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Cartas al director

De juez valiente a ministro fallido

Fernando Grande-Marlaska fue en su día un juez brillante y valiente, respetado en la Audiencia Nacional por su firmeza frente al terrorismo de ETA, el narcotráfico y el crimen organizado. Afrontó causas difíciles, muchas veces con riesgo personal, y se ganó el prestigio de la sociedad y de sus colegas por su profesionalidad y rigor. Sin embargo, al dar el salto a la política, ese prestigio se ha visto ensombrecido por una gestión decepcionante como ministro del Interior. El poder, cuando se ejerce desde la ambición personal y no desde la vocación de servicio, termina por desnudar las carencias. Marlaska es un ejemplo doloroso de ello.

Algo parecido ocurrió con Baltasar Garzón. Nadie puede negar que fue un juez con una trayectoria valiosa: pionero en la instrucción de grandes casos contra el terrorismo, el narcotráfico o la corrupción. Su nombre quedó ligado a investigaciones que marcaron un antes y un después en nuestra justicia. Pero, cegado por la ambición política, terminó confundiendo protagonismo con servicio público y acabó perdiendo la credibilidad que tanto esfuerzo le había costado construir.

La gestión de Marlaska sigue un camino aún peor. Su trato a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado ha generado malestar y desconfianza. Quienes arriesgan la vida por defender la legalidad merecen respaldo y condiciones dignas, no improvisación ni abandono. Hoy mismo vemos cómo, en el sur de España, se reduce el número de agentes en zonas especialmente sensibles, poniendo en riesgo tanto a los ciudadanos como a quienes deben protegerlos.

Se suele decir: «zapatero a tus zapatos». Ser un buen juez no garantiza ser un buen político. Y la política, para ser digna, exige conciencia, altura de miras y auténtica vocación de servicio. Cuando falta todo ello, la ambición solo degrada las instituciones y arruina trayectorias que parecían intachables.

Carmen González Coello

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