Adolfo Suárez y los Autos de Fe
No se puede señalar a un muerto por unos hechos de hace medio siglo que denuncia alguien sin pruebas ni dar la cara, pero esto es lo que han creado
La caza de brujas, y de cerdos, abierta en el PSOE, tiene un punto de justicia poética. De allí, y de sus socios, salieron varias ideas peligrosas que, aliadas con leyes sonrojantes, explican la facilidad para el linchamiento colectivo: la palabra de la mujer era suficiente para condenar, el heteropatriarcado como explicación de todo, la naturaleza congénita violadora del hombre, la posibilidad de que una denuncia anónima, ajena a los cauces policiales y judiciales, fuera suficiente para asesinar civilmente a cualquiera por hechos de hace tres décadas; partieron de las mismas sentinas que ahora tragan, por litros, su propia medicina.
Huelga decir que hay mucho guarro suelto, que no hay mujer que no haya sufrido algún episodio inaceptable en su trabajo o fuera de él, que sufren un tipo de violencia específica de su género (sea la razón oficial y única, necesaria para el negocio, u otras más relacionadas con la burda superioridad física y no a las taras educativas) y que, en general, ellas lo tienen más difícil: a ver si porque Irene Montero y compañía sean unas energúmenas vamos a obviar lo que puede comprobarse preguntándoles a las mujeres de nuestras vidas, mucho más cabales y sin los intereses económicos y políticos, siempre bastardos, de ese coro de hiperventiladas. Todas tienen algo que contar, para vergüenza un poco de todos.
El problema es que los Me too han derribado las imprescindibles garantías que, junto a la protección de las víctimas, conforman el marco jurídico, mediático y social imprescindible para distinguir un Estado de Derecho de un Auto de Fe: ponerse del lado de la víctima no equivale a destruir el derecho del acosado a la presunción de inocencia, ni la palabra puede ser suficiente para decidir un veredicto.
Y mucho menos cuando ni siquiera se recurre a los tribunales y basta con filtrar una denuncia clandestina, sin una firma detrás, por unos supuestos delitos que ocurrieron hasta medio siglo antes y con el presunto agresor fallecido, como ha pasado ahora con Adolfo Suárez: ni aunque fuera culpable, y nadie ha presentado prueba alguna al respecto, es más presentable el tratamiento que en este momento se le ha dado al asunto. Básicamente, el de una cortina de humo soflamada con negligencia por la «televisión de todos» para desviar la atención sobre el cúmulo de calamidades y escándalos que adornan al peor presidente de la democracia, que ya es decir con Zapatero en el concurso.
Solo quienes han dado pábulo a esos tribunales paralelos y se han disfrazado de juez Lynch violeta durante años carecen ahora de autoridad moral para quejarse de que su propio veneno les paralice, tras quedar retratados como cómplices de acosadores a los que se protegió hasta que, en un vulgar pero eficaz ajuste de cuentas interno entre facciones del socialismo en derribo, se dieron a conocer. No por buscar la justicia, sino por dañar a la tribu opuesta del mismo valle de lágrimas que ya es el PSOE.
Pero hasta de ellos habrá que decirlo: sigue estando mal, como concepto general y sin entrar en casos concretos repugnantes, que se acabe con la vida civil, profesional y pública de nadie por un testimonio anónimo, y sigue siendo un horror que a la desaparición del derecho a la defensa se le añada la equiparación del maleducado y el baboso con el violador, pues si todas son víctimas ninguna termina siéndolo del todo. Y las hay, muchas, demasiadas, y quien lo niegue es un insensato y un cretino.
Quisieron meter en la cárcel a Luis Rubiales como si fuera el salvaje de «El chicle», asesino de la pobre Diana Quer, y la consecuencia de eso fue una ley que auxilió a 1.200 violadores y pederastas y la consolidación de la idea de que todos son agresores mientras no demuestren lo contrario.
Que se fastidien, con jota, todos los cargos socialistas que aplaudieron con las orejas esa justicia «del pueblo» y ahora la padecen en primera persona, mientras bucean en las alcantarillas a ver si consiguen empatar el partido al menos, aunque sea al precio de ofender gratuitamente la memoria de Adolfo Suárez, sin darse cuenta de que un día de estos le puede salir una denuncia así al propio Pedro Sánchez y a ver con qué cara lo desmonta: abrieron esa caja de los truenos y no se le adivina fondo. Una pena, sí, pero saquemos las palomitas, que divertido es un rato.