Mi escopetilla
Y para mi humilde e insignificante persona, fue un día especialmente nostálgico. Entre las armas apisonadas, se hallaba mi vieja escopetilla de perdigones, que sólo sirvió para matar serpientes, ratas, urracas y horadar latas vacías de leche condensada Nestlé
Acto solemne. Su Alteza Social el Príncipe de Doñana y Duque de La Mareta, Su Persona, convocó y presidió un simulacro de destrucción de armas confiscadas a la banda terrorista ETA. La escenografía, a cargo de Iván Redondo. Palabras huecas de Su Persona, frías y distantes. Ambiente de bucle melancólico.
Su Persona presidía el escenario donde se iban a destruir las armas supuestamente incautadas a sus actuales socios de Legislatura. Dos rectángulos de armas en el suelo, y una apisonadora, bastante chunga, dispuesta a pasar sobre el armamento de los terroristas para espachurrarlo sin miramientos. Invitados oficiales sentados en forma de abanico, guardando las distancias y muy limitado entusiasmo. Como muchos se dieron de baja a la invitación, en las últimas filas se sentaron los amigos gorrones de Su Alteza Social, que viajan y disfrutan de la Marismilla de Doñana a costa de los contribuyentes. Realzaron el acto con su presencia los embajadores de Trupinia, Petulandia y Laponia del Sur.
Pasó sobre las armas la apisonadora y se oyeron aplausos. Hoy, al ver las fotografías de las armas etarras destruidas, he sentido una enorme tristeza. Entre ellas, se hallaba la escopetilla de aire comprimido, mi escopeta de perdigones, que me fue incautada por la denuncia de un vecino cuando no había cumplido los diez años. Me la trajeron los Reyes Magos, y con ella cacé urracas, ratas y serpientes en mis años infantiles. Ahí estaba, entre otras armas etarras, como algunas escopetas de caza de calibres 20 y 12, con cañones paralelos o superpuestos, algunos Máuser –los chopos–, con los que hicimos guardia en el Servicio Militar, y más de un rifle de tiro olímpico.
A menos de un metro de mi escopetilla de perdigones, dos o tres similares. Por su aspecto y conservación no era necesaria la acción de la apisonadora. Armas oxidadas, inutilizadas y necesitadas de un chatarrero. Con ellas, metiendo en el saco mi escopeta de perdigones, los terroristas de la ETA que hoy apoyan al Gobierno de Su Alteza Social, asesinaron a casi mil inocentes. Mucha puntería. Las escopetas del 12 y el 20, también sirvieron a los terroristas de Otegui para matar becadas, perdices y palomas. Con mi escopeta de perdigones, cuando no se ponían a tiro ni las serpientes, ni las ratas, ni las urracas, competíamos los hermanos al tiro de la lata. Ubicábamos una lata de leche condensada vacía a quince metros de distancia y disparábamos sobre ella. El que escribe y firma, ganó el campeonato en siete ocasiones. Heptacampeón. Pero me la quitaron y anteayer pasó por encima de ella una apisonadora. Lo que más me duele es que haya sido acusada de pertenecer a la ETA. No merecía este final.
También se identificaron entre las armas etarras destruidas las de aire comprimido con corcho en el cañón. Se cargaban, y el corcho se introducía hasta la mitad en la boca del cañón. Apretado el gatillo, el corcho salía disparado en vuelo rasante y llegaba a alcanzar veinte metros de distancia, los diez primeros de gran efectividad si el tirador estaba dotado de puntería y pericia. A partir de los diez metros, el corcho perdía fuerza y altura, pero resultaba bastante cachondo para asustar a las abubillas y los mirlos. Las armas de la ETA. Menuda farsa.
Fue un acto triste y desangelado. Incoherente y sucio. Ninguno de los presidentes del Gobierno que combatieron con mayor o menor firmeza al terrorismo etarra –Suárez y Calvo Sotelo, ya fallecidos–, Felipe González y José María Aznar, preferentemente, asistieron a la comedia. No resulta serio presidir una destrucción de armas de la ETA, cuya mayoría jamás fueron de la ETA cuando se gobierna con la ayuda de la ETA.
Y para mi humilde e insignificante persona, fue un día especialmente nostálgico. Entre las armas apisonadas, se hallaba mi vieja escopetilla de perdigones, que sólo sirvió para matar serpientes, ratas, urracas y horadar latas vacías de leche condensada Nestlé.
Los embajadores de Trupinia, Petulandia y Laponia del Sur, que no se enteraron de nada, abandonaron el lugar visiblemente emocionados.
- Publicado en la web de Alfonso Ussía el 6 de marzo de 2021