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28 de abril de 2024

Editorial

Pierde España

La alianza de perdedores para evitar la investidura de Feijóo solo propone como alternativa la destrucción de la unidad nacional y de la Constitución

Actualizada 01:30

Alberto Núñez Feijóo ganó las elecciones generales y perdió ayer la posibilidad de lograr su investidura, pendiente de otra votación el viernes que nada cambiará salvo sorpresa, pero salió del trance convertido en la referencia de la España que se opone a los cambalaches de Pedro Sánchez para lograr la Presidencia.
Nunca se puede tildar de derrota la defensa de los intereses nacionales, de la cohesión constitucional y de la decencia política; como tampoco se puede calificar de éxito prescindir de todo eso para alcanzar un objetivo personal.
En el primer caso se encuentra el líder popular, que sale reforzado de una investidura fallida por razones evidentes: consiguió retratar a su adversario socialista, capaz de completar sus escasas fuerzas propias con apoyos interesados suicidas para España; y además logró hacer visible ante los españoles una alternativa sólida, basada en la igualdad de todos los ciudadanos y territorios y en la hegemonía de la Constitución sobre los anhelos de algunas minorías, tan irrelevantes como influyentes gracias al PSOE.
No es ningún fracaso, pues, sino una demostración fehaciente de que España puede gestionarse sin asumir la delirante agenda de Junts, ERC, Bildu o el PNV, cuya importancia no atiende al peso real que tienen en la sociedad, sino a la hegemonía artificial que les confiere un político desesperado como Sánchez.
Feijóo ha tenido la virtud de situar a Sánchez frente a su espejo, enterrando la falacia de que existe un «bloque social» cohesionado, con un proyecto común en favor de España y capaz de articularse para compensar la derrota socialista en las urnas.
Las alternativas son la Constitución o su degradación, y que Sánchez esté ubicado en la segunda opción convierte al PSOE en un peligro institucional de primera magnitud: está dispuesto a conservar su poder a costa de entregárselo a continuación a partidos que solo lo investirían para culminar su proyecto rupturista.
El aspirante popular se despidió del Congreso señalando, con razón, que la solemne sesión parlamentaria había tenido la virtud de retratar a todos, con especial crueldad en el caso del candidato socialista.
Su silencio, impropio de un presidente en funciones, atestigua la indignidad de sus planes, tan nefastos como para escondérselos a la ciudadanía en un magma de consignas, falsedades y oprobios destapados por Feijóo.
Los españoles han situado a Sánchez en su sitio, con otro de los peores resultados históricos del PSOE y una clara derrota ante el PP, pero la aritmética parlamentaria puede compensar su déficit democrático si concede una amnistía y con toda probabilidad un referéndum a quienes, en realidad, deberían encontrar en el presidente del Gobierno su primer obstáculo.
La decencia de Feijóo queda reflejada en la miseria de Sánchez, que no representa ninguna mayoría social ni, tampoco, bloque de progreso alguno: es la codicia política personificada y dispuesta a ceder lo que no está en su mano con tal de alcanzar una meta negada en las urnas.
Es de esperar que la sociedad española y las pocas instituciones que se resisten a la deriva antisistema del PSOE encuentren la fórmula, cívica y democrática, para contener y denunciar la impropia hoja de ruta de un personaje sin otro plan que perpetuarse al precio que sea. De momento pierde España, pero es de desear que encuentre la manera cívica de evitar el desastre encarnado por un deplorable dirigente político de saldo.
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