Tiranías demagógicas
Las sociedades actuales se definen por aceptar los relatos que los políticos les construyen, desde un estadio ideológico de poder. No son sociedades que se definen por la construcción de un nivel de pensamiento desde su nivel de existencia, buscando a los políticos que mejor representen este determinado pensamiento
Padecemos una falta de inteligencia creativa. No observamos el entorno con perspectiva y, lejos de lo que se nos vende en el terreno mediático, no hemos desarrollado una mente abierta. Nos hemos convertido en seres humanos carentes de un sentido existencial. Más que nunca, no aprendimos del pasado, no analizamos nuestro presente histórico y nos abrazamos al futuro de la angustia.
Nuestra sociedad se ha vuelto competitiva, cansada, tal como expresa Byhung-Chul Han. Apartamos de nuestras prioridades la capacidad de crear ideas nuevas, en todos los ámbitos de nuestra vida, desde el lugar doméstico al marco de todos: el Estado.
Según palabras del oficial alemán Harald Kujat, «Europa no está trabajando para la paz. Sería necesario llegar a un tratado y crear una zona de amortiguación».
Hay que comenzar a negociar. Pero no somos capaces de resolver problemas y poner sobre la mesa ideas innovadoras. Aquí tenemos un hecho palpable de esa ausencia: los gobernantes son incapaces de solventar el desastre que nos asiste. Y es que, hay que volver a imaginar el mundo, no desde el suicidio de los estados, sino desde la novedad y la utilidad, tal como apuntaba el psicólogo Sternberg.
Las sociedades actuales se definen por aceptar los relatos que los políticos les construyen, desde un estadio ideológico de poder. No son sociedades que se definen por la construcción de un nivel de pensamiento desde su nivel de existencia, buscando a los políticos que mejor representen este determinado pensamiento. No es así. Por esta razón somos en muchas ocasiones mal gobernados.
En el caso de nuestra sociedad constitucional democrática, sí parece que este deseo estuvo y está presente. Sin embargo, nuestros gobernantes no cumplen acorde a nuestro pensamiento trazado. Sólo aceptan su decisión de gobernar desde su ideología del poder: murió el afán del bien común.
Desde el espejo de la tradición clásica, las democracias demagógicas se han solidificado en, de momento, incipientes tiranías.
El maniqueismo extremo es la confabulación para parir ideas que ayuden a construir al hombre no pensante, herramientas necesarias para poder desarrollar tiranías democráticas, que sean incapaces de no fomentar las guerras, el desánimo, la desigualdad y de abrir brechas ideológicas entre los ciudadanos (tal como le ha sucedido a nuestra sociedad).
Jerome Bruner nos apuntaba la idea de usar los sistemas culturales establecidos como herramientas para remover la tradición, lo que tuvimos, entendimos, e incluso, nos hizo dudar de nuestros pensamientos adquiridos. Nuestra sociedad ha acatado de manera sublime la idea: modelo de familia, aborto, educación sexual, okupación, vivienda, Estado de derecho, división de poderes...
Todo ha cambiado en menos de diez años: el nuevo sistema ideológico cultural ha creado para nuestra sociedad un nuevo orden desde su nivel de poder.
Y, esto... ¿No es una tiranía demagógica?
Ni nosotros, ni Europa, ni el 'mundo nuevo' seremos capaces de parar el deceso de la prosperidad, salvo que activemos la inteligencia creativa y nuestro nivel de pensamiento.
Einstein ya nos lo dijo: «No pretendamos que las cosas cambien si hacemos siempre lo mismo».
- Pedro Fuentes es humanista