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En primera líneaPablo Calvo-Sotelo

Cáscara amarga

Estamos ante el terror de Ana Belén a ser rechazada por el grupo, por su casta de izquierdas, por los suyos. Su objetivo no es la verdad, sino mantener la pertenencia identitaria a un grupo que siente como propio

Actualizada 01:30

En Cinco horas con Mario hay un pasaje que dice así: «Por mucho que te rías, Mario, don Nicolás es un hombre de la cáscara amarga, no sé si de Lerroux o de Alcalá Zamora pero significado y, desde luego, muy rojo, de los peores, de los que no acaban de dar la cara».

A doña Ana Belén hay que reconocerle que, aun siendo de la cáscara amarga, no es de las peores pues, es verdad, siempre ha dado la cara. Ella no debe de tener muy claro quiénes fueron Lerroux y Alcalá Zamora, qué importará eso, pero es una significada representante de ese peculiar club de las cortezas amargas.

No acabo de entender ese amargor, esa pesadumbre en alguien como Ana Belén con esa vida en tantas cosas ejemplar, tan envidiable, llena de éxitos y reconocimientos.

¿De dónde sale tanta amargura?

El otro día en TVE saltó Ana Belén con meloso descaro, sin despeinarse, a dar la cara: versión militante de la subida al escenario. Tiene tablas. Igual de estilosa a sus 72 años, en menos de un minuto, sin ruborizarse, tuvo la desfachatez de decir (¡cuatro veces!) que en la Transición española «murió mucha gente, asesinaron a mucha gente», repetía compungida. No se refería a los asesinatos de ETA, del GRAPO o de otras organizaciones terroristas de extrema izquierda (muertos que se cuentan por cientos), ¡qué va!, se refería los asesinatos de la extrema derecha. Que yo sepa, durante la Transición, la extrema derecha participó en la abominable matanza de los abogados laboralistas de Atocha, y en el asesinato de los estudiantes Germán Ruiz y Yolanda González, también execrables. Prosiguió Ana Belén en modo actriz vanagloriándose de la inmensa suerte que tuvo al vivir comprometida ese periodo histórico y no morir en el intento, pensé yo.

Un hecho histórico tan complejo, exitoso y único como la Transición española que causó tanto asombro y reconocimiento internacionales, estudiado en docenas de Universidades del mundo entero, puede ser descrito de muchas maneras: la transformación pacifica de una dictadura en una democracia moderna; el consenso de los partidos políticos que optaron por el interés general y no el partidista plasmado en la Constitución de 1978; la madurez y serenidad del pueblo español; la creación del Estado de las Autonomías; la Transición Exterior que nos saca de un aislamiento crónico. Hay muchas cosas de las que hablar, muchas ideas entrelazadas: entierro del odio, cambio pacífico, reconciliación, consenso, superación, sacrificio, renuncia, serenidad, perdón, prójimo, modernidad, Constitución… Con todo ese material (vivido) a su alcance, a Ana Belén tan sólo se le ocurre el disparate de que asesinaron a mucha gente y el sesudo adjetivo «importante», repetido nerviosamente, para calificar semejante periodo histórico. ¡Que sequía! Estragos del cambio climático, ya saben.

Ilustracion ana belen

Lu Tolstova

En todo este comportamiento, como vemos, hay ignorancia, pero también estrategia y calculada maldad: burros cargados de malicia. Hoy en España la mitad del electorado tiene una idea muy vaga de lo que fue la Santa Transición. Un electorado que vota, al que hay que amedrentar y con su miedo construir ese muro de contención con los ladrillos de la mentira frente a las putrefactas aguas de la extrema derecha, pantano en el que nos encontramos todos los que no pensamos como ellos, o sea, la mitad de los españoles. Esta es hoy la única estrategia de la izquierda.

¿De dónde sale tanta amargura?

Para encontrar respuesta a esta pregunta habría que acudir cuando menos a los psicólogos argentinos que, ya sabemos, tienen para todo una explicación convincente, incluso para lo enigmático. Sin embargo, para que no me encasillen con Milei, voy a acudir, en esta ocasión, a un psicólogo canadiense, Paul Bloom, que acaba de publicar Psico en España. Dice Bloom en una entrevista en El Mundo: «Tendemos a interpretar la información de manera que refuerce lo que deseamos sea verdad. En política pasa igual, deseamos creer las cosas más terribles sobre nuestros enemigos.» ¿No ven ustedes ahí el asesinaron a mucha gente?

Continúa el profesor de Yale: «Actuamos como soldados defendiendo una trinchera. Cuando escuchamos hablar al otro bando político muchas veces pensamos que son idiotas (aquí el Sr. Bloom me ha pillado con el carrito del helado) por creer algunas cosas, de acuerdo, vale, pero para algunos puede ser racional creerse esas tonterías porque como criaturas sociales nuestro objetivo no es siempre la verdad sino llevarse bien con los demás, con los nuestros.» (El destacado es mío).

En esto último está, a mi juicio, la clave. Estamos ante el terror de Ana Belén a ser rechazada por el grupo, por su casta de izquierdas, por los suyos. Su objetivo no es la verdad, sino mantener la pertenencia identitaria a un grupo que siente como propio. Por eso miente y distorsiona la realidad. No quiere perder su identidad como en su magnífica canción Desde mi libertad.

Déjenme para terminar solo dos renglones de psicólogo porteño: el pecado original de todo lo que les estoy contando está en el malvado y aborrecido capitalismo que le ha hecho legítimamente rica y caer en la trampa de la sofisticada y hueca vida burguesa. Ella no se lo perdona; el Grupo, sí, porque valora mucho su vertiente de soldado entregada a la causa. Por eso da la cara.

Cuando la cáscara amarga les contagie la amargura, esto ocurre, lean ustedes a Alfonso Ussía y a Luis Ventoso porque sus columnas, como las películas de vaqueros, limpian el alma.

«Por mucho que te enfades, Xabier (Fortes), doña Ana Belén es una mujer de la cáscara amarga, no sé si de…»

¡Le digo a usted Guardia!

  • Pablo Calvo-Sotelo es abogado
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