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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Aquellas charlas

Y hay una relación directa entre Nadal y Alcaraz. Sus familias. Son todos normales, sin pretensiones, deportivos, educados, y meto en las familias a los íntimos colaboradores. Ay, el tenis que vamos dejando

Actualizada 01:30

La heroica y reñida victoria de Carlos Alcaraz en la final más larga y atravesada de la historia de Rolland Garros, superior incluso a la del primer Wimbledon de Rafa contra Federer, me lleva a una época muy querida y añorada. Yo trabajaba en el Club Financiero Génova, creación de Juan Garrigues, en el Centro Colón. Y durante años desayunamos Antón Martiarena, los hermanos cubano-asturianos Cifuentes –a los que Fidel Castro les dio un breve plazo para que se fueran de la isla y les pudiera robar la fábrica de 'Partagás'– y Manolo Santana, que hacía lo que quería en aquella empresa, Phillip Morris, porque era el lujo de la marca. Y claro está, con Santana hablamos muchísimo de tenis. De su mentor y protector, Álvaro Romero Girón, que prohijó su vida y le ofreció a Manolo los mejores profesores. Hablábamos de la disolución, buena para el tenis, de los Kramer Boys, los profesionales que prefirieron el oro que la gloria, uno de ellos destacadísimo jugador español, el barcelonés Andrés Gimeno, Rod Laver, Ken Rosewall, Pancho Segura y otros. Cuando se unieron todos, el tenis dio un salto hacia arriba. Ya empezaba el tenis de saques a 200 kilómetros y diferentes raquetas. Manolo tenía una idea que le iba y le venía y nunca se quedaba. Manuel Santana, como Ilia Nastase, como Pietrangeli, como Emerson, era un virtuoso del tenis artístico, los efectos, las dejadas, sin el soporte del saque y de la fuerza de los maestros de ahora. Años más tarde, dos antes de su fallecimiento, cenando con él en Marbella, recordamos su final y victoria en Londres contra el americano Ralston, en aquel Wimbledon cuyo descanso en el cambio de pista duraba un minuto y los tenistas reponían fuerzas agarrados a la silla del árbitro. Ni sillones, ni sombrillas, ni demás artilugios. Y le pregunté si nuestra Garbiñe Muguruza le daba a la bola más fuerte que él. –Pues claro. Gracias a Dios que me enfrenté a Ralston. Me toca un día inspirado de Garbiñe, y me saca a pelotazos–. Manolo Santana abrió el futuro del tenis español. Vinieron después Orantes, Arilla, Couder, los Vicario, Moyá, Juan Carlos Ferrero, Álex Corretja, David Ferrer… y Arancha, Conchita y Garbiñe. Y vio desde el principio la magnitud de Nadal. –Hay un chico mallorquín que lo tiene todo–. Seguía a Nadal con pasión y gracias a Santana el Masters 1000 de Madrid se convirtió en un semi Grand Slam, masculino y femenino de diez días de duración.

La idea que le iba y venía pero no se quedaba era la de retrasar 30 centímetros, la raya de saque, que se pintaría paralela a la raya de fondo. Pero recuperar su tenis era romanticismo, como pretender en un paseo por Ronda cruzarse con don Pedro Romero y don Antonio Ordóñez. Para Manolo, pocos tenistas han alcanzado el cielo de la clase. Nastase, Laver, Emerson, McEnroe, Federer, Nadal y Djokovic. Se dejó a muchos en el tintero. Hoy, añadiría a ese grupo de virtuosos bestias a Carlos Alcaraz y al italiano Sinner, que juega con una máquina dentro de su cuerpo mientras Carlitos lo hace con fuerza –¿quién es el envidioso que ha dicho que no se entrega y trabaja?– y unos golpes insospechados que enamoran al público.

Y hay una relación directa entre Nadal y Alcaraz. Sus familias. Son todos normales, sin pretensiones, deportivos, educados, y meto en las familias a los íntimos colaboradores. Ay, el tenis que vamos dejando.

Y termino porque el domingo acabé agotado después de ganar a Sinner. Me duele una pierna.

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