No viene mal
El cáncer de España es que tenemos un presidente que se apoya en los terroristas para conseguir sus fines. Así de claro y concluyente
A veces no viene mal lanzar una puya desde la Corona. Los comentaristas que dicen que me repito tienen toda la razón. Me dispongo a repetirme de nuevo.
Acababa de ser expulsado de la COPE. Acababan de enterrar a las víctimas mortales del atentado de Zaragoza, la mayor parte de ellas, niños y niñas que salían hacia el colegio llevando en sus mochilas su versión de la «lucha armada», Donuts, unos cuadernos, lápices y rotuladores. Los hijoputas –y hoy cónsules de Sánchez en las provincias vascongadas y Navarra–, prefirieron la bomba a los donuts. Tembló la capital de Aragón. Tembló el Pilar, tembló la Virgen y se rizó de olas efímeras el Íbero, el Ebro, el río que divide la inmensa Castilla de los bosques de hayas de Navarra. Sangre y muerte. La imagen de un guarda civil más herido de alma que de metralla, llevando entre sus brazos a una criatura muerta. El que era Obispo de San Sebastián no quiso opinar del atentado. «No debo inmiscuirme en hechos que suceden en otras diócesis». Yo recité mi villancico y al terminar el programa de Luis del Olmo, fuimos reclamados por la más alta autoridad de la COPE. «Lo sentimos mucho, pero Alfonso Ussía no puede seguir colaborando en la COPE». No obstante, me despedí de la máxima autoridad agradeciéndole los buenos años pasados en el programa de Luis.
Antonio Mingote, Luis Sánchez Polack «Tip» y Antonio Ozores advirtieron que, de irme yo, se irían ellos. Dentro de 'Protagonistas' el aluvión de publicidad se concentraba en torno al 'Estado del Debate de la Nación'. Y calcularon. Y después de calcular, llamaron a Luis Del Olmo para que me acompañara a las 8 de la tarde a «charlar amigablemente» con el secretario de la Conferencia Episcopal, monseñor Fernando Sebastián, y el presidente de la misma y arzobispo de Madrid, Ángel Suquía, que todos los días desayunaba dos manzanas. No es importante lo de las manzanas, pero como él me lo comentó, yo lo pongo. Yo también le informé del importantísimo hábito. «Pues yo, eminencia, desayuno café muy flojo, con leche, dos cucharadas de azúcar y un suizo». El cardenal se mostró plenamente satisfecho.
Aquella noche teníamos mi mujer y yo una cena en casa de Don Juan, Villa Giralda, avenida de Guisando. Le dije a mi santa que fuera en taxi, y que informara a los Reyes de la causa de mi retraso. El Rey grababa por aquellos días su discurso de Navidad que tiene que ser previamente aprobado por el Gobierno. Al llegar narré todas las caricaturas de la reunión. Me atreví, incluso, a elogiar lo de las manzanas. «Creo que tengo el triste deber de mencionar a los cómplices en el discurso de Navidad». Lo habló con el Gobierno, y obtuvo su pleno permiso. Era la primera vez que el Rey, sin matices ni tamices, hablaba a todos los españoles. Su mención enfadó a Arzallus y Anasagasti, pero el dato carecía de importancia.
Previamente en la COPE, monseñor Sebastián se fue de la lengua y perdió la partida. «Está usted obsesionado con los obispos de la ETA».
«Menos obsesionado que su Ilustrísima que se acaba de referir a los obispos de la ETA y no a los obispos vascos». Suquía sin manzanas era menos Suquía y cerró la cuestión: «Lapsus linguae, Fernando».
Aquel año, y muchos lo ignoran, el Rey Juan Carlos I, desde la Corona y en su comparecencia más seguida del año, añadió un párrafo a su discurso. Los buenos entendedores lo comprendieron. «Si todas las acciones terroristas son igualmente execrables, os confieso que no puedo alejar de mi mente, en esta ocasión de manera especial, la imagen de unos cuerpos infantiles que hace pocas fechas, en la noble ciudad de Zaragoza, aparecían destrozados por la saña de unos desalmados. No debemos mostrar ni debilidad, ni temor, ni duda, para rechazar con decisión a quienes hacen correr la sangre de los españoles víctimas de sus atentados criminales, y también a quienes los amparan, disculpan o justifican, cualesquiera que sean sus posiciones políticas, sociales o religiosas».
Hoy, aquellos criminales apoyan al Gobierno. Hoy, aquellos criminales son homenajeados. Me consta lo complicado que es tratar este asunto con equilibrio. Pero nuestro joven y gran Rey, Felipe VI, como durante el golpe de Estado de Cataluña, como en su firme resistencia en Paiporta mientras huía el galgo sin conejo, mientras advierte el desmoronamiento de España, sí tendría mucho que decir a todos los españoles, sin aguardar el permiso de los enemigos de España y la Corona, que son los que mandan. Porque el asunto –que lo está, pero no todo–, no se pudre más por un presidente del TC que actúa a las órdenes de Sánchez, o lo del fiscal, o lo de su mujer, o lo de Koldo, Ábalos y Aldama, o lo de Santos Cerdán y Leire. El cáncer de España es que tenemos un presidente que se apoya en los terroristas para conseguir sus fines. Así de claro y concluyente.
Otro día hablaremos de las manzanas.