Gabriel Elorriaga, de quien tanto aprendí
Gabriel fue siempre un liberal, un aperturista que deseaba la democratización del sistema. Tras las revueltas estudiantiles de 1956, que costaron el cargo a dos ministros, Gabriel acabó en la cárcel y procesado junto a personajes de diversas tendencias
El artículo de hoy era otro. Pero murió el domingo Gabriel Elorriaga Fernández, a quien tanto quería, de quien tanto aprendí. Nacido en Ferrol, hijo de un médico de la Armada, vivió siempre en Madrid. Las muertes de los amigos del alma te sumen en un hondo pozo y ya nada es igual, sobre todo cuando te sientes no lejos del mismo camino. A sus 95 años era vital, activo, alegre, gran conversador. Hasta el final tuvo la cabeza muy bien organizada, escribía —su gran pasión— y trabajaba, meditaba y pensaba en los demás y, siempre, en España. Le preocupaba el futuro de este país de nuestros desvelos y de nuestros sueños. Y ahora a quién no.

Conocí a Gabriel cuando yo era un mozalbete con ganas de aprender, en el Instituto de Estudios Políticos que presidía Fraga, del que me sentía discípulo y admirador. Aquella tarde Fraga me presentó a Carl Schmitt. Tiene su anécdota; nos quedamos a obscuras y, a la luz de dos velas que sostenían Fraga y Elorriaga, el controvertido filósofo y jurista alemán me firmó una de sus obras traducidas al español.
Mi amistad con Gabriel es sencillamente la vida. Le traté cercanamente como a su esposa, Coro Pisarik, que ya nos dejó. Asistieron a mi boda y vi crecer a sus hijos Beatriz y Gabriel, tentados como él por la política. A Beatriz la seguí de cerca. Fue concejal, diputada autonómica, consejera de la Comunidad de Madrid y senadora. Gabriel fue subdirector del Gabinete de Aznar en Presidencia del Gobierno y secretario de Estado, además de diputado del Congreso. Dos hijos en la estela de su padre. Beatriz acaba de ser elegida para la Junta Directiva de la Asociación de Exdiputados y Exsenadores que tengo el honor de presidir.
Cuando ya trabajaba con él en el Gabinete del Fraga ministro que él dirigía, Gabriel me recordó una coincidencia: él fue director de La Hora, una gran revista del SEU, y yo, años más tarde, de El Estudiante que aspiraba, sin mucho éxito, a sucederla con dignidad. A lo largo del tiempo nuestras coincidencias fueron muchas. Su influencia sobre mí fue relevante. En su etapa de gobernador de Santa Cruz de Tenerife ideó motivos para que yo visitase la provincia con frecuencia. Y en sus estancias en Madrid nunca dejamos de encontrarnos. Compartimos muchas iniciativas y, año tras año, nuestra amistad nunca flojeó.
Gabriel fue siempre un liberal, un aperturista que deseaba la democratización del sistema. Tras las revueltas estudiantiles de 1956, que costaron el cargo a dos ministros, Gabriel acabó en la cárcel y procesado junto a personajes de diversas tendencias. Nombres que darían que hablar como Javier Pradera, Enrique Múgica, Ramón Tamames, Miguel Sánchez Ferlosio, José María Ruiz-Gallardón y Dionisio Ridruejo. De alguna manera fueron precursores de la Transición.
El papel de Gabriel en la entonces llamada «operación Príncipe» fue relevante. Participó activamente con el objetivo de la designación de Juan Carlos de Borbón como sucesor a título de Rey. Colaboró con Fraga en los trabajos preparatorios de la Constitución de 1978. Ya en la Transición, Gabriel fue fundamental en la formación de Reforma Democrática, luego Alianza Popular y actualmente Partido Popular. Fue el gran trabajo de Fraga para conseguir una derecha unida con opciones de gobernar.
Muchos años después me llamó para ser su colaborador más cercano en el lanzamiento de Tribuna 30 días, que fundó y dirigió. Otra etapa más de nuestra cercanía. Hicimos muchos viajes inolvidables por la España profunda y algún viaje a Londres para encontrarnos con Fraga, el embajador. Luego, coincidiríamos en el trabajo parlamentario. Gabriel fue diputado del Congreso y luego senador. Y allí volvimos a trabajar juntos. Siendo él presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores y yo de la Comisión de Educación y Cultura, recuerdo singularmente nuestro viaje a Taiwán. Él escribió luego sobre la diplomacia parlamentaria.
Gabriel fue profesor de Teoría de la Información en la Escuela Oficial de Radio y Televisión, nueva coincidencia. Y también como académicos correspondientes de la Real Academia de la Historia, y de la Real Academia Hispanoamericana, de Cádiz. Y académicos de número de la Academia Belgo-Española de Historia, de Bruselas. Igualmente, los dos recibimos la Gran Cruz del Mérito Naval. Y otras coincidencias que nos hacían sentirnos unidos.
Como autor se le deben obras relevantes. Una veintena. Así «La vocación política», ya un clásico, que va por su séptima edición. En mi etapa de editor publiqué la tercera, acertando. Y ensayos de calado, entre ellos: «Información y política», «Democracia fuerte», «La senda constitucional», «Hacia un cuerpo de ejército europeo», «La diplomacia parlamentaria», «El camino de la concordia: de la cárcel al parlamento», «Sed de Dios», «España como solución», «Canalejas o el liberalismo social», «Fraga y el eje de la Transición», «La Corona y el Poder. De Luis XIV de Francia a Felipe VI de España». Y las novelas «La isla del más allá» y «Diktapenuria». Gabriel era —y es porque la obra permanece— un escritor de talento, un intelectual de amplios resortes, un ensayista comprometido con la verdad.
Gabriel me honró con su amistad y me enseñó nada menos que la vida. Lo bueno y lo aparentemente menos bueno, que en la política se convierte en utilísimo. Las anécdotas a contar serían interminables. Tras el hondo pozo de su muerte me salvan su recuerdo y su obra. Hoy descansa en la cripta de la Concepción, y nos espera, me espera. Sé que seguiremos nuestras conversaciones en las que yo era todo oídos. En ellas me descubrí a mí mismo.
- Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando