en Europa, celebrando el fin de un régimen atroz, deberíamos prestar más atención a los análisis que se están realizando en la propia región, más cautelosos sobre la evolución de los acontecimientos. Iniciamos un tiempo nuevo caracterizado por la incertidumbre. Un Irán débil puede ser más peligroso que otro que se sienta seguro. Gestionar el reacomodo de fuerzas que se está produciendo no va a ser fácil y a Estados Unidos le corresponde gestionarlo. Pase lo que pase, el vínculo árabe-israelí, establecido en los Acuerdos Abraham, constituye en la actualidad el pilar de la seguridad en la región.