Las sombras del poder
Y mientras tanto, la autocaravana sigue allí, impasible, convertida en metáfora. Porque en España los objetos hablan más que los discursos, las sombras pesan más que las voces, y el tiempo avanza despacio, revelando en lo menudo la decadencia de lo grande
En la Moncloa hay un rincón olvidado, un aparcamiento silencioso donde se acumula la gravilla y el tiempo. Allí, desde hace dos años, reposa una autocaravana. No es un objeto cualquiera: cocina, wifi, calefacción, ducha… El símbolo mismo de la vida errante, de la libertad sobre ruedas. Y, sin embargo, su viaje terminó en el corazón mismo del poder. Aparcada bajo la mirada distraída de los guardias, la caravana se ha convertido en un huésped silencioso, invisible, como esas ruinas que ya no se miran y que, sin embargo, nos recuerdan un pasado enterrado.
David Sánchez, hermano del presidente, dejó allí su casa rodante. ¿Por qué? Porque no había dónde aparcarla, dice. Y así, durante dos años, el vehículo permaneció en el recinto más custodiado de España, alimentándose de la red eléctrica y del silencio administrativo. El detalle parece minúsculo, anecdótico; pero en él se condensa toda una atmósfera: el privilegio que se naturaliza, la impunidad que no se nombra, la sombra que se vuelve costumbre.
Hay que detenerse en ese instante: la autocaravana abandonada entre los muros solemnes, los cipreses que bordean el complejo, la monotonía de los días en que nadie pregunta, en que nada cambia; y en los pequeños gestos, en las minucias cotidianas, se revela el carácter de un país.
Porque mientras la caravana descansa inmóvil, en los salones del poder se tejen negociaciones. José Luis Rodríguez Zapatero, figura veterana de la política, ejerce de mediador. Sus pasos lo llevan hacia Puigdemont. Una hoja de ruta se dibuja: inmunidad a cambio de presupuestos. Amnistía, cesiones, cuentas que se equilibran no en los libros oficiales, sino en la aritmética de las mayorías parlamentarias. El país, de nuevo, reducido a trueque: unas competencias por unos votos, un silencio a cambio de una estabilidad precaria.
Y en paralelo, Miguel Tellado alza la voz. Con verbo áspero acusa al presidente: de no tener vergüenza, de amparar al hermano, de convivir con los escándalos. Cita la Fiscalía, las pulseras fraudulentas, los tribunales, los silencio culpables. Quiere un Gobierno «sin tuiteros ni puteros», dice, con ese tono que mezcla indignación y cálculo político. Y en su voz resuena lo que muchos murmuran en la calle: que el poder se ha vuelto un espectáculo, una sucesión de titulares donde la moral ha quedado relegada a la categoría de adorno.
Así, se va formando un fresco: en un lado, la autocaravana inmóvil como símbolo de privilegio callado; en otro, la mesa de negociaciones donde Zapatero y Puigdemont intercambian papeles como mercaderes en un zoco; en un tercer plano, la tribuna donde Tellado dispara acusaciones que son, al tiempo, reflejo de la indignación y herramienta de oposición.
¿Y qué queda de todo esto? Una sensación de fragilidad. Una operación fallida, como titulaba un columnista reciente: la democracia convertida en escenario de maniobras, en campo de batalla donde se improvisa cada día. Nada permanece: ni las promesas, ni las convicciones, ni siquiera la vergüenza.
España es siempre lo mismo: pequeñas anécdotas que resumen grandes desórdenes. Una autocaravana aparcada donde no debía estar; una negociación tejida en susurros; un político que acusa a otro de desvergüenza; y, en medio de todo, un país que contempla atónito, resignado, quizá irónico.
El paisaje es este:
—El hermano que estaciona en la Moncloa.
—El expresidente que pacta con el exiliado.
—El opositor que dispara palabras gruesas.
—El ciudadano que se pregunta si todo esto aún tiene sentido.
Y mientras tanto, la autocaravana sigue allí, impasible, convertida en metáfora. Porque en España los objetos hablan más que los discursos, las sombras pesan más que las voces, y el tiempo avanza despacio, revelando en lo menudo la decadencia de lo grande.
José Rivela Rivela es profesor de artes en el IES de Celanova (Orense)