Cartas al director
Vidas de mentira
Basar la propia vida en la mentira no debe ser fácil, incluso puede que sea fatigoso. Y es que se requiere un alto nivel de adiestramiento para fingir constantemente. Es imprescindible contar con un don especial para interpretar la farsa, también para la manipulación, la intriga, la apariencia, la hipocresía...Pero sobre todo hay que carecer de toda virtud, rechazar los escrúpulos y poseer buena memoria para sostener la mentira sin que el subconsciente te la juegue dejándote al descubierto. Abundan los casos de mentirosos e impostores célebres que inspiraron novelas y películas.
Desde El talento de míster Ripley hasta Atrápame si puedes, sin olvidar la novela El Impostor y la reciente película Marco, ambas basadas en la vida del sindicalista español Enrique —luego Enric— Marco, a quien sus mentiras le valieron para ser honrado como prisionero de los campos de concentración nazis, y hasta fue premiado en Cataluña con la Cruz de San Jorge, de manos de Jordi Pujol, casualmente un maestro de la impostura. En la misma categoría se encuentra el recién dimitido José María Ángel Batalla, funcionario público de nivel superior, cuya vida en la Administración y la Política se ha basado, además de en la mentira, en un —presunto— delito de falsedad documental. Pero estos casos palidecen ante la figura de Pedro Sánchez, quien desde el poder se afana en normalizar la mentira —léase corrupción— como algo cotidiano, sin importarle el tremendo daño causado y el que causará. Me pregunto si estos personajes conocen el viejo proverbio: «Con la mentira se puede ir muy lejos, pero no se vuelve jamás».