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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Malsana curiosidad

No intuyo –exceptuando a Ábalos-, que este Gobierno de mentecatos de cuota, tenga la suficiente personalidad para dejar plantado al repartidor de prebendas en un Consejo de Ministros. Se trata de un rebaño muy obediente, con sus ovejitas y sus corderitos siempre dispuestos al balido

Joaquín Garrigues Walker, vencido por una leucemia sin haber cumplido los cincuenta años, declaró que si los españoles supieran de qué se hablaba durante los descansos del Consejo de Ministros, harían cola en los aeropuertos para salir de España a toda pastilla. Y aquellos eran ministros, no botarates de cuota. Se sentaba en el Congreso, en el banco azul, al lado de su compañero y amigo Francisco Fernández Ordóñez. En los escaños gubernativos enfrentados a los suyos, tenía su lugar de asentamiento de pompis ministerial el ministro de Defensa, Agustín Rodríguez- Sahagún. Garrigues, con expresión de alta preocupación le susurró a Fernández Ordóñez una pregunta clave para el buen funcionamiento del Gobierno : –Paco, ¿cómo se llama el peluquero de Agustín Rodríguez- Sahagún?–. Y corrió la voz, y en el siguiente Consejo de Ministros no se habló de otra cosa. No obstante, como las deliberaciones del Consejo ministerial no se pueden hacer públicas bajo juramento o promesa, los ciudadanos españoles ignoramos aún la identidad de aquel peluquero, sin duda alguna un soldado que hacía la Mili y lo destinaron a la peluquería de su unidad. De lo que no cabe duda, es que, acertados o errados en sus decisiones, aquellos gobiernos estaban formados por personas normales tirando hacia lo alto. Entre aquellos ministros, Yolanda Díaz, por poner un ejemplo de superior inteligencia, no tendría otro cometido que limpiar de cuando en cuando los ceniceros, porque Suárez permitía fumar en la sala de juntas de La Moncloa. Una Yolanda Díaz a la que se le permitiría acudir a limpiar los ceniceros acompañada de su asesora de limpiar ceniceros, que no es una asesora cualquiera, sino una colaboradora con tratamiento de subsecretaria.

Los ministros cumplían con su deber, pero hacían pellas. En pleno fragor dialéctico, Pío Cabanillas solicitó permiso para acudir al cuarto de baño, permiso que le fue inmediatamente concedido. –Ahora vuelvo–. Y no volvió. Porque los ministros tienen que saber que, en ocasiones, volver es una excentricidad. Don Andrés Revuelta –oculto su identidad porque soy amigo del biznieto del protagonista–, era un modelo de pulcritud semántica. Y gran partidario del fornicio coyuntural. Su esposa, dama de acrisoladas virtudes –genial elogio que tanto le divertía al grandísimo José Miguel Santiago-Castelo cuando lamentaba en una necrológica el fallecimiento de una presidenta de mesa de la Cruz Roja–, acudía todos los domingos a la Santa Misa de las 10 de la mañana. Tiempo de recreo para don Andrés, que aprovechaba para yacer con Fermina Gutiérrez, la pinche de la casa. Pero una mañana no estuvo don Andrés rapidín y fueron sorprendidos en pleno acto. –Andrés, estoy sorprendida–; –No, querida, a lo sumo estarás asombrada. Los sorprendidos hemos sido nosotros, Ferminita y yo–. Don Andrés se separó de su esposa, que había perdonado su falta, como don Pío de aquel Consejo de ministros. –Ahora vuelvo–: Y no volvió.

No intuyo –exceptuando a Ábalos-, que este Gobierno de mentecatos de cuota, tenga la suficiente personalidad para dejar plantado al repartidor de prebendas en un Consejo de Ministros. Se trata de un rebaño muy obediente, con sus ovejitas y sus corderitos siempre dispuestos al balido y la carantoña. Ábalos, ha tenido el acierto de retirar el velo de la corrección del Gobierno, convirtiéndolo en una fiesta del gozo y los periplos terrestres. Prueba de ello, es que el presidente del Gobierno ha ordenado a sus ovinos y bovinos, que procuren no molestar a Ábalos, por un motivo de alcance nacional. Si Ábalos habla más de lo que tiene pactado decir, se les termina el chollo. Y mucho me temo que hay días en los que está dispuesto a emular a don Andrés y Ferminita.

Se trata de una persona que inspira poca confianza. Pero de eso se trata. Un Gobierno de España que traiciona a España puede terminar por una indiscreción. –Que no, Pedro, no te preocupes, que no voy a decir nada de nada–.

Y canta la del Soto del Parral. Malsana curiosidad.

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