Campos de soledad
Fuera, en desfile surrealista, campos y campos de placas solares como parrillas de San Lorenzo se adueñaban de tierras, cultivos, viñedos y olivares. Dentro de muy pocos años, cuando el avance voraz de la tecnología declare su obsolescencia, los campos de España se habrán convertido en campos de chatarra
A pesar de refugiarme en el trago de sombra de un apretado ficus convertido en despacho veraniego, oyendo a lo lejos el carraspeo del agua, jugando al corre-que-te-pillo en las lajas del fondo del mar, no es fácil escribir en este julio calenturiento y pegajoso que parece haber hecho nido en esta España de charanga y pandereta en la que uno se siente, aunque no quiera, sin carrera que correr ni pasión que derrochar. Y allá al fondo Europa, el sueño europeo que nos llenó de ilusiones en otro tiempo, parece haberse colocado en estado de suicidio, acuclillada entre el sátrapa de oriente, el tahúr ventajista de occidente y los «illuminati» islámicos que nos van invadiendo ante el silencio cobarde de todos, convertidos en trasuntos del Conde don Julián. No sea que algún averigüetas nos acuse -¡válgame el cielo!- de un delito de odio por llamar moro al moro, negro al negro, idiota al idiota, o marica al marica, -por muy «gay» que enorgullezca- proxeneta al proxeneta o líder indiscutible a cualquier carantamaula que camine con aires de sobrado. Palabras, sólo palabras, que la estupidez académica tintada en «woke» acaba convirtiendo en insultos.
Hace sólo unos días que bizarramente y tras rebuscar en mis adentros el espíritu aventurero de algún antepasado, me lancé a cruzar la Mancha -polvo, sudor y hierro- en un tren de esos que llaman de alta velocidad, pero que a la primera de cambio hacen sooo en cualquier rastrojo y te mantienen tirado como un paparote hasta que al legalista ministro del ramo -de baja por paternidad - le dé por solucionar el asunto, tras insultar punto por punto a todo lo que se mueve, siempre que no sea granate. Mi hija y compañera de viaje, previsora ella, llevaba toda una maleta de bocadillos, agua y otros preparos por si en algún momento hubiera que echar mano de ellos y hasta socorrer a los compañeros de vagón. No hizo falta. Eran sólo infundios de la derechona empeñada en ponerle palos en las ruedas al ministro y padre. Laus Deo.
Fuera, en desfile surrealista, campos y campos de placas solares como parrillas de San Lorenzo se adueñaban de tierras, cultivos, viñedos y olivares. «Campos de soledad, mustio collado». Dentro de muy pocos años, cuando el avance voraz de la tecnología declare su obsolescencia, los campos de España se habrán convertido en campos de chatarra, pasto de depredadores que llenará sus bolsas con los restos de la estupidez hecha placa, por los mismos canallas subvencionados que hablan y no paran del cambio climático, culpando de ello a los humanos que contaminan el aire con sus tractores al labrar la madre tierra , molestando a los simpáticos topillos con sus arados , regulando el curso de los ríos para hacer balsas de riego y permitiendo que vacas, caballos, ovejas y gorrinos contaminen el aire con sus pedorretas de gas metano que algún desalmado ha llegado a comparar, incluso con las de Trump.
«Impío honor de los dioses, cuya afrenta, publica el amarillo jaramago… ¡cuánta fue su grandeza y es su estrago! ... Cambió la suerte, voces alegres en silencio mudo…» como un día escribiera el utrerano Rodrigo Caro ante las ruinas de Itálica
Campos de chatarra. Sí. Y eso es exactamente lo que se me ocurría al oír el alegato del aún presidente -eso se cree él- del Gobierno. Demacrado, nervioso, embrollado en su viejo rosario de mentiras que ya se le va enredando hasta convertirse en camisa de fuerza. El honorable Congreso de los diputados convertido en teatro de Manolita Chén .
A mí el personaje me recuerda al machirulo pato Nicoll, aquel de nuestra inefable Mari Carmen, la de los muñecos, admirado por el león alternativo Rodolfo, ninguneado por la malvada niña Daisy y vituperado por la irascible Doña Rogelia, que, de aplaudir, seguramente aplaudiría a manos llenas como nuestra elegante ministra de la cosa y candidata al sultanato andalusí. Lo que no acabo de saber es quién hace de ventrílocuo, aunque, según las lenguas de doble filo, es un personaje circunflejo que anda negociando mantequilla por cañones con lo peor de cada casa. Amárrate los zapatos Pedrosánchez, que es peligroso pisarse los cordones.
Pedro Sánchez Pérez-Castejón, fue presidente del Gobierno, o algo así, entrando taimada, pero legalmente, por la gatera. Aunque no por su culpa, sino por la del que dejó la gatera abierta. Ahora ya no estoy seguro y escribiendo a la sombra acogedora de este ficus, me planteo si realmente sigue o es un ectoplasma a quien el ventrílocuo hace hablar. Un fantasma que se niega a refugiarse en las tinieblas del olvido o que anda buscando a Bettino Craxi por Túnez para ofrecerle un pacto entre espíritus, como aquel PSOE que hace tiempo murió a manos del inane sanchismo, aunque los culi-votantes del Parlamento no acaben de enterarse.
«¡Patufet, on ets!» «Sóc a la panxa del Puigdemont que no hi neva ni hi plou…» Estaba escrito.
Alfredo Liñán es licenciado en Derecho