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24 de abril de 2024

Carmen Fernández de la Cigoña

Empáticos y resilientes

A pesar de la pandemia, a pesar de los desastres y de las respuestas que se da en la ayuda que se puede prestar al otro, a pesar de las iniciativas que hemos visto, mis alumnos contestan de manera cada vez más generalizada que somos poco o nada solidarios, o lo que es peor: cuando lo somos es «postureo»

Actualizada 12:03

Hace tiempo que venimos oyendo que las generaciones que vienen, o incluso las que vendrán, si no les impedimos llegar, serán las mejor preparadas. Dominan las tecnologías, las TIC, los idiomas... Y todo eso es el criterio para afirmar que estos jóvenes, con diferencia, y sin conocerlos, son los mejor preparados.
Un nuevo lenguaje acompaña a estos jóvenes, en el que algunos términos son utilizados a tiempo y a destiempo para explicar cómo son o cuáles son sus características. Son dos los que me llaman particularmente la atención, quizá por el abuso; quizá por el intento descriptivo de una realidad que no sé si es fácil encontrar. Hablo de la empatía y la resiliencia. La primera hace referencia a la capacidad de ponerse en el lugar del otro, identificándose con él y compartiendo sus sentimientos. La segunda, hace mención a la capacidad de adaptación ante situaciones complicadas o adversas, donde entiendo que esa capacidad de adaptación también implica el poder hacer frente a esa adversidad, buscar la solución y superar el problema.
Qué quieren que les diga... En un mundo en el que el individualismo va ganando terreno a pasos agigantados, en el que cada vez es más frecuente toparse con sujetos que son especialistas en mirarse el ombligo (el propio), y en el que parece que lo único importante es lo que «yo quiera, lo que a mi me pase y lo que yo sienta», se me hace difícil reconocer esas características. Y no les quepa duda que yo tengo confianza en el ser humano, y una y otra vez espero lo mejor de él. No en vano somos, como decía santo Tomás, lo más perfecto de la Creación y en algo se tiene que notar que estamos creados a imagen y semejanza de Dios.

Mis alumnos contestan de manera cada vez más generalizada que somos poco o nada solidarios

Todos los cursos pregunto a mis alumnos acerca de la solidaridad. A ellos al principio les chirría un poco que la vincule a la caridad, un poco menos que la vincule al amor y «eso de Dios». El caso es que la mayoría de ellos (no todos) remite esa solidaridad a la empatía, y curiosamente cada año me encuentro con que la respuesta es que cada vez somos menos solidarios. A pesar de la pandemia, a pesar de los desastres y de las respuestas que se dan en la ayuda que se puede prestar al otro, a pesar de las iniciativas que hemos visto, mis alumnos contestan de manera cada vez más generalizada que somos poco o nada solidarios. Y lo que es peor, que cuando lo somos es «postureo», que no somos capaces o ni siquiera nos planteamos ponernos en el lugar del otro, y aunque yo les insisto en que miren a su alrededor, en la cantidad de acciones que se llevan a cabo (y que ellos mismos realizan, pues así me consta), me cuesta el que se planteen mirar otra realidad. Desde luego, queda claro que no creen que sean parte de una sociedad o unas generaciones empáticas.
En cualquier caso, quizá lo que más me preocupa es el tema de la resiliencia; esa capacidad de adaptación y de hacer frente a las adversidades. Y más en este último aspecto porque cada vez veo con más claridad que no tienen los instrumentos para hacerlo. Si antes mencionaba el individualismo, otros de los grandes males de la sociedad actual son el buenismo y la sobreprotección. Y eso hace que lo que podía ser un obstáculo que hay que superar se convierta para muchos en un problema insalvable que los deja sin capacidad y sin posibilidad de reacción.
Un par de anécdotas ilustrativas. A mí, o a cualquiera de mi generación se nos hubiera caído la cara de vergüenza si nuestros padres hubieran aparecido por la universidad pretendiendo hablar con uno de nuestros profesores, o incluso revisar un examen. Y hoy ya no es excepcional. El otro día me comentó una amiga que en un foro de empleo se presentó una madre buscando trabajo para su hijo, que estaba tranquilamente en casa descansando no sé de qué, porque él no sabía cómo buscar empleo. Flaco favor les hacen esos padres. Porque nunca sabrán cómo afrontar y resolver los problemas, lo que les hará cada vez más débiles y más dependientes.
Siempre ha habido personas así, y siempre las habrá. La cuestión es cómo queremos educar a nuestros hijos, a nuestros jóvenes y si queremos que sean de los de un tipo o de los del otro. La cuestión es si serán mayoría o al menos suficientes. Yo sigo teniendo confianza...

Carmen Fernández de la Cigoña

Directora del Instituto CEU de Estudios de la Familia. Doctora en Derecho. Profesora de Doctrina Social de la Iglesia en la USP-CEU. Esposa y madre de tres hijos.
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