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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Luis Rubiales y Mapi León

Es delirante dedicar tantas horas a un montaje político mientras la delincuencia real no merece ni medio debate tranquilo

Actualizada 01:30

A Luis Rubiales le quieren meter en la cárcel dos años y medio por hortera, maleducado y gañán, tres atributos merecedores de despido y oprobio, pero no de castigo penal.

Pero quienes ven una agresión sexual en su comportamiento vergonzoso, tienen que señalarlo también en los tocamientos inguinales de Mapi León a una jugadora rival, a más inri extranjera y negra, dos claros agravantes en ese universo ideológico que dramatiza problemas menores y esconde los mayores: todo hombre lleva un violador dentro, al parecer, con la única excepción de violadores de verdad si actúan en formato de manada y creen, es su cultura, que la mujer está ahí para satisfacerles, atenderles y callarse.

El delirio al que nos ha llevado la ramplona ingeniería social del izquierdismo identitario afecta a un sinfín de ámbitos, caracterizados todos por la victimización de gremios por la amenaza de fobias masivas ficticias, que solo combatirá un tipo de política, siempre y cuando le des tu voto, estabulado en clanes forzosos más fáciles de teledirigir emocionalmente.

Consideran, en realidad, que tus condiciones personales de género, aspecto, sexo, tamaño o raza son una minusvalía o una enfermedad, y proceden en consecuencia robándote tu integridad a cambio de un falso confort asistencial.

Ahí hay que ubicar lo de Rubiales, un tonto a las tres, un hortera y un zoquete capaz de frotarse la entrepierna delante de una Reina y de besar a una jugadora con medio mundo mirando, pero no un delincuente sexual: él seguirá siendo indigno incluso con un fallo absolutorio y su comportamiento seguirá mereciendo la destitución y el rechazo social, pero no el ingreso en prisión.

Su elección para blanquear la «Ley del sí es sí», intentando demostrar con su linchamiento la necesidad de regular el «consentimiento», como si no hubiera estado presente nunca en el centro de las decisiones judiciales, supone además de una campaña obscena una ocasión perdida para hacer algo de pedagogía sobre la imperiosa necesidad de eliminar ciertas actitudes, habituales en el ámbito laboral, más allá de que no sean delito.

Y todo ese cinismo, que lleva a tantos a presentar a este pobre cateto como una especie de psicópata sexual mientras se desprecia el necesario debate sosegado sobre la relación entre el crecimiento de la delincuencia sexual y la presencia de inmigrantes de culturas genuinamente machistas, queda al final en evidencia con el caso de los supuestos tocamientos de una jugadora, Mapi León, a una rival en el transcurso de un partido.

Salvando las distancias jerárquicas entre los protagonistas de ambos casos, ambos encajan perfectamente en la delirante descripción del delito de «agresión sexual» recogida en la nueva legislación española, siempre y cuando la víctima proceda a presentar la correspondiente denuncia, como hizo Jenny Hermoso, tras presiones del feminismo vertical, aceptando el relato victimista que ella misma había desechado tras sufrir la horrorosa escena.

Que esa presión atmosférica ahora no exista demuestra la artificiosidad del primer caso, cuya resolución debió siempre haber sido una reprobación pública y la destitución, un castigo inmenso, suficiente y pedagógico que dejara un cierto legado válido: no todo lo que no es delito es tolerable. Y ser un macarra y un zafio nunca tiene un contexto legitimador.

Para llevar hasta el final este asunto, a la tal Mapi León deberían sentarla también en un banquillo, pues, con la atenuante de no ser jefa de su víctima y la agravante de haber rozado, si no accedido, al área pequeña de la intimidad de su adversaria.

Obviamente ni Rubiales ni Mapi son agresores sexuales y a nadie con dos dedos de frente se le ocurre pensar que pudo haber ánimo libidinoso y violento en dos lances simplemente inaceptables y vulgares que no pueden derivar en condenas penales por los delirios de Irene Montero, las tragaderas de Pedro Sánchez y la estupidez woke.

Ingredientes todos de un cóctel agitado demagógicamente para desviar la atención sobre el verdadero problema delincuencial de España: dar respuesta a la evidencia estadística de que la tasa de condenas entre la población adulta y menor dobla a la española en el caso de los inmigrantes, sea cual sea la razón que explica ese fenómeno tan preocupante. Pero aquí seguimos entretenidos con Luis y Mapi.

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