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08 de mayo de 2024

TribunaJosep Maria Aguiló

Una evocación de Truffaut

«La película del mañana la intuyo más personal incluso que una novela individual o autobiográfica. Como una confesión o como un diario íntimo. La película del mañana será un acto de amor»

Actualizada 08:44

El libro seguramente más popular del gran director francés François Truffaut quizás sea Las películas de mi vida, escrito en 1975, que fue editado en España por vez primera un año después, por Ediciones Mensajero. Esa es la edición que tengo en casa, en un ejemplar que adquirí hace ya algún tiempo en una librería de lance ubicada en Barcelona.
En ese volumen aparecen dos dedicatorias, una impresa y otra manuscrita. La dedicatoria originaria impresa que puede leerse en Las películas de mi vida es la que hizo Truffaut a uno de sus mejores amigos y a la vez compañero de la Nouvelle Vague: «A Jacques Rivette». La dedicatoria manuscrita es la que redactó en su momento la persona que décadas atrás compró ese ejemplar, de nombre Silvia, para regalárselo a la persona a la que sin ninguna duda amaba entonces apasionadamente. «No olvides nunca que te quiero, y que si existiese un amor absoluto, este sería el que siento yo por ti. Silvia», reza la citada dedicatoria, en la que curiosamente no aparece el nombre de su posible destinatario o destinataria.
La declaración personal de Silvia se acompaña, además, de un poema muy hermoso, transcrito igualmente a mano, del que no se especifica su posible autoría. «Las estrellas pueden estar muy lejos de las miradas/ silentes y tranquilas de las aguas de tus pupilas,/ pero recuerda que el lago de la mirada, a veces cercana,/ refleja los desmayos de la distancia que no designas», dicen los cuatro emotivos versos que componen ese poema. La dedicatoria de Silvia y el citado poema, escritos originariamente en catalán, parecen escritos con una pluma estilográfica. Otro detalle significativo es que la letra de ambos textos es menuda, delicada, firme, clara, hermosa.
Ese ejemplar tan especial, que ahora yo poseo, aún conserva la etiqueta de la primera librería en la que seguramente estuvo, La Tralla, ubicada en la localidad catalana de Vic. Muy posiblemente, debió de ser allí donde la propia Silvia lo adquirió hace ya casi medio siglo. Según pude saber recientemente, dicha librería abrió sus puertas en 1976 y las cerró definitivamente en 2018, a causa de la crisis que en estos últimos años ha acabado afectando también a muchos otros pequeños establecimientos.
Nada he podido llegar a descubrir, en cambio, acerca de la vida o la biografía de Silvia ni tampoco del motivo por el que un libro con una dedicatoria personal tan preciosa acabó finalmente en una librería de lance de la Ciudad Condal. Aun así, es muy posible que el motivo último de ese nuevo destino obedeciera a razones de carácter melancólico o tal vez incluso tristes, derivadas del mero paso del tiempo y de sus consecuencias en nuestras vidas.
En cierto modo, parece existir un misterioso nexo de unión entre la intrahistoria del libro que hoy forma parte de mi biblioteca y algunas de las historias que el propio François Truffaut rodó a lo largo de su vida. La misma dedicatoria manuscrita de Silvia sería implícitamente truffauniana, al hacer referencia de una forma tan apasionada y clara al sentimiento amoroso, que siempre fue uno de los principales ejes temáticos en la obra de este insigne y muy destacado miembro de la Nouvelle Vague.
Es cierto que ese irrepetible movimiento cinematográfico contó con otros cineastas también de primerísimo nivel, como Jean-Luc Godard, Alain Resnais, Claude Chabrol, Éric Rohmer o Agnès Varda, pero quizás el más sensible y romántico de todos ellos fuera, precisamente, François Truffaut. Así lo atestiguarían películas suyas como Jules y Jim, La piel suave, Las dos inglesas y el amor, Diario íntimo de Adèle H., La habitación verde o La mujer de al lado, todas ellas excelentes.
En el libro Las películas de mi vida se percibe también muy claramente el interés que desde muy joven suscitó en Truffaut el romanticismo procedente de la literatura y del cine, en especial aquel en el que se aunaban lo doloroso y lo trágico. En ese volumen, el autor de La noche americana recuperaba algunos de los textos que había publicado en su primera juventud, cuando aún ejercía como crítico de cine en la mítica revista Cahiers du Cinéma.
En uno de esos textos, publicado originariamente en 1957, afirmaba: «La película del mañana la intuyo más personal incluso que una novela individual o autobiográfica. Como una confesión o como un diario íntimo. Los jóvenes cineastas se expresarán en primera persona y nos contarán cuanto les ha pasado: podrá ser la historia de su primer amor o del más reciente, su toma de postura política, una crónica de viaje, una enfermedad, su servicio militar, su boda o las pasadas vacaciones. Y eso gustará porque será algo verdadero y nuevo. La película del mañana será un acto de amor».
Truffaut dirigiría su primera película, Los cuatrocientos golpes, en 1959, apenas dos años después de haber escrito aquellas palabras, que, en su caso, se cumplieron siempre, con cada nueva película que rodó. Su brillante y prolífica trayectoria cinematográfica se prolongaría durante algo más de dos décadas, concluyendo con la encantadora Vivamente el domingo, que se estrenó en 1983, unos pocos meses antes de su muerte, acaecida con apenas 52 años de edad.
«Necesitamos querer y que nos quieran», decía uno de los protagonistas de otra de las grandes películas de Truffaut, La piel dura. Ese mismo protagonista también afirmaba en otro momento del filme que «la vida es dura, pero bella, por eso nos aferramos a ella; basta con tener que guardar cama para estar deseando salir a la calle, para darnos cuenta de cuánto amamos la vida». Ambas afirmaciones, que considero muy ciertas y acertadas, creo que las habría podido suscribir también por completo aquella joven y apasionada truffauniana llamada Silvia.
  • Josep María Aguiló es periodista
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