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25 de abril de 2024

TribunaJosep Maria Aguiló

Los viejos boleros

En cada bolero, en cada ranchera, en cada blues, en cada balada, parece estar casi todo lo que realmente nos importa o nos afecta como seres humanos

Actualizada 04:32

Mis padres fueron siempre un poco más de boleros y de baladas que no de ritmos algo más modernos o de rock & roll. Así que aquella fue la música que, esencialmente, escuché en casa durante mi infancia. Tanto llegaría a calar esa música en mí, que todavía hoy la sigo escuchando con la misma emoción y fascinación con la que lo hacía entonces, a finales de los años sesenta y principios de los setenta.
El disco que más pusimos en casa en aquellos años fue Eydie Gormé canta en español con Los Panchos, que había sido editado en 1964. Casi como un ritual, cada domingo por la mañana poníamos el tocadiscos en marcha, nos sentábamos en el salón y escuchábamos ese álbum por entero. Los doce temas que conformaban el disco eran todos una auténtica delicia, desde Nosotros, Piel canela, Y..., Sabor a mí, Noche de ronda o Caminito hasta Cuando vuelva a tu lado, Di que no es verdad, La última noche, Historia de un amor, Media vuelta o Amor.
La armoniosa conjunción de las voces de Eydie Gormé y Los Panchos contribuyó a que mi incipiente amor por los boleros se fuera acrecentando poco a poco cada vez más. En aquella época, siendo aún un niño, no acababa de entender aún del todo el motivo por el que algunos enamorados parecían pasarlo normalmente tan mal, pero aun así ya entonces me empezaron a atraer irremediablemente las románticas letras y las dulces melodías de los boleros, siempre llenas de belleza, de nostalgia y de melancolía.
La seducción que me provocaban los boleros también surgía de su temática, pues pocas cosas hay seguramente más atractivas que una confesión en la que alguien nos habla de amor y de desamor, sobre todo de su propio amor y de su propio desamor. Y eso son, esencialmente, los boleros, confesiones; unas confesiones que se hacen no sólo a la persona amada, sino también a todos los seres curiosos e indiscretos que deseamos fervientemente poder oírlas. Esa curiosidad suele ser a menudo muy fuerte, a pesar de que normalmente se nos muestren corazones desgarrados, almas heridas y sueños rotos, que muy pocas veces parecen además capaces de poder llegar a sanar o recomponerse por completo.
Podríamos decir que lo que nos atrae sin remedio de las letras de los grandes boleros es que una persona desnuda por completo su alma ante nosotros y no deja nada, literalmente nada, dentro de sí. En esas confesiones no suele haber casi nunca un solo resquicio de pudor ni de reserva, pues la persona que ha sufrido o que ha sido inmensamente feliz por amor quiere darlo a conocer a todo el mundo, esperando o deseando quizás nuestra comprensión, nuestra empatía o incluso quizás nuestra reconvención moral, aunque el juez más implacable consigo mismo tal vez sea siempre ese ser que se confiesa sin ninguna limitación ante nosotros.
En cierto modo, en cada bolero, en cada ranchera, en cada blues, en cada balada, parece estar casi todo lo que realmente nos importa o nos afecta como seres humanos. Están las lágrimas, las risas, los abrazos, los adioses, la dicha, la pena, la luz, la oscuridad, las dudas, las certezas, las caricias, el ensimismamiento, el amor luminoso, el desamor sufriente, la pasión, la frialdad, el calor humano, la indiferencia, la compañía, la soledad, la esperanza extrema o la desesperación absoluta. En cada canción de amor están el todo y la nada, el siempre y el jamás, la presencia y la ausencia, la vida y la muerte.
En una de las mejores películas del gran director François Truffaut, La mujer de al lado, la protagonista femenina decidía dejar de seguir las noticias para pasar a escuchar ya sólo canciones románticas mientras se estaba recuperando de una depresión. «Sólo oigo canciones, porque dicen la verdad. Cuanto más simples, más verdaderas. Aunque no son simples. ¿Qué dicen? Dicen no me dejes, o tu ausencia ha roto mi vida, o sin ti soy una casa vacía, o deja que sea la sombra de tu sombra, o sin amor no hay nada», explicaba Mathilde (Fanny Ardant) a quien había sido su amor de juventud, Bernard (Gérard Depardieu). Esa confesión tenía lugar poco después de que hubiera vuelto a nacer entre ambos la pasión que habían vivido y sufrido muchos años atrás.
Como Mathilde, muchos de nosotros estamos también tentados a veces de desconectar de las noticias, al menos durante un tiempo, porque no es fácil convivir cada día con la animadísima bronca política y mediática nacional, autonómica y local. Por suerte, siempre es posible poder encontrar algún tipo de refugio anímico que nos ayude a protegernos un poco de la actualidad más inmediata.
Personalmente, uno de mis refugios más queridos sigue siendo la música, con una especial predilección por los boleros. Los maravillosos temas que grabaron conjuntamente Eydie Gormé y Los Panchos se encuentran todavía hoy entre mis favoritos. Medio siglo después de haber descubierto sus bellísimas canciones, no me canso nunca de escuchar esas románticas historias que nos hablan sobre todo del olvido, de la pena y de la soledad. Quizás sea cierto que solamente las viejas canciones de amor nos acaban diciendo siempre la verdad.
  • Josep María Aguiló es periodista
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