«Free trade, Peace, and Goodwill among Nations!»
No hay desarrollos meramente locales perdurables –ni siquiera en los EE.UU.– sin el contexto universal del comercio. Cualquier cosa de cualquier parte es puro objeto de consumo para todos
En 1839 el liberalismo británico de rostro humano gritó a través de Richard Cobden «Free Trade, Peace, and Goodwill among Nations». En 1848 los comunistas de Europa, a través de Karl Marx, clamaron «Proletarier aller Länder, vereinigt Euch!». Y hoy, 2025, Donald Trump, con su eslogan «Make Amarica Wealthy Again!» ha decidido imponer estratosféricos aranceles en el centro de su política económica, y así regresar al siglo XIX, a la época del proteccionismo del primer ministro sir Robert Peel, que protegió al Reino Unido con tan altos aranceles que él mismo al poco tiempo tuvo que abolirlos por la crisis mastodóntica que los mismos produjeron al Imperio Británico, crisis que llega a estudiar y comentar el propio Marx. El propio Peel, apóstol ya del libre comercio en 1846, llegará a decir: «If other countries choose to buy in the dearest market, such an option on their part constitutes no reason why we should not be permitted to buy in the cheapest». El diputado Richard Cobden siempre estuvo convencido de que romper las barreras del comercio, suprimiendo los aranceles, generaba una mutua confianza entre las naciones, y por ello era la mejor medida para el mantenimiento de la paz. Durante las crisis comerciales los países no agrícolas cerradamente proteccionistas, como la Inglaterra anterior a 1846, sufren el hambre por culpa de los hostiles aranceles: «I be protected and I be starving», sostenía irónico Daniel O´Conell. Los aranceles suponen, además, convertir los asuntos del comercio privado, la sagrada libertad empresarial y creadora, en lacayos del Estado, que siempre supone ser «flunkeys» de la oligarquía que domina el Estado.
Las únicas barreras naturales que debe tener el comercio son precisamente las barreras de la necesidad que de las mercancías de cualquier país existe, y el precio con que esa necesidad se satisface. Por otro lado, este Trump, casi frenético, parece contradecir las bases que mantienen el capitalismo vivo y que convirtieron a los EE.UU. en la primera potencia del mundo. Marx nos enseña que el capital tiene la tendencia integradora a crear infinitos puntos de intercambio. Así, la tendencia a crear permanentemente el mercado mundial está dada directamente en la idea misma de capital. Todo límite se le tiene que presentar como una barrera a salvar. El comercio ya no aparece desde hace dos siglos como función que posibilita a las producciones autónomas el intercambio de su excedente, sino como supuesto y momento esencialmente universales de la producción misma. El capital mismo vive de su tendencia irrefrenable a ensanchar continuamente la periferia de la circulación («to continually enlarge the periphery of circulation», nos dice el propio Marx ). Nuestra sociedad de libre mercado toma su oxígeno vital del intercambio universal de los productos de todos los climas y países, de inventar, crear y satisfacer nuevas formas de necesidades. No hay desarrollos meramente locales perdurables –ni siquiera en los EE.UU.– sin el contexto universal del comercio. Cualquier cosa de cualquier parte es puro objeto de consumo para todos.
Ahora bien, tengamos ahora una perspectiva emic del problema, y entremos en la testa patriótica y leonina del gran Donald Trump. La universalidad a la que tiende sin cesar el capitalismo encuentra trabas en su propia naturaleza, como éstas que son señaladas hoy desde un patriotismo interclasista por Trump, trabas que suponen reconocer la irracionalidad intrínseca del capitalismo como la barrera mayor para esa tendencia universalista y global, y, por consiguiente, estas trabas propenderán a un sistema que mezcla el proteccionismo nacional con el liberalismo económico apátrida, de todos los que son malabaristas del dinero. A veces las contradicciones de un sistema sólo se pueden resolver mediante la heterodoxia. Y antes de Trump ha habido ya muchos heterodoxos. La Europa de Frau Úrsula von der Leyen sale con el tópico de que el proteccionismo trumpiano – que entre otras cosas protege el puesto de los trabajadores estadounidenses dentro de los EEUU – terminará con la competencia, que es la madre, por lo que se ve, del ingenio y la excelencia en la mejora continua de las mercancías. Pero en realidad la competencia se nos presenta como esa tendencia interna del capital a sufrir la coerción a que lo someten los capitales ajenos. Donald Trump está combatiendo como Sísifo a una enorme, colosal roca, que obedece a la Ley de la Gravitación Universal, intentando desesperadamente poner un poco orden en el foreign trade, limitando el «overtrading», la apátrida «overspeculation» y el voraz «glut» que perjudica América. The world can take no more from us, than we can take from the world. Nos parecería justo sin duda si fuéramos norteamericanos. Una cosa es lo que necesita el obrerete desempleado de Delaware, y otra cosa son los intereses del capitalista americano que fabrica sus mercancías en la India, y que su extraño patriotismo no le obliga a tributar en los EE.UU.
- Martín-Miguel Rubio Esteban es escritor