El psicópata que ve catástrofes y las gestiona para que le beneficien
Si hay justicia, terrenal y divina, Sánchez pagará por sus reiteradas negligencias en los dramas que hemos padecido
Este periódico se dedica meses a investigar por qué ocurren ciertas cosas, qué hay realmente detrás de lo que ya parecen y cómo demostrar que nada de ello es casual y que responde a una premeditada combinación de decisiones y silencios nada fortuitos. Es menos vistoso a veces que un audio de Koldo y Ábalos repartiéndose mujeres como participantes en una feria del ganado a peso o Leire Díez grabada mientras urde una asquerosa operación para desactivar a la UCO, pero ofrece conclusiones irrebatibles y retrata como nada al poder.
Lo sé de buena mano porque yo mismo firmo una parte importante de ese laborioso trabajo de un equipo de juristas y periodistas, dirigido por el mayor especialista en España de esta modalidad casi científica de la investigación periodística que es mi hermano Julio, que cada mañana se hacen la pregunta oportuna y buscan la respuesta para que El Debate no se limite solo a formular teorías razonables o críticas fundadas y consiga demostrar, de manera irrebatible, la realidad de los hechos.
Eso ha servido, entre otras cosas, para evidenciar cuál ha sido la estrategia seguida por el presidente del Gobierno en las tres grandes catástrofes que ha sufrido España desde que él ostenta el mando, más definitoria aún de su catadura y del peligro que comporta los infinitos casos de corrupción o las inaceptables rendiciones para comprarse la investidura.
Esos dos frentes perfilan a un político sin escrúpulos ni principios, dispuesto siempre a todo para lograr beneficios personales a costa de los intereses nacionales y a permitir que su entorno haga lo mismo si a cambio le dan la cobertura que necesita: sea en casa, en el partido o en el Gobierno; a Sánchez nunca le ha importado las tropelías de Cerdán, Ábalos o Koldo si, mientras, le engrasaban las Primarias, la moción de censura o los acuerdos con Junts, el PNV y Bildu; dejando en al aire como única duda si además de lucrarse políticamente de sus andanzas lo ha hecho personalmente.
Y otro tanto con su familia: que Begoña esté feliz y David ocupado, con el bienestar familiar que eso le confiere, ha primado sobre la decencia más elemental y tal vez el Código Penal, en otro viaje a las sentinas morales que hace de Sánchez el capitán Nemo de las infinitas leguas abyectas sin fin.
Pero sus omisiones con la dana, el gran apagón o los pavorosos incendios retratan, además de lo anterior, a un psicópata de manual y a una mala persona, capaz de sacrificar incluso la tendencia natural del hombre a la humanidad y al auxilio cuando alguien, en sus narices, lo está pasando mal. Y demuestran que, hasta en esos momentos, en Sánchez se activa antes el cálculo político que la responsabilidad institucional y la mera humanidad.
Para que se entienda esto, una imagen primero y luego una certeza legal. La imagen es la de Sánchez utilizando esos tres dramas para viajar por el mundo pontificando sobre las «emergencias climáticas» o la «transición energética», como un apóstol de la buena nueva que soporta sobre sus espaldas, además, la tragedia de haber sufrido en primera persona las consecuencias de no obedecer sus profecías, en adelante impuestas a golpe de decreto, sablazo fiscal y reeducación colectiva.
Y la certeza es que ese discurso se convirtió en obligaciones competenciales para él mismo, por decisión propia, al incluir ese tipo de situaciones exactas en el decreto presidencial que le faculta y obliga a activar la Ley de Seguridad Nacional y a ponerse al frente de la respuesta de la Administración, coordinando al resto y movilizando los recursos del Estado necesarios para reducir el impacto de cada tragedia.
No lo digo yo, lo dijo Sánchez de su puño y letra, señalando específicamente las grandes inundaciones y los incendios, entre otras amenazas, como objeto prioritario e indelegable de su propia gestión, con un argumento cargado de lógica: si el desafío supera las fronteras tradicionales de la capacidad local, la respuesta debe ser del máximo rango. No es una opinión ni una posibilidad: es un hecho y el mismo presidente lo recogió así con su rúbrica.
Un país serio está preparado para prevenir o atender los grandes desafíos que le plantea la vida, también para compensar la inutilidad de un presidente autonómico o la insuficiencia de los recursos de que disponga. Y desde luego para que esa lógica se traslade a una normativa que ordena la prevención y la atención cuando algo grave puede ocurrir o desgraciadamente sucede.
Para Sánchez nada de ello es importante cuando llega el momento de la verdad: su negligencia preventiva, escandalosa y digna de una investigación parlamentaria y judicial, y su explotación política posterior (nada novedosa, ahí tienen el 11-M, el Prestige o los cribados andaluces en la misma línea de tiempo de utilizar el dolor ajeno para un fin espurio); retratan a un psicópata sin principios ni emociones, capaz de ver en la muerte y la devastación una oportunidad.
No de poner en funcionamiento su propia doctrina, sino de cargarse a un rival, esconder de paso su dolosa incompetencia y, a ser posible, hacer una gira mundial como heraldo de la Agenda 2030, como si fuera el hermano mayor de Greta Thunberg o la reencarnación de Gandhi, mientras disfruta viendo a Valencia ahogada, a Zamora quemada y a España apagada y él, pirómano empedernido, se disfraza de bombero.