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Moncloa es un plató

Moncloa es un plató y nada más que eso: pura tramoya y coreografía. Con veintitrés actores principales en la nómina

Act. 04 abr. 2022 - 09:24

Son como papagayos. Repiten, a diestro y siniestro, la última consigna de su equipo de pseudocomunicación. Son ‘la voz de su amo’. Luego aparece el jefe, que recorre la pasarela como un modelo, con su uniforme sobrio: un traje gris o un tanto azulado, con la camisa de un gris o de un azul liviano, y una corbata que parece de segundo cuello. Habla con una pasmosa y hueca seguridad. Utiliza palabrejas preparadas por las milicias semánticas que le asisten: resiliencia, sostenibilidad, compañeras y compañeros, ellos y ellas, violinistas y violinistos… Sin llegar a la sublime cursilería del ‘todos, todas, todes’ que utilizan algunas ministras florero que vuelan como mariposas en torno a la luz que él desprende

Nada de perder la calma. Ni una palabra más fuerte que la otra. Todo lo que se opone resulta extrema derecha: salvo la extrema izquierda –o aún más allá– que lo sostiene todavía. Toda la culpa corresponde a otros: Putin, Abderramán, La Comisión de la Unión Europea, Franco, la pertinaz sequía, el sol, el mar, el cielo, la luna, las estrellas.

¿Para qué despeinarse? ¿Que Biden ni siquiera se para a saludarlo? ¿Y qué más da? Ya sacaron la foto –sin duda ‘una instantánea’– del abordaje en medio de un pasillo: aquí lo pillo y que la cámara dispare.

Lo que interesa –¡nada de gobernar!– es oponerse con tozudez sin límite a la oposición: es más fácil de hacer; quizás más divertido: y él no está para gobernar, sino para evitar que alguien gobierne de verdad, mientras toman decisiones penosas, supuestamente para la galería, y que habrán de explicar en un futuro próximo. Moncloa es un plató y nada más que eso: pura tramoya y coreografía. Con veintitrés actores principales en la nómina.

¿Quién es el que reescribe ‘el relato’ y decide cambiar las decisiones de un día para otro, de una hora para la siguiente? ¿Quién maneja los hilos de este remedo de Hollywood, que parece guiado por un títere?: las armas, no; las armas sí; Ghali mimado clandestinamente y, de pronto, llevado al matadero; norte, sur, este, oeste, izquierda, derecha, extrema izquierda, extrema derecha, ¿qué más da? El cambio permanente, porque es inevitable, se le nota en los músculos de las mandíbulas, cada día más endurecidos.

Mecachis qué guapo soy. ¿No me vieron fingiendo que hablaba por teléfono, en mangas de camisa asalmonada, y un ordenador delante? Sí, fue una pose inolvidable. ¿Cómo puede ser que las ciudadanas y los ciudadanos se preocupen de la penuria en que se van ahogando, en lugar de gozar del resplandor de esta Moncloa deslumbrante, que brinda –para que todos lo contemplen– un mundo de ensueño? ¿Por qué la gente no goza imaginando el confort de un Falcon, mientras se suben –cada vez más– a su bicicleta? ¿Por qué no admiran el lugar protegido y reservado en que descansa el jefe, después de un gran esfuerzo pseudodoctoral, en vez de hacer cálculos sobre qué pueden permitirse para las vacaciones de verano? ¿Por qué no apoyan a ‘Unidas Podemos Forrarnos’, y se alegran de que disfruten de sueldos que nadie les daría en la vida real, mientras se desplazan por la moqueta que pagan ciudadana y ciudadano, en lugar de volver a la calle a agitar un poco? Cualquiera que se asombre, o haga un mohín de disgusto, ultraderecha pura.

Con lo del Sáhara, y la posible reacción de Argelia, la cantinela era que Argelia era un socio fiable. El problema no es ese, sino el de la fiabilidad inexistente del inquilino de Moncloa y toda la crew de su Gobierno. En este episodio de la serie monclovita, pura ficción para su protagonista, Argelia ha visto cómo el guaperas le ha puesto sin piedad los cuernos.

¿Puede aguantar el habitante de Moncloa? Quizás pueda aguantar. Quienes parece que ya no aguantan más son los españoles, que están hasta la cresta del plató de Moncloa.

  • Esteban López-escobar Fernández es periodista
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