Y cuando estaban en el campo, lo mató
Participo de los valores incluidos en la oración encontrada en el cadáver del teniente Ortiz de Zárate, fallecido en acción de combate en Ifni, que, entre otras cosas decía: «Pon destreza en mi mano para que mi tiro sea certero. Pon caridad en mi corazón para que mi tiro sea sin odio»
Narra el libro del Génesis de la Biblia, en su capítulo 4 entre los versículos 6 y 8, el relato del primer asesinato de la historia de la humanidad, cuando el Señor dijo a Caín: «¿Por qué te enfureces y andas abatido?, ¿No estarías animado si obraras bien?; pero si no obras bien, el pecado acecha a la puerta y te codicia, aunque tú podrás dominarlo». Caín dijo a su hermano Abel: «Vamos al campo». Y, cuando estaban en el campo, Caín atacó a su hermano Abel y lo mató».
No cita el relato bíblico la existencia de arma alguna para llevar a cabo esta execrable acción, aunque la iconografía clásica y la tradición verbal nos ha hecho llegar la existencia de la quijada de un asno como herramienta utilizada por Caín para llevar a cabo su homicida acción. La Biblia no la menciona, como tampoco menciona que el fruto prohibido del cual comieron Adán y Eva como origen de todos nuestros males y perversidades fuera una manzana, ni que San Pablo en el momento de su conversión cayera de caballo alguno pues, según el relato de los Hechos de los Apóstoles: «mientras caminaba, cuando ya estaba cerca de Damasco, de repente una luz celestial lo envolvió con su resplandor y cayó a tierra». De nuevo, la iconografía clásica y la tradición verbal nos han hecho llegar la existencia de una manzana y de un caballo que no figuran, propiamente, en el relato bíblico.
Volviendo al asesinato de Abel por Caín no hubo arma alguna, propiamente dicha, para llevar a cabo este homicidio. Sí existió, por el contrario, ofuscación, perversidad y animadversión de Caín por el trato injusto del que, en su opinión, era objeto por parte de Dios, y odiando por ello a su hermano lo mató.
Con ocasión del 80 aniversario del bombardeo de Hiroshima y Nagasaki el Papa León XIV ha traído nuevamente a la consideración de la humanidad la posibilidad de generar una cultura de paz «desarmada y desarmante», que ya introdujera en su primera alocución pública tras ser elegido Sumo Pontífice el pasado mes de mayo, cuando dijera que «esta es la paz de Cristo Resucitado, una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante».
Daba así continuidad el Papa León XIV al legado recibido del Papa Francisco que condenó, sin paliativos y en multitud de ocasiones, la propia fabricación de armas cuando afirmaba que «las armas y la represión violenta en lugar de traer soluciones crean nuevos y peores conflictos. La equidad de la violencia es siempre una espiral sin salida; y su coste muy alto». En audiencia general celebrada en el aula Pablo VI del Vaticano el pasado mes de enero, el papa Francisco pidió «la conversión del corazón de los fabricantes de armas» porque «con sus productos ayudan a matar».
El Papá Francisco citaba la enseñanza de Juan XXIII, el Papa que escribió la Pacem in Terris: «La guerra, que destina recursos a la compra de armas y al esfuerzo militar desviándolos de las funciones vitales de una sociedad, como el sustento de las familias, la asistencia sanitaria y la educación, es contraria a la razón. En otras palabras, es una locura, porque es una locura destruir casas, puentes, fábricas, hospitales, matar gente y aniquilar recursos, en lugar de construir relaciones humanas y económicas. Es una locura a la que no podemos resignarnos: la guerra nunca puede confundirse con la normalidad ni aceptarse como una forma inevitable de regular las diferencias y los intereses en conflicto. Nunca». Se refería más a la guerra que a las armas.
Me considero miembro de la Iglesia Católica y, como tal, acato con sumisión, lealtad, respeto y acepto las directrices espirituales de todos y cada uno de los papas, sin distinción ni matices, con los que he convivido, desde Pío XII hasta León XIV, pasando por Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.
Creo, no obstante, qué determinadas posturas personales y pronunciamientos papales pueden verse sometidos a consideración y análisis, y este asunto de las armas, su fabricación y su comercio es, en mi opinión, uno de ellos.
Como profesional de la milicia, en la que he servido durante 44 años, con la mejor de mis capacidades de interpretar la realidad y el entorno de riesgos a los que se enfrenta mi nación y el conjunto de naciones en el que se integra, considero que la disponibilidad de armas y el adiestramiento para su empleo más eficaz es absolutamente imprescindible para garantizar el mantenimiento de la paz y la seguridad en el mundo; así como también el culto a los valores morales propios de nuestra sociedad para que el empleo de las armas se ajuste a ellos. Participo de los valores incluidos en la oración encontrada en el cadáver del teniente Ortiz de Zárate, fallecido en acción de combate en Ifni, que, entre otras cosas, decía: «Pon destreza en mi mano para que mi tiro sea certero. Pon caridad en mi corazón para que mi tiro sea sin odio».
Si es cierto que puedo afrontar en inferioridad de condiciones retos que me afecten exclusivamente a mí, asumiendo altos riesgos de comprometer mi propia seguridad, no parece razonable ni aceptable que la sociedad designe a un grupo de ciudadanos para que defiendan su seguridad sin dotarles de los recursos necesarios para, al menos, garantizar su propia seguridad y desempeñar sus cometidos con las adecuadas garantías de poder hacerlo eficazmente.
Creo que las armas, en sí mismas, no son el problema. Lo que realmente constituye o puede constituir un problema es la existencia de intenciones torcidas y de codicia que puedan manifestarse de manera violenta. No olvidemos que, sin arma alguna, si acaso con la quijada de un asno como instrumento letal, cuando Caín se sintió objeto de trato discriminatorio en relación con el dispensado a su hermano Abel, un día le dijo: «Vamos al campo». Y, cuando estaban en el campo, lo mató.
Fernando Adolfo Gutiérrez Díaz de Otazu es senador por Melilla del Grupo Parlamentario Popular