Nada importa... Sólo Dios basta... Una fe inquebrantable
Santiago Carrillo a la sazón jefe de la Comisaria de Orden Público, firmó unos papeles con membrete. Eso fue todo el procedimiento judicial. El jefe de la milicia popular acababa de obtener el placet para iniciar la primera saca y consiguiente paseíllo
Estos enunciados escritos respectivamente por mi tío, el monje trapense San Rafael Arnáiz y Barón y Santa Teresa de Jesús estuvieron prendidos a fuego en muchos corazones, dándoles la fuerza de la fe inquebrantable para afrontar la muerte en la plena confianza de su transcendencia eterna.
1936, Madrid, cárcel Modelo (Hoy Ministerio del Aire). 6 de noviembre. El frío de ese día tuvo una especial carga siniestra, sórdida como la de cualquier amanecer de una ciudad enloquecida, saturada de odios, ambiciones y venganzas asesinas. En el interior de la cárcel Modelo en pequeñas y húmedas celdas, se albergaron ancianos y jóvenes presos del social comunista Largo Caballero y de su Jefe de Gobierno Juan Negrín quienes armaron a las milicias populares, deseosas por saldar cuentas pendientes. Camparon a sus anchas mientras en Madrid, miles de ciudadanos permanecieron en prisiones o escondidos en lugares insospechados, embajadas, o en checas donde eran torturados.
Santiago Carrillo a la sazón jefe de la Comisaria de Orden Público, firmó unos papeles con membrete. Eso fue todo el procedimiento judicial. El jefe de la milicia popular acababa de obtener el placet para iniciar la primera saca y consiguiente paseíllo; para él fue un honor iniciar el aquelarre de sangre inocente. En la cárcel Modelo se dio las instrucciones, y en el amanecer del día 7, una expedición se encaminó a la localidad próxima de Paracuellos del Jarama para cumplir con las órdenes previstas.
Entretanto, la duquesa de Sessa sabiendo que sus hijos Ramón Osorio de Moscoso, conde de Cabra; Gerardo, conde de Altamira y Javier, conde de Trastamara, entre 26 y 33 años de edad, se hallaban en la lista negra por el mero delito de haber nacido (como recitara Calderón de la Barca en su tragedia de La vida es sueño), logró de un compasivo guardián hacerle llegar la carta de amor de una madre desgarrada que sabe que sus hijos van a morir de manera inmediata. Al poco, recibiría una respuesta de su hijo Ramón: «querida mamá, no te preocupes por mí, me encuentro muy bien, pues estoy en estado de Gracia…[…]». No fue suficiente para el dolor de una madre aquella contestación, pero ciertamente la confortó sobremanera permitiéndola asimilar el cruel destino al que se enfrentaban.
Día 7 de noviembre de 1936. La humedad y falta de un mínimo gesto humanitario hacían imposible sujetar el alma para que no se escapara en suspiros o lamentos, sólo la fe cuando no la dignidad, te permite andar de pie sin llegar a caer. Los cerrojos de las celdas se abrieron con un chirrido estremecedor. Los tres hermanos salieron de la celda conocedores de su viaje final. El paso forzado al que se les obligó a andar iba precedido por la guadaña de la muerte encarnada en aquellos milicianos. No hubo piedad, ni sentimiento humano alguno. En un segundo corredor fueron sacados otros dos presos más. Ignacio Castellano de Mazarredo, (hijo del conde de Castellano, marqués de Montemolín), y un hombre de edad avanzada, su tío el general Antonio de Mazarredo. Desde ese momento comprendieron que compartirían juntos su último viaje.
Al amanecer subieron a la camioneta con otros presos empujados e insultados por los milicianos con groseras palabras que les anunciaban burlescamente lo que les esperaba. El pueblo de Paracuellos dormía todavía ajeno a la tragedia. A la macabra expedición se unieron dos camionetas más dirigiéndose hacia arroyo San José, en la vega del río Jarama, donde una gran fosa excavada esperaba recibir los cuerpos puestos al borde de la misma. Sonaron los tiros y en cada tiro, un inocente cayó, muerto o herido, no se comprobaba. La fosa se cubrió con los cuerpos y estos con la tierra. El aquelarre terminó y el regocijo de las milicias se hizo patente.
En Valencia, otro joven (hermano del anterior) de 26 años de edad, José Luis Castellano de Mazarredo, era sacado de una sórdida celda, por ser el jefe de Juventudes monárquicas. Supo con cierta antelación su fusilamiento, quizás 48 horas antes, o más… suficiente para llegar a escribir su último pensamiento de fe inquebrantable al Sagrado Corazón de Jesús que meses antes en el Cerro de los Ángeles, su estatua fue fusilada por un grupo de milicianos:
Te levantas teniendo por techumbre del celaje español, la filigrana…
Sobre la tierra que calcina el sol, leí bajo Tus pies: «Reino de España».
Y al leerlo, Señor, vibró mi entraña de hidalgo, de creyente y de español.
¡Tú reinarás! Señor; pese al sudario en que revolver pretenden
nuestro celo, el odio ateo y el furor sectario.
Que ante el incendio que amenaza al cielo
nos dio Nuestra Señora por consuelo las lágrimas que forman el rosario».
Desde ese mismo lugar, en la explanada del hoy Ministerio del Aire, hace pocos años junto a uno de mis hijos volví a jurar bandera en recuerdo de mis cinco tíos (por parte de padre y madre) y de mi tío abuelo. Las matanzas de Paracuellos fueron clasificadas como las mayores ocurridas en la retaguardia republicana. Para el escritor Paul Preston, «las sacas y ejecuciones, conocidas bajo el nombre genérico de «Paracuellos» constituyeron la mayor atrocidad cometida en territorio republicano durante la guerra civil española.
Toda mi familia perdonamos el asesinato de nuestros mencionados tíos, siendo nuestro más ferviente deseo que la herencia de aquella guerra fratricida siga guardada con respetuoso silencio y sentimiento en el alma de todos los compatriotas españoles que desde tiempo nos unimos para una España mejor. Si la memoria es un atributo del ser humano, el perdón es una virtud que nos hace menos esclavos de nuestras pasiones y más libres de pensamiento. Que el eco del pasado no divida nuestro presente; que la memoria nos enseñe, y el perdón nos una. Porque solo en la concordia hallaremos la verdadera victoria.
- Íñigo Castellano y Barón es Conde de Fuenclara