Honrar al proxeneta
No es delito siquiera que una hija reciba dones inmobiliarios con origen en las turbias empresas de su progenitor
Tener por suegro a un proxeneta no es delito. Uno elige cónyuge. No familia de cónyuge. En el plano moral, es de suponer que semejante cercanía dé –seré muy moderado– un poco de asquito, eso sí. Porque, no solo es el del «proxeneta» ese delito que tipifica el Artículo 187 del Código Penal Español como «el que, empleando violencia, intimidación o engaño, o abusando de una situación de superioridad o de necesidad o vulnerabilidad de la víctima, determine a una persona mayor de edad a ejercer o a mantenerse en la prostitución», delito «castigado con las penas de prisión de dos a cinco años y multa de doce a veinticuatro meses». Es, además de ese codificado aspecto penal, en lo moral como en lo estético, un modo de ganarse la vida unánimemente juzgada, repugnante: enriquecerse, comerciando con el sexo ajeno, no es la más elegante, desde luego, de las actividades empresariales. Más, ni delito, ni moral, ni estética tienen por qué dar arcadas al yerno del proxeneta. Salvo en las familiares cenas navideñas, tal vez. Siempre, naturalmente, que el tal yerno no tenga ni haya tenido parte ni beneficio en el sórdido negocio de su suegro.
Pero la foto que publicó ayer El Debate habla de otra cosa: ni penal, ni moral, ni estética. Otro asunto de envergadura muy distinta. En la foto, el ya fallecido propietario de una red de urbanos balnearios para cópulas venales es cariñosamente acogido por su hija. Nada más noble. Hasta ese tipo de sujeto tiene derecho a recibir su cupo de filial afecto.
Que ambos preserven, por encima de minucias laborales, el esencial vínculo tribal, nadie podrá decir que no sea admirable. En todos los sentidos. Lo que nos deja atónitos es el lugar y la circunstancia. El lugar es el palco de invitados del Parlamento español. La circunstancia, la investidura de Pedro Sánchez Pérez-Castejón como presidente del gobierno de España en julio de 2019.
La Tribuna de Invitados es un lugar de honor, dentro del espacio más al honor consagrado por un Estado democrático: el parlamento, en el cual reside constitucionalmente la representación de todos los españoles, a izquierda como a derecha, votantes como abstinentes. No se accede a tal Tribuna más que por la invitación de esos diputados a los que se les supone que, en el ejercicio de su cargo, actúan siempre en nombre de la ciudadanía que les dio provisional escaño, sueldo y privilegios. Si un proxeneta tiene asiento reservado en esa tribuna, es porque, necesariamente, alguien relevante en la jerarquía parlamentaria ha juzgado el honor del personaje tan alto como para merecer la distinción.
No, no es un delito. Ni siquiera tiene porque ser motivo de incompatibilidad moral o estética. No es delito siquiera que una hija reciba dones inmobiliarios con origen en las turbias empresas de su progenitor: el amor paterno-filial no se para en ese tipo de agrios matices. Un padre podrá ser lo que quiera, pero es un padre. Y una propiedad inmobiliaria vendrá de donde venga, pero es una propiedad inmobiliaria, en un mundo en el que los inmuebles se han trocado en don casi milagroso No, no es un delito.
Pero, de todas las fotos obscenas que hemos ido embaulándonos en los tres últimos años, esta es, con diferencia, la más hiriente. Porque afecta a la legitimidad del templo representativo de la nación. Al lado de ella, las poses de las pilinguis de Ábalos y Koldo se quedan en estampitas de tiernas colegialas con dengues picarones. Pero, ¿un delito? No.