Valiente

El gesto decidido y valiente, impulso individual, de una mujer española, ha hecho por el feminismo no subvencionado mucho más que todas las chorradas, convocatorias, proyectos de ley y palabras huecas de la ministra por amor moñudo Irene Montero.

Esta mujer, canaria de Patria Chica y española de Patria Grande, se llama Sabrina Vega, y acaba de recibir de manos de los Reyes el Premio al Deporte Reina Sofía. Sabrina –lo leo en ABC, en una crónica de Almudena Martínez-Fornés–, es siete veces campeona de España, Gran Maestra Femenina y Maestra Internacional Absoluta de ajedrez. En el ajedrez lo que manda es la cabeza, la inteligencia, y Sabrina, destaca entre sus logros haber derrotado al mismísimo Karpov en 36 movimientos. El derrotado genio ruso, de muy difícil carácter, se incorporó serio y malhumorado, pero no pudo evitar una sonrisa cuando Sabrina, su vencedora, le dedicó una reverencia de respeto.

Sabe ganar y sabe perder. Y sabe, sobre todo, estar en su sitio. Renunció en Riad, Arabia Saudí, a competir en un mundial cuando le obligó la Edad Media a cubrirse con un velo para sentarse ante el tablero. Los premios, las dietas y las recompensas eran muchas, pero Sabrina miró de frente al Medievo, se quitó el velo que le habían colocado, y abandonó la competición. De ahí que haya recibido el Premio Reina Sofía al Deporte, que reconoce al deportista que haya destacado por un gesto especialmente relevante de nobleza humana y deportiva. Les puedo asegurar, que una mujer de este valor, esta firmeza y este temple, no va a asistir a ningún tipo de manifestación feminista. La manifestación, y multitudinaria, la lleva ella en su proceder y su ejemplo.

No se habían establecido aún los Premios al Deporte, cuando presencié en el Estadio Santiago Bernabéu, siendo presidente Luis de Carlos, la ovación más cerrada, emocionada y prolongada dedicada a un futbolista. No era del Real Madrid, sino un delantero adversario. Creo recordar que se llamaba Zaballa. En un ataque contra la portería del Real Madrid, De Felipe intentó despejar de cabeza un centro al área, y chocó con el portero. Los dos quedaron conmocionados en el suelo. El balón le llegó a Zaballa con la portería libre para empujarlo hacia el gol. Y Zaballa lo mandó de un patadón a la banda y acudió a interesarse por sus adversarios heridos. De haber existido el Premio a la Nobleza en el Deporte, lo habría ganado sin discusión. Pero en el gesto noble y formidable de Zaballa no había riesgo político. Fue una reacción de señorío emocional.

Lo que ha hecho Sabrina Vega en ese campeonato del mundo celebrado recientemente en Riad en pleno siglo X, adquiere y suma el valor del riesgo. El feminismo enfermizo no tolera las lecciones del feminismo de verdad. Ya puede Irene Montero llenar, con su infinita capacidad para decir y escribir estupideces –con faltas de ortografía y todo–, foros, documentos y convocatorias, que al final, el simple gesto de una mujer valiente deja en ridículo todas sus necedades y obsesiones sexuales. Irene Montero cohabita con un individuo moñudo, que ha sido generosamente financiado por Irán, donde las mujeres van vestidas de negro y con 'burka', a tres pasos por detrás de los hombres, y son lapidadas hasta la muerte si experimentan la acusación de adulterio o desobediencia al varón.

Las dromedarias de Irán tienen más derechos que las mujeres iraníes. Y que los hombres homosexuales, que por el mero hecho de serlo, son colgados en las plazas, a la vista del público, de grúas y horcas. Y nos habla de feminismo, la tía.

Sabrina Vega es la feminista. Sucede, que además es joven, guapa, atractiva e inteligente. Y eso el feminazismo de las feas no lo perdona.

No puedo sentirme, como español, más orgulloso de una compatriota, campeona del mundo en el juego de la inteligencia, el cálculo y la reflexión capaz de arrear un sopapo con un gesto valiente al feminismo majadero y subvencionado, y a la Edad Media, simultáneamente.

Bravo por ella.