Las bermudas, la falta de respeto y la pésima educación
Lo que me pasma es cómo se va imponiendo la falta de pudor a la hora de ponerse esos pantalones cortos en cualquier sitio. Una de las razones para la implantación de las bermudas a cualquier hora es que hogaño hay que exhibir piel. No tanto la piel en sí misma. No. Lo que ahora hay que mostrar son los tatuajes
Leí con envidia en El Debate el pasado viernes el artículo de mi admirado Gonzalo Cabello de los Cobos «Y entonces llegaron las bermudas». Tenía intención de escribir sobre la materia y Gonzalo se me adelantó con una excelente pieza, aunque quizá se quedó un poco corto.
Cuenta mi mujer que su padre no se ponía pantalón corto ni para ir a la playa. Hombre, yo sí. Tengo una colección de bermudas que empleo para dos cosas: para ir a la playa y para salir a correr por las mañanas los días que pueda hacer ejercicio, que en vacaciones son casi todos. Una de ellas, color rojo muy desteñido ya, se me está deshilachando por días. Como suele ocurrir, es la más cómoda de todas después de veinte años usándola. Hubo un tiempo en que uno se ponía pantalones cortos de deporte para salir a correr. Esos de Nike o Adidas cortitos y con unas rayas. Hoy en día sólo empleo para este menester mis bermudas con cuatro bolsillos en los que puedo meter el teléfono, las llaves de casa, la funda de los auriculares y alguna cosa más que nunca se hubieran podido llevar en un pantalón de deporte tradicional.
Lo que me pasma es cómo se va imponiendo la falta de pudor a la hora de ponerse esos pantalones cortos en cualquier sitio. He comprendido —mientras corro por las mañana— que una de las razones para la implantación de las bermudas a cualquier hora es que hogaño hay que exhibir piel. No tanto la piel en sí misma. No. Lo que ahora hay que mostrar son los tatuajes. No puedo saber cuántos tatuajes había antes bajo la ropa. Quizá era el mismo número que ahora. Pero, por pura lógica, al poder exhibirse más, se tiende a hacerse más tatuajes todo el mundo que quiere lucirse. Algo que me espanta. A mí me atiende los lunes en la barbería una peluquera perfectamente uniformada que tiene los brazos tatuados densamente desde las muñecas hasta donde desaparecen bajo la manga corta. Es difícil no pensar hasta dónde llega ese tatuaje. Pero esa no es la cuestión de este artículo.
La proliferación del uso de pantalones cortos se ha vuelto algo extremadamente desagradable. Que te toque sentado en un avión junto a otro pasajero con sus piernas desnudas, con un vello bien tupido, no es el vuelo más agradable. Aunque no tan grave como que ese mismo compañero de viaje —u otro en un vuelo diferente— haya decidido viajar en camiseta de tirantes luciendo una axila bien poblada. Bueno, en este contexto, eso no es una axila. A eso sólo se le puede llamar sobaco y me ahorro el adjetivo que debiera ponerle.
Cuando hablaba de pésima educación en el titular de este artículo no estaba pensando en el ejemplo del avión que acabo de poner, aunque también podría ser. Estaba pensando en la comida que disfrutamos mi mujer y yo el pasado viernes en el Relais de la Poste, en Magescq. Situado en las Landas, el restaurante tiene dos estrellas Michelin desde 1971. El viernes, el día que Gonzalo Cabello de los Cobos publicó su artículo sobre las bermudas, había cinco mesas ocupadas en ese local —incluyendo la nuestra— y en tres de ellas había clientes masculinos con pantalones cortos. Ya no pretendo hablar de ofensas a otros clientes como servidor de ustedes. Por supuesto que no. Hablo de la ofensa al numeroso servicio impecable, vestido con esmoquin perfecto y a un sommelier con el atalaje más clásico incluyendo un mandilón de cuero con el peto bordado. Todo ese personal se viste esmeradamente y con rigor para recibir a una clientela que ciertamente paga una cantidad importante por comer en un establecimiento así. Pero ¿cómo se puede ser tan maleducado como para ir en pantalones cortos a un restaurante donde te van a dar la mejor atención con exquisitez en las formas y en el fondo? ¿Qué categoría humana tiene quien no respeta el trabajo de los que le sirven? Es un ejemplo más de la degradación de nuestra sociedad.