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Cosas que pasanAlfonso Ussía

La genial cofradía del puño

–Basta ya de preguntar. Os lo cuento todo cuando vuelva a Madrid. Está conferencia os está costando mucho dinero-. Cañabate intervino. –No te preocupes por el dinero que nos cuesta la conferencia. Te cuesta a ti, porque hemos venido a tu casa para llamarte-. Un patatús

Todos eran sobresalientes, y todos tacaños hasta más allá de la exageración. Domingo Ortega, el maestro; Sebastián Miranda, el gran escultor; Antonio Díaz-Cañabate, crítico taurino, teatral y escritor costumbrista. Una tarde de San Isidro acompañé a mi inolvidado amigo Vicente Zabala Portolés, el último castizo, bienvenidista y crítico sin mancha «sobrecogedora» a una corrida en Las Ventas. Llegamos pronto y nos instalamos en la barra de esos bares de quita y pon que se establecen en la plaza de toros los días de festejo. Se presentó Domingo Ortega, el maestro de Borox, fundador de la pandilla de los tacaños. Y se unió al grupo el archivo viviente y colaborador de ABC, José Luis Suárez-Guanes, conde del Valle de Pendueles, que estudió y memorizó hasta la letra «C» la Guía Telefónica de Madrid. No fallaba una. –Jose Luis, Comesaña Torremuros, Lorenzo–.; y Guanes aportaba su dirección y número de teléfono. –Conde Peñalver 53, y el número de teléfono el 237, 89, 91–. Todo un personaje. Con el tiempo justo, Domingo Ortega inició el ademán de pagar las consumiciones. Cuatro «Fantas» de naranja. Decidí que era yo el que tenía que invitar por ser el más joven del grupo, pero Vicente Zabala me lo impidió bruscamente. Pagó Domingo Ortega, y Vicente escribió una preciosa crónica de la corrida en la que resaltó el milagro. «Por primera vez en su vida, Domingo Ortega pagó cuatro «Fantas». Le aguardaban en sus localidades Cañabate y Miranda. En el decenio de los 50, Agustín de Foxá estrenó en Madrid una comedia teatral que no figura entre sus cumbres literarias. Lo hizo en colaboración con José Vicente Puente, y Cañabate dedicó al estreno una crítica feroz. Tres días más tarde, un numeroso grupo de amigos y admiradores de Foxá le ofrecieron una cena-homenaje en el Hotel Velázquez . Llegó Cañabate, no abonó la tarjeta de entrada y cenó su plato y el de José María de Cossío, que hablaba mucho, se distrajo y cuando se le ocurrió consumir su ración, ya estaba ésta en el aparato digestivo del «Caña». Y Foxá se vengó.

A ese escritor botarate
Que en todas partes se mete,
No decidle Cañabate.
Basta con un ¡Coño vete!.

Sebastián Miranda expuso en Nueva York. Su exposición constituyó un gran éxito. Y Ortega y Cañabate decidieron felicitarlo por teléfono. Conferencia trasatlántica. Un dineral. Sebastián Miranda agradeció de corazón el interés de sus amigos, que le preguntaron de todo. Una conferencia carísima. Miranda, abochornado por la generosidad de sus compañeros de tertulia, cortó por lo sano. –Basta ya de preguntar. Os lo cuento todo cuando vuelva a Madrid. Está conferencia os está costando mucho dinero-. Cañabate intervino. –No te preocupes por el dinero que nos cuesta la conferencia. Te cuesta a ti, porque hemos venido a tu casa para llamarte–. Un patatús.

Mi primo Carlos Urquijo, hijo de Carlos Urquijo de Federico, el gran ganadero de «Juan Gómez» a la orillita de Sevilla llegando desde Cádiz, me ha enviado el documento gráfico. El lugar, el restaurante «Derteano» junto al Muelle, en la Parte Vieja de San Sebastián. Semana Grande. Después de un triunfo de ensueño de Antonio Ordóñez, cenábamos Vicente Zabala, Pablo de la Serna, Antonio Vázquez – hermano de Pepe Luis y Manolo y banderillero de Ordóñez-, y yo, el niño del grupo. En otra mesa, Domingo Ortega, el «Caña», Sebastián Miranda y el doctor Zúmel. Nos invitaron a juntar mesas y cenar juntos. Zabala se opuso. –El que se siente con ellos termina pagando la factura-. Y entró en Derteano mi tío Carlos Urquijo, primo de mi padre. Se sentó con ellos. Vicente Zabala se lo advirtió: -¿Llevas suficiente dinero? Porque te la van a meter doblada-

Llegó la hora de pagar, y vimos a Carlos Urquijo depositando sobre la factura varias «lechugas», que así les decíamos a los billetes de mil pesetas.

El grupo de los gorrones había vencido. Carlos abandonó el local con resignada indignación, si ello es posible. Y al pasar por nuestra mesa, lamentó su suerte: -¡ Me la han vuelto a jugar esa panda de cabrones!-.

Lo que narro nada tiene que ver con la actualidad. He intentado dibujar un recuerdo de nuestra vieja picaresca. Una picaresca sabia, artista y contumaz. Cuando en España sobresalía el ingenio, y San Sebastián era la ciudad que acogía con más alegría la visita del resto de los españoles. De aquello, hoy no queda nada.

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