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MAÑANA ES DOMINGOJesús Higueras

«Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío»

No somos cristianos para que nos vaya mejor en la vida, sino para aprender a aceptar con serenidad lo que nos toca vivir. La fe no es un salvoconducto para escapar de las pruebas, sino la fuerza que permite atravesarlas con esperanza

«Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío». Estas palabras de Jesús siguen siendo un escándalo para la lógica del mundo. Nos cuesta comprender que la plenitud de la vida cristiana no pase por atajos fáciles ni por promesas de bienestar inmediato, sino por un camino en el que la cruz es compañera inseparable. Y, sin embargo, en esa cruz se encierra el secreto de la alegría más honda.

Si deseamos gozar de Dios, primero tendremos que pasar por la cruz. El que no esté dispuesto a pagar el precio de las cosas, nunca conseguirá nada valioso. El amor verdadero, la amistad auténtica, la fidelidad a los compromisos, todo lo que merece la pena lleva consigo renuncias y sacrificios. ¿Por qué habríamos de pensar que el seguimiento de Cristo sería distinto? El Evangelio no nos engaña: nos dice la verdad de frente, sin edulcorantes. Ser cristiano no consiste en huir del dolor, sino en aprender a vivirlo desde la fe.

La cruz no es, por tanto, una maldición, sino una maestra silenciosa. No significa resignación amarga, sino aceptación lúcida de que la vida está entretejida de gozo y de sufrimiento, de luz y de sombra. El dolor no es querido por Dios, pero Él lo asume para transformarlo. Se sirve de esas experiencias que más tememos para ensanchar nuestro corazón, para hacernos más compasivos, más fuertes y más capaces de amar. La cruz, unida a Cristo, no aplasta: eleva. No encierra: abre a la esperanza.

De hecho, los momentos en que el ser humano alcanza mayor hondura son aquellos en los que ha atravesado alguna forma de sufrimiento. La enfermedad, la soledad, la pérdida, la incomprensión… todo eso, que naturalmente nos hiere, se convierte en lugar fecundo si lo dejamos iluminar por la gracia. No buscamos el dolor, pero cuando llega, sabemos que puede ser semilla de vida nueva.

Por eso, no somos cristianos para que nos vaya mejor en la vida, sino para aprender a aceptar con serenidad lo que nos toca vivir. La fe no es un salvoconducto para escapar de las pruebas, sino la fuerza que permite atravesarlas con esperanza. La cruz no desaparece, pero se hace más llevadera porque Cristo camina con nosotros compartiendo el peso de la misma.

Seguir a Jesús significa, en definitiva, descubrir que el verdadero triunfo no está en evitar la cruz, sino en abrazarla con Él. Felicidad sin cruz y sin sufrimiento es una entelequia que sólo aparece en los sueños infantiles o en las novelas románticas. Solo el dolor da la medida verdadera de las cosas.

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