España clama y clamará contra Sánchez
La ciudadanía se ha levantado contra los abusos de un Gobierno convertido en el mayor aliado de la ruptura, y no va a callarse hasta que la escuchen
Muchos cientos de miles de personas se manifestaron ayer sábado en Madrid, y a buen seguro millones lo hicieron anímicamente también en toda España, para lanzar un poderoso alegato de la sociedad civil contra el fraude constitucional, político y moral que le ha permitido a Pedro Sánchez, a costa de la estabilidad de España, conservar espuriamente el poder.
Frente a mensajes pesimistas que consideran irremediable el daño causado a la Nación, la respuesta pacífica y democrática de los ciudadanos es un poderoso antídoto que han de entender y encauzar los restos del Estado de derecho, las instituciones europeas, los partidos políticos de la oposición y los escasos medios de comunicación que no rinden pleitesía interesada al negligente líder del devaluado PSOE.
La imagen de la calle repleta de gente corriente, a plena luz del día, pacífica y a cara descubierta, desmonta también la burda manipulación que quiere hacerse de la protesta, con una caricatura obscena que convierte la disidencia democrática en una especie de trama violenta y golpista incapaz de aceptar el resultado de la aritmética parlamentaria.
La ciudadanía clama, y lo hace cívicamente, al margen de manifiestos de militares jubilados y de algaradas violentas marginales en Ferraz, que solo son la representación global de la protesta para quienes quieren evitar, minusvalorar y criminalizar la resistencia democrática de millones de españoles ante el abuso perpetrado por un dirigente sin escrúpulos ni principios.
La marea cívica, que ya se movilizó el domingo pasado en las 52 capitales de provincia, defiende la Constitución de España, replica al burdo cambalache aceptado por Sánchez para mantenerse en La Moncloa y dibuja la línea roja que jamás debiera haberse saltado un aspirante a presidir el Gobierno.
Porque no hay que engañarse, pese a la ensordecedora propaganda que acompaña y blanquea las tropelías de Sánchez: ha intercambiado su Presidencia por la impunidad de quienes, de manera pública, solo aceptan respaldarle si él se convierte en acelerador y cómplice de los delitos y de los objetivos que les llevaron a la cárcel o a la huida al extranjero.
Frente a esa falacia que presenta los pactos del PSOE con el separatismo como una manera de mejorar la convivencia y alcanzar la pacificación, quedan las evidencias de lo contrario: el separatismo se siente más autorizado que nunca para culminar sus planes y la fractura social provocada por todo ello ha logrado trasladar la crispación al conjunto de España.
Los ciudadanos se sienten atacados por su Gobierno, que ha conculcado su condición de obstáculo primigenio de los planes rupturistas de una minoría radical para transformarse, de manera sonrojante, en su mayor aliado para hacerlos prosperar.
La amnistía no reintegra al independentismo en el constitucionalismo, con una aceptación pública de sus excesos y una renuncia expresa a sus fines, sino que le otorga un cheque en blanco para rematarlos con la intolerable colaboración del Gobierno de España, empeñado en demoler el Estado de Derecho para satisfacer las exigencias de los extorsionadores a los que llama aliados.
Y los acuerdos que secundan esa ley de impunidad terminan de completar la rendición de Sánchez, que no puede ser también la de España. Porque cabe recordar que el PSOE ha asumido por escrito el relato de Puigdemont sobre los orígenes históricos del conflicto; ha aceptado la mutación del Golpe de Estado de 2017 en un episodio de represión española y ha suscrito la necesidad de resolverlo todo con un proceso de verificación internacional rematado con un referéndum de autodeterminación. Todo ello recordado por los beneficiarios de ese negocio nefando, a los cinco minutos de ser oficial su investidura.
Sánchez no es presidente por haber logrado reunir una mayoría parlamentaria en torno a un proyecto común enraizado en la igualdad legal, económica y social entre españoles; sino por aceptar la ruptura de esos principios en favor de una minoría radical, irrelevante en el conjunto de España, que tuvo los escaños justos para decantar la balanza en favor de un reiterado perdedor en las urnas.
La España que ayer se movilizó es la de la Transición, la de la convivencia, la de la igualdad, la plural de verdad, la cívica, la constitucional y la que hizo de la reconciliación y la democracia sus principios fundacionales para integrar en un espacio habitable sensibilidades, creencias y opiniones distintas. Su voz debe clamar cuantas veces sea necesario, pues de ello depende que el atraco constitucional perpetrado se asiente definitivamente o fracase con el estrépito que merece.