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LiberalidadesJuan Carlos Girauta

Trump y la ONU

Por seguir con la ONU, nos hemos cansado de denunciar ante las instituciones nacionales y europeas, y ante la opinión pública, el error de que exista la UNRWA y el doble error de que se la financie con nuestros impuestos, pues equivale a financiar el terrorismo

Actualizada 01:30

Hemos deplorado durante décadas que en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU tuvieran asiento, y aun presidencia, los peores sacamantecas, los más indeseables regímenes del planeta. La representación por soberanías se torna una filfa cuando mezclas estados democráticos con regímenes totalitarios y/o genocidas, sistemas congelados, sin alternancia. Cuando el representante de tu país se sienta, con el mismo derecho de voto, junto a poderes no electos, mafias sin ‘auctoritas’ encaramadas a las instituciones sin convocar elecciones, que castigan severamente la crítica, que asesinan a sus disidentes en los países donde aquellos han huido, que defenestran a los homosexuales, que someten y esconden a las mujeres, privadas de estudiar, de hablar, de asomarse a la ventana. Hemos deplorado durante décadas la broma macabra de simular que sistemas opuestos a los valores que fundamentan nuestra civilización pueden juzgar en pie de igualdad con nosotros, votar resoluciones sobre los derechos humanos con nosotros. Bien, Trump ha roto la baraja. EE.UU. abandona esa farsa.

Por seguir con la ONU, nos hemos cansado de denunciar ante las instituciones nacionales y europeas, y ante la opinión pública, el error de que exista la UNRWA y el doble error de que se la financie con nuestros impuestos, pues equivale a financiar el terrorismo. En primer lugar, la UNRWA carece de justificación: todo el resto de refugiados del mundo están a cargo de ACNUR. ¿Por qué existe una agencia solo para los refugiados palestinos? ¡Para hacer lo contrario que ACNUR! Si esta trabaja para que los refugiados dejen de serlo cuanto antes, aquella se ocupa no solo de que mantengan su estatus sino que lo hereden sus hijos y nietos. Eso explica un contraste que habla por sí: los refugiados árabes originales, los de la guerra del 48-49 (que los vecinos de Israel desataron contra el hogar nacional de los judíos el día de su nacimiento como Estado moderno), eran alrededor de 700.000. Una cifra similar correspondió a los refugiados judíos, expulsados de países árabes donde llevaban milenios instalados. Israel, recién nacido, en profunda precariedad, en posguerra, los integró a todos, les buscó vivienda y trabajo.

Sin embargo, los refugiados «palestinos» son ahora más de cinco millones. Aunque vivan y trabajen en países árabes que no están dispuestos a tratarlos como ciudadanos de primera, o en los «campamentos de refugiados», que no son lo que el desinformado e intoxicado occidental tiene en mente. Son barrios de ciudades, con infraestructuras. La ONU se ocupa de dos cosas: de que el número de refugiados «palestinos» crezca, y de que estos mantengan vivo un inexistente «derecho de retorno». Algo que, dadas las dimensiones y la demografía, se traduciría en esa tragedia tan acariciada en Occidente: la desaparición de Israel. No otra cosa nos dicen los woke (esos nuevos nazis) cuando cantan «del río al mar». Es decir, del Jordán al Mediterráneo, ni un judío. Bien, Trump ha roto la baraja. Se acabó financiar a UNRWA. A UNRWA hay que cerrarla por colaborar con Hamás.

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