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Perro come perroAntonio R. Naranjo

La estirpe de David Sánchez

No hay que despreciar la inteligencia de un clan que se cree los Kennedy pero se comporta como los Dalton

No parece David Sánchez el lapicero más afilado del estuche, aunque tampoco lo era su hermano, según algunos de sus más próximos en aquel PSOE donde prosperó el retoño, y ahí le tienen, siendo el mejor para hacer el mal: nadie puede discutir que en eso es legendario y que no ha dejado de lograr victorias por el curioso procedimiento de perder siempre.

El músico puede parecer introspectivo o lerdo, según la escena que se elija: si es la de su declaración en el juzgado, con ese balbuceo ya legendario en el que no supo explicar cosas tan básicas como su lugar de trabajo o el nombre de sus compañeros, tendremos que apostar por la segunda opción, con la misma confianza que tenemos cuando ponemos un 1 en la casilla si juega el Real Madrid contra un colista.

Pero fuera de aquel episodio, que pareció preparado por los guionistas de Vaya semanita para reírse de todos los Sánchez de golpe, seguramente el benjamín de la familia es tan listo como el alevín, la cuñada y toda la estirpe.

Porque logró una plaza para tocarse la batuta, trabajó en ella lo mismo que el sastre de Tarzán, se empadronó en Portugal para tributar menos en el país donde su hermano machaca al contribuyente y vivió a costa de personal en La Moncloa, con la caravana ahí aparcada por si acaso había bronca en casa por Barrabés o Air Europa y convenía disponer de un refugio próximo.

Poco bueno se podrá decir de la familia presidencial, que se siente los Kennedy pero entroncan mejor con los Dalton, aunque hay una virtud innegable: todos actúan con un desparpajo invencible, conscientes de que la gente normal carece de defensas cuando se enfrenta a virtuosos de la indecencia.

Solo cabe repetirlo, con la remota esperanza de que acabe calando la anormalidad de la normalidad sanchista: tenemos un presidente que le debe el cargo a un prófugo y a un terrorista; que está casado con una señora convencida de que se pueden hacer negocios privados desde La Moncloa; hermanado con un músico que solo se toca la flauta a sí mismo y emparentado con el dueño de una cadena de prostíbulos que hizo el suficiente dinero para ayudarle a la niña y al marido a disfrutar de un patrimonio notable, mientras promulgaba leyes para abolir a las meretrices o legalizar la okupación.

A todo esto cabe sumarle que, por octavo año consecutivo, España no tiene Presupuestos Generales o son de otro o están prorrogados, lo que en el ámbito político equivale a presentarte a un Gran Premio de Fórmula 1 con las ruedas pinchadas y el depósito vacío.

O que, para prolongar la Presidencia, el chulo de la clase golpea a jueces, periodistas y guardias civiles y pone una alfombra roja al resto de matones, aunque todos ellos juntos apenas superen el metro y medio si se alinean como un castell, uno encima de otro y estirando mucho la barbilla.

No tienen un pelo de tontos, aunque digan tonterías, porque para carecer de escrúpulos, no reconocer límites, convertir en derechos todos sus abusos y desafiar agresivamente a una democracia veterana hay que ser tan listo como un ladrón de guante blanco o el célebre asesino del Zodiaco, que sembró el terror en América hasta los años 70 y aún hoy sigue sin ser identificado. Por tener una esperanza, al menos aquí está claro quién es el criminal y quiénes sus compinches. Algo es algo.

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