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MAÑANA ES DOMINGOJesús Higueras

«Dadles vosotros de comer»

Como el pan es elaborado con unas pocas espigas de trigo, así nosotros somos tomados de entre el mundo, llamados a vivir en comunión con Cristo

Cada año, la solemnidad del Corpus Christi nos invita a contemplar el misterio del amor de Dios hecho alimento. En la Eucaristía no solo se nos da el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sino que se nos revela el modo en que somos amados, y la forma en que estamos llamados a amar. Las palabras de Jesús en la multiplicación de los panes y en la Última Cena —«tomó el pan, lo bendijo, lo partió y lo dio»— no son solo gestos litúrgicos, sino una clave para comprender nuestra vida

Lo primero que hace Jesús es tomar el pan entre sus manos. Ese gesto revela que nada es al azar en su amor: Él nos toma, nos escoge, nos llama por nuestro nombre. No somos masa informe, sino pan elegido. En cada Eucaristía resuena la elección personal que Dios hace de cada uno de nosotros. Como el pan es elaborado con unas pocas espigas de trigo, así nosotros somos tomados de entre el mundo, llamados a vivir en comunión con Cristo. La fiesta del Corpus Christi nos recuerda que nuestra vida no es casualidad, sino consecuencia de una elección de amor.

Jesús no solo toma el pan: lo bendice. La bendición no es un adorno, sino una declaración de amor. Al bendecirnos, Jesús dice bien de nosotros, nos mira con bondad, incluso en medio de nuestras heridas. En un mundo que muchas veces condena, hiere y desprecia, Él nos bendice. La Eucaristía es la proclamación de que somos amados, no por méritos, sino por pura gracia. En cada misa, Cristo repite sobre nosotros su bendición silenciosa: «Tú eres mío, en ti me complazco».

El pan bendecido no se guarda intacto: se parte. Cristo se parte en la cruz, se entrega sin reservas. Quien comulga con su Cuerpo se une también a este movimiento de amor que se parte. El Corpus Christi no es solo adoración, es también imitación: estamos llamados a dejarnos romper por amor, a asumir nuestras cruces cotidianas, a vivir la lógica del sacrificio fecundo. Como el grano de trigo que muere para dar fruto, así nosotros somos llamados a dejarnos partir por amor.

Finalmente, Jesús da el pan a los discípulos. La Eucaristía no se encierra en sí misma: es envío. Quien ha sido tomado, bendecido y partido, es ahora entregado. Comulgar con Cristo es dejarnos enviar a los demás. Corpus Christi es también fiesta de la misión: salimos del templo para ser pan partido en nuestras familias, en el trabajo, con los pobres, con los que sufren. Porque hemos recibido a Cristo, ahora nos damos con Él.

Así, el Corpus Christi no es solo una celebración, sino un camino: el de ser tomados, bendecidos, partidos y entregados por amor.

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