Si Begoña se enriqueció, su marido también
No hace falta ninguna sentencia para condenar a Sánchez y exigirle que su pareja enseñe todas sus rentas, bienes y patrimonio
Pocas horas después de que trascendieran los informes de la UCO y de Hacienda sobre los chanchullos de Begoña Gómez para convertir una cátedra inmerecida, impuesta al rector de la Complutense tras citarlo en La Moncloa, en una empresa pantalla; el marido de «la presidenta» tuvo el desparpajo de cacarear un discurso sobre la libertad de información, los bulos y las fake news en un evento organizado por La Vanguardia, ese periódico sanchista, pujolista y lo que haga falta según el proverbial ideario del conde de Godó, consistente en no tener otro ideario que la cuenta de resultados.
Pedro Sánchez tenía que haber dimitido ayer, como en tantas otras ocasiones precedentes, pero en vez de huir con el rabo entre las piernas avergonzado por las evidencias sobre su esposa, y en consecuencia sobre él mismo, se permitió aleccionar al respetable, en otra intentona de convertir autos judiciales, conclusiones de la Intervención General del Estado o informes de la UCO en casos inflados por la «ultraderecha» gracias a «recortes de presa» plagados de mentira.
Justo la teoría que, con la falta de escrúpulos y el seguidismo paniaguado habituales, convirtió en un manifiesto «contra el golpismo judicial y mediático» una caterva de presuntos periodistas capaz de sostener que, si Sánchez atropella a una anciana en un paso de cebra, la culpa es de la anciana por cruzar como una loca.
El cacareo de Sánchez, que siempre es víctima de lo que él disfruta, consiente y provoca y además señala a quienes tratan de evitarlo con la ley en la mano, en un comportamiento típico de un dirigente caribeño; intenta preconstituir el terreno para, llegado el caso, indultar a sus familiares si son condenados y además plantear las elecciones como el choque entre un gran presidente y una conspiración siniestra de las cloacas judiciales, mediáticas y políticas del Estado.
Hay que ser muy cretino, o vivir del cuento sanchista, para creerse la cantinela infantiloide de un dirigente que, con esa mochila, no sobreviviría ni medio minuto en ninguna democracia europea, donde se dimite o se adelantan elecciones por carecer de presupuestos, algo que Sánchez ha sufrido desde la última investidura, contraviniendo además el precepto constitucional que le obliga al menos a presentarlos ante las Cortes.
No digamos si, a ese colapso institucional, se le añadiera otro ético, estético y judicial que afectara, entre vapores de sauna y posibles fajos de billetes, a su esposa, a su hermano y a sus principales colaboradores.
Llegados al punto de que ni la verdad es suficiente para los heraldos del sanchismo y de que, para su patrón, cada revés democrático es una excusa para incrementar su deriva autoritaria, nos queda al menos el consuelo de que el Estado de derecho no ha dejado de funcionar ni dejará de hacerlo y de que los hechos, por mucho que se nieguen, son incontrovertibles, más allá de sus consecuencias penales.
Y los hechos son que una señora sin tener aprobada la Selectividad comenzó, nada más llegar su marido a la Moncloa, una carrera profesional estrechamente vinculada a la influencia, la posición, los contactos y las decisiones adoptadas por él y disfrutadas por ella.
Primero fue contratada por el prestigioso Instituto de Empresa para dirigir un centro africano de nueva creación sin otra capacitación aparente que su cercanía al poder. Después se apañó una «cátedra» sin tener siquiera una licenciatura, dedicada a la captación de fondos públicos en el momento en el que su esposo repartía, como si fuera un administrador único, el maná de los Next Generation.
Y a la par que todo eso, cargó al erario la contratación de una amiga para que gestionara sus negocios, adhirió a su «cátedra» a empresas beneficiarias a continuación de adjudicaciones irregulares de contratos públicos del Gobierno y entabló relaciones comerciales con multinacionales que a otro no le darían ni los buenos días y obtuvo el patrocinio de compañías señaladas en tramas de corrupción que, en el mismo tiempo, consiguieron ser rescatadas con una millonada gracias a la firma de su media naranja.
La pregunta no es si Begoña Gómez cometió delitos, que tiene toda la pinta aunque eso deberá decidirlo la Justicia, sino cuándo piensa dimitir y dar explicaciones el presidente del Gobierno, impulsor de todos los negocios de su esposa, colaborador necesario en todo lo que ella hizo con terceros y eventual beneficiario directo de las ganancias que haya podido obtener.
Begoña debería enseñar, con urgencia, su declaración de renta, bienes y patrimonio, porque además de ser una caradura sin complejos, es la testaferro de su marido: utilizar poderes públicos para favorecer negocios privados convierte a ambos en cómplices, con un reparto de funciones tan obsceno como ya demostrado: al igual que Sánchez se aprovechó, vía marital, de la riqueza de su suegro proxeneta, lo habría hecho de las andanzas de su pareja. Y para llegar a esa conclusión no hace falta una condena.