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MAÑANA ES DOMINGOJesús Higueras

Los apóstoles le dijeron al Señor: «Auméntanos la fe»

La fe crece cuando no reclama explicaciones a Dios, porque confía en que su amor es mayor que nuestras heridas

La súplica de los apóstoles a Cristo, «auméntanos la fe», refleja la conciencia que ellos tenían de que la fe no es un acto humano, ni una conquista alcanzada a base de esfuerzos o razonamientos, sino un regalo gratuito de Dios. El hombre puede disponerse a acogerla, puede abrir el corazón con docilidad, pero nunca puede fabricarla por sí mismo. En este sentido, la fe es siempre gracia: una semilla que Dios planta en el alma y que, si se cultiva, da fruto abundante.

Ahora bien, este cultivo exige la virtud de la humildad. Solo quien se reconoce pequeño ante la grandeza de Dios puede dejar espacio para que esa semilla crezca. La soberbia, en cambio, endurece la tierra del corazón y la vuelve estéril. El que cree que lo sabe todo, o que ya ha llegado a la posesión de la verdad, se cierra a la acción del Espíritu. En cambio, quien se reconoce necesitado, pobre de corazón, dependiente en todo de la misericordia divina, abre la puerta para que el Señor obre maravillas en él.

Por eso, huir de la vanagloria es una consecuencia inmediata de la fe auténtica. Con frecuencia el hombre experimenta la tentación de atribuirse méritos personales: las obras buenas, los logros espirituales, la capacidad de resistir en la lucha, la generosidad en el servicio. Pero el creyente sabe que nada de lo que posee es fruto exclusivo de su esfuerzo: todo es don recibido. Olvidar este principio lleva al orgullo espiritual, esa sutil forma de pensar que uno está por encima de los demás, cuando en realidad todo lo bueno que hay en nosotros viene de Dios.

La fe también se prueba en los momentos de oscuridad y de dolor. Cuando el sufrimiento golpea con fuerza, surge espontáneamente la pregunta: ¿por qué? Sin embargo, la fe crece cuando no reclama explicaciones a Dios, porque confía en que su amor es mayor que nuestras heridas. No se trata de un conformismo pasivo, sino de una entrega confiada que sabe que la cruz nunca es la última palabra. Así como Cristo venció la muerte resucitando, también nuestros dolores, unidos a los suyos, encuentran un sentido más profundo, aunque muchas veces nos resulte incomprensible.

La petición de los apóstoles es, entonces, también nuestra súplica diaria. En un mundo que exalta la autosuficiencia, nosotros pedimos ser dependientes de Dios. En una sociedad que premia los méritos individuales, pedimos recordar que todo es gracia. Y en un tiempo marcado por la dificultad para aceptar el misterio del dolor, pedimos confiar sin exigir explicaciones.

Decir con sinceridad «auméntanos la fe» es dejarse sostener por Dios en todo, reconociendo que la vida cristiana no consiste en acumular méritos, sino en abrirse a un amor que transforma lo pequeño en fecundo.

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