El Rey sí puede pisar la calle
Los aplausos que ha recibido en las calles de Cataluña contrastan con la situación del galgo de Paiporta: el aliado de los separatistas no puede ni entrar en un bar
Durante seis años, los separatistas que gobernaban Cataluña —ahora manda un nacionalista del PSC—sometieron al Rey de España a un ridículo boicot.
Cada vez que Felipe VI participaba en un acto en la comunidad autónoma, el presidente regional —un identitario mindundi apellidado Aragonés García— y sus consejeros se negaban a recibirlo y esperaban dentro del local con rictus enfurruñado. Con ese gesto de desprecio, entre infantil y tontolaba, pretendían denunciar la defensa que hizo el Rey de la unidad de España y el orden constitucional ante el golpe separatista de 2017.
Al ser rehén de los independentistas, el Gobierno de Sánchez no pronunció jamás una palabra de queja ante el hecho de que las autoridades autonómicas, representantes del Estado en Cataluña por ley, humillasen así al propio jefe del Estado. Y no solo eso. En una ocasión, Sánchez llegó al extremo de prohibir al Rey que acudiese a su tradicional entrega de despachos judiciales en Cataluña, porque no le venía bien de cara a uno de sus chalaneos ante el mostrador de Junqueras y Puigdemont.
Con caretos o sin caretos del separatismo, el Rey siguió viajando siempre a Cataluña, como es su deber, por tratarse de una de las regiones de mayor peso de España. Y este lunes se ha producido un acto de justicia poética. Felipe VI acudió a Hospitalet, ciudad de 280.000 habitantes del cinturón de Barcelona, para participar en un acto de la Fundación Princesa de Gerona, y se encontró con que en las vallas que rodeaban el espacio de entrada se había arremolinado un montón de gente para verlo y aplaudirlo. Así que se acercó a saludarlos de lo más sonriente y se pegó un pequeño baño de vítores y selfis. Mientras tanto, la manifestación de repulsa que había convocado el separatismo pinchó, con solo 80 paisanos de la causa ombliguista.
Se ponía así una vez más de manifiesto el abismo que media entre la Cataluña real y el mito identitario que nos ha endilgado el separatismo durante lustros, una murga rancia y soporífera que tuvo más éxito del previsto gracias al desleal entreguismo de la izquierda española.
La visita a Hospitalet invita a una comparación inevitable con cierto personaje, conocido ya como El Galgo de Paiporta por su celeridad en la fuga (aunque algunos lectores discrepan de este alias y me han señalado que sería más certero un símil de naturaleza avícola). El Rey se puede pasear por toda España cosechando aplausos y simpatías. Pero aquel que mantiene una liza sorda y tenaz contra él no puede entrar ni a pedir un cortado en una tasca de carretera sin arriesgarse a un abucheo. Sus apariciones son medidas y siempre en circuito cerrado, blindado por un atosigante equipo de seguridad, con unos despliegues más propios de un sátrapa exótico que del presidente de una democracia convencional.
Ese termómetro de la calle supone la peor de las encuestas para Sánchez. Aunque las otras no deben andar tampoco muy boyantes, porque el periódico y la radio oficialistas las publican ahora sin asignación de escaños, en un intento pueril de que no se vislumbre que la derecha ya suma con holgura (Indra mediante). Aun así, nadie debe darlo por derrotado. Quedan dos años de amoralidad táctica, que dan todavía para muchas jugadas asombrosas.