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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Un Rey muerto en el destierro

Lo dijo Felipe y lo suscribe cualquiera con algo de afecto por España: si Juan Carlos muere desterrado, tendremos un problema serio

El Rey Juan Carlos ha publicado una de sus biografías, tal vez no la única interesante, ya válida para confirmar que los odios que tuvo los retiene. Básicamente vienen de las mismos meridianos ideológicos, si acaso lo suyo tiene otra ideología más allá de la codicia en todos los órdenes, que consideran imprescindible exiliarle, reprobarle y a ser posible encarcelarle y, a la vez, defienden la reinserción de Otegi, la amnistía a Puigdemont, el indulto a Junqueras y todas las rendiciones que cada una de esas cosas supone, con una única compensación para Pedro Sánchez: él arrodilla a España, sí, pero es presidente.

Establecer un hilo conductor entre Franco y Juan Carlos I, como si además de ladrón y amante compulsivo careciera de legitimidad de origen; también pertenece al mismo esquema político que se salta la Transición para simular un Rey franquista pero, por contra, borra el origen etarra de Bildu, y por tanto la memoria de las víctimas, y resta importancia al impulso independentista de los socios, estableciendo un relato del presente abrumador: hay que mirar al pasado remoto para meter en el sarcófago ultraderechista a toda alternativa, sea política, judicial, mediática o institucional, con un letanía falaz; pero ojo con mirar al pasado reciente para recordar que le debes el cargo a un terrorista, un golpista y un prófugo.

Ahí es donde hay que ubicar al Rey Juan Carlos, de cuyo impacto en la vida política ha hecho el mejor análisis Felipe González al insistir en que España tendría un problema de Estado si le permitiera morir en el extranjero.

Lo dice quien culminó la Transición al demostrar que la socialdemocracia podía gobernar sin levantar muros ni excavar trincheras, con un deseo sincero opuesto al de Sánchez, que sí quiere altos tabiques y destruye todos los puentes convencido de que solo tiene una triste oportunidad de sobrevivir si pone al país en modo guerracivilista.

Pero es verdad que dejar morirse fuera a uno de los arquitectos de la democracia, con un catálogo de luces infinitamente superior a su currículo más sombrío, tendría un efecto pernicioso: si desaparece el timón del 'Régimen del 78' y lo hace lejos y con oprobio; los enemigos de esa idea y ese legado tendrán más sencillo imponer su peligroso relato de que España tiene que abrir un nuevo periodo constituyente. Si muere exiliado el Rey, mueren con él las defensas constitucionales y ese proyecto kamikaze de reorganizar el país bajo el prisma de las necesidades de este PSOE, chantajeado ad infinitum por sus aliados, encontrará el ecosistema imprescindible para ser regado y justificado.

Si el resumen de aquella época es un sinvergüenza huido y corrupto, muerto en la indigencia reputacional, ¿cómo no va a tener sentido demoler la Constitución y apostar por un modelo confederado, federado, republicano o como se inventen llamar a un sistema simplemente frentepopulista?

Un indicio de esto lo tenemos a la vuelta de la esquina, con la supuesta celebración el 21 de noviembre del «50 aniversario de la entrada de la democracia en España», la mentira con la que Sánchez ha querido montar su carnaval antifranquista, confundiendo el fallecimiento del dictador con la apertura democrática del país para hacerle ver a los españoles que su dura pelea contra el franquismo es la única manera de defender la democracia y justifica cualquier maldad que en el futuro se le ocurra para ganar esa batalla.

A ese acto no acudirá Juan Carlos porque no ha sido invitado, prologando así el relato que se quiere escribir cuando cruce la célebre laguna Estigia en una barca donde llevará, en vez de monedas, un ejemplar en desuso de la Carta Magna y el prestigio demolido de esa magna obra de reconciliación protagonizada por los españoles y liderada por un buen puñado de patriotas, tan antagónicos como Suárez y Carrillo, bajo el palio monárquico.

No es Juan Carlos quien se merece honores, aunque tampoco desprecios, es su obra. Y persiguiéndole a él, se desprecia lo que hizo y hasta ETA acabará pareciendo menos mala que aquel contubernio de gentuza de 1978.

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