Teoplanismo y teoplanistas
Del mismo modo que un terraplanista se protege de cualquier explicación adversa a sus postulados sobre la planitud de la Tierra, el teoplanista atribuye cualquier otra enseñanza teológica al partido del adversario
Hay un género de cristianos que habita especialmente en internet, aunque puede encontrarse fuera del continente digital muy de vez en cuando. No son muchos, pero ya se encargan bien de proyectar su existencia y amplificar su voz. Son personas, por lo general, de gran valía y de buen corazón. Puedo contar entre mis amigos a algunos de ellos. Me refiero a los teoplanistas.
El teoplanismo se caracteriza por ser un modo de fundamentalismo religioso que se encierra en una visión distorsionada y simplificada de la dogmática cristiana para protegerse frente a cualquier género de incertidumbre y así satisfacer una afección de inseguridad espiritual, cognitiva o emocional. En sentido espiritual, es una patología de la verdad.
De algún modo, el terraplanista tiene una herida cuyo dolor quiere anestesiar con la religión. O bien se ha dejado afectar por la herida de otro. Pero, en tanto que el cristianismo no es una religión de la letra, de la norma, de la retribución o del cálculo de méritos, se frustra ante la teología y postula una religión rigurosa a la medida de la búsqueda desesperada de seguridades.
Necesita respuestas simples y superficiales, y quiere una lista exceliana de dogmas, un Catecismo de naturaleza revelada, una edición perfecta (no crítica) de la Biblia, un concepto de Inspiración que sea coránico, no teándrico. Ninguna de estas cosas existe en el cristianismo, lamentablemente.
Proclaman la necesidad de una teología oficial, que suele coincidir con una fosilización infértil del genio de santo Tomás. Muchos piensan que el Catecismo de la Iglesia Católica, en su edición de Juan Pablo II, es la verdad revelada, y que en él no hay crítica ni decisiones teológicas. Otros, al descubrir que no es así, prefieren retroceder hasta el Catecismo de san Pío X.
Del mismo modo que un terraplanista se protege de cualquier explicación adversa a sus postulados sobre la planitud de la Tierra, el teoplanista atribuye cualquier otra enseñanza teológica al partido del adversario: sociedades eclesiales secretas, influencia de las ideologías mundanas, la perversión de la academia teológica o Satanás. Y, si en algo se ve desafiado o convencido, es porque el diablo siempre puede llegar a sonar muy convincente. Por eso el diálogo con ellos se torna, a priori, imposible.
Cualquier profundización de la doctrina, en toda su complejidad histórica y sincrónica, les lleva a confusión, y como tal definen cualquier intento de crítica teológica o pastoral, aunque sea el mismo Papa quien la formule. «Es una doctrina confusa», rezan los titulares teoplanistas. El pontificado de Francisco lo resumen y sentencian en su totalidad como «confuso».
Todo esto les lleva a vivir su fe con un gran malestar e incomodidad. Y así, se tornan muy incómodos para los que viven su fe con familiaridad y sencillez. Ellos son la oposición, y se alimentan de la autoconciencia de minoría fiel. «También los verdaderos católicos fueron minoría en tiempos del arrianismo», se apuran a decir. Hablan más que escuchan, porque escuchar se hace doloroso. Pero, a mayor oposición externa, a mejores argumentos, más seguridad en su oposición. Al fin y al cabo, también los mártires enfrentaron toda clase de pruebas exteriores e interiores. Quien se cree poseedor de la verdad, y no servidor de ella, goza de impermeabilidad.
Al teoplanista común la diversidad o la complejidad, las propuestas con zonas inconclusas o abiertas y la particularización pastoral le afectan, tocan su herida teoplanista y le resultan enojosas. Piensa equivocadamente que el depósito de la fe es lineal ascendente acumulativo, monolítico, que nunca ha experimentado tensiones, que no hay contradicción interna en la teología, ni en el magisterio, ni en la Escritura, al menos, hasta el Concilio Vaticano II.
La respuesta superficial puede parecer más sólida, pero no es más verdadera. Por eso prefieren libros de teología no crítica, o no leer ningún libro de teología en absoluto. Se conforman mejor con los blogs de información religiosa basura. Usan el sesgo de confirmación de las redes sociales como fuente principal de información. Y prefieren la fuerza mediática a la sabiduría del estudio honesto y sosegado. Apelan a una ortodoxia, a una tradición, a una regla de la fe... Pero desconocen sus fuentes, su diversidad, su complejidad y su naturaleza profunda. Y reducen sus zonas oscuras al propio arbitrio, teñido a veces de cierta ideología secular, pero disfrazando todo de firmeza doctrinal. He aquí su éxito digital.
Aunque pueden contarse entre ellos muchos historiadores y abogados, no suelen haber cursado estudios especializados de teología. Pero hay también teoplanistas ilustrados, que han leído cantidades ingentes de libros teológicos, y que acumulan tesinas y tesis doctorales. Son unos pocos, pero muy influyentes. Su estudio no les vale más que como cosecha de argumentos. Cada dato obtenido, filtrado, cercenado y descontextualizado, no hace más que engrosar su argumentario teoplanista.
Se les identificará porque comúnmente profesan fundamentalismos anexos, de corte médico, científico, político o histórico, igualmente simples, convincentes e irracionales. He leído hace muy poco a un teoplanista ilustrado poner en cuestión en X la evolución de la especie humana. Niegan eventualmente la responsabilidad del hombre frente al cambio climático, la eficacia de las vacunas o, incluso, que debajo de las pirámides no haya una civilización antigua y secreta.
La religión es entonces un colchón donde descansan las enfermedades del alma o la psique.
¿Y qué hacer, si en mi vida encuentro a un teoplanista? En mi experiencia tratando a mis amigos teoplanistas, a quienes quiero, creo que solo queda amar, acompañar y escuchar. Entrar a dialogar no resulta ser eficaz, salvo en el momento propicio. El diálogo con el teoplanista se torna rápidamente en discusión y en ocasión de muchos pecados. Solo el acompañamiento y la escucha en el Espíritu pueden hallar el momento propicio para la palabra adecuada. Solo en la solidez de la amistad sincera, un teoplanista puede abandonar las inseguridades que oculta bajo esta distorsión de la ortodoxia.