La Virgen de Guadalupe es una de las devociones más extendidas por todo el mundo
San Juan Diego, el indígena cuya tilma guardó el prodigio y la imagen real de la Virgen de Guadalupe
Cada 9 de diciembre se recuerda al campesino a quien se le apareció la Virgen; hoy, esta es una de las devociones marianas más extendidas en todo el mundo, siendo además la patrona de México e Hispanoamérica
Cada 9 de diciembre se recuerda la figura del humilde indígena San Juan Diego, el hombre elegido por la Virgen de Guadalupe para transmitir su mensaje: el deseo de que se levantara un templo en aquel lugar sagrado.
Tras aquellas apariciones, la Morenita dejó impresa su imagen real sobre la tilma del vidente, un prodigio que aún hoy se conserva y que recibe a millones de peregrinos cada año. Con el paso del tiempo, esta manifestación mariana se ha convertido en una de las devociones más extendidas del mundo entero.
Misioneros españoles
Se reconoce a Fray Toribio de Benavente —uno de los primeros doce misioneros franciscanos españoles que llegaron a Nueva España para evangelizar— como quien le otorgó el nombre de Juan Diego después de bautizarlo.
Si bien se desconoce cómo fue la conversión del indígena, se sabe que el campesino acudía cada sábado a recibir lecciones de catecismo en el Colegio de Tlatelolco, en la actual Ciudad de México. Desde el lugar donde residía hasta allí recorría a pie unos 28 kilómetros, un trayecto que hoy tomaría al menos seis horas.
Las apariciones marianas tuvieron lugar en diciembre de 1531
Juan Diego se casaría con María Lucía, y ambos recibieron el sacramento del Bautismo. A partir de entonces, su matrimonio se caracterizó por el respeto a la fe y la castidad hasta la muerte de su mujer en 1529.
El 9 de diciembre de 1531, Juan Diego se dirigía a Tlatelolco cuando escuchó que lo llamaban por su nombre. Al subir a la cumbre del cerro del Tepeyac, vio a una joven que se presentó como la Virgen María: «Hijito mío, el más amado, yo soy la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios. Deseo que tengan la bondad de construirme un templo en este llano. Allí estaré siempre dispuesta a escuchar su llanto y su tristeza, para purificar y curar sus miserias, sus penas y sus dolores».
La Virgen le pidió llevar este mensaje al obispo Juan de Zumárraga —hoy santo— para solicitar la construcción de un templo en ese lugar. No obstante, nadie creyó el testimonio del humilde indígena. Ese mismo día, Juan Diego regresó al Tepeyac frustrado por la incredulidad del obispo. La Virgen le reafirmó su misión y le ordenó insistir al día siguiente, asegurándole que su intervención era indispensable para cumplir el deseo divino.
Al día siguiente, 10 de diciembre, Juan Diego volvió al lugar de la aparición con un pedido claro: el obispo requería una prueba concreta de la Virgen para poder creerle, y la respuesta fue inmediata.
«¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?»
La Virgen le indicó que subiera al día siguiente a la cima del cerro, donde recibiría lo necesario para demostrar la veracidad de su historia. Sin embargo, los planes cambiaron cuando el querido tío de Juan Diego, Juan Bernardino, cayó gravemente enfermo, lo que impidió al humilde indígena regresar al cerro al día señalado.
El 12 de diciembre, cuando Juan Diego se dirigía a la Ciudad de México para visitar a su tío, cambió de camino para no encontrarse con la Virgen. Sin embargo, ella salió a su encuentro para tranquilizarlo: «Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: esté seguro de que ya sanó».
Dicho esto, y en pleno invierno, la Virgen lo envió nuevamente a la cumbre para recoger flores que serían la prueba irrefutable de su aparición. El humilde campesino subió a la cumbre del cerro y se asombró al ver tantas y exquisitas rosas de Castilla, siendo aquel un tiempo de mucho hielo en el que no aparece rosa alguna por allí, y menos en esos pedregales.
«La siempre Virgen Santa María de Guadalupe»
Ese mismo día, la Virgen se apareció también a Juan Bernardino para curarlo y revelarle su nombre: «La siempre Virgen Santa María de Guadalupe». Mientras tanto, Juan Diego acudía al obispo con las flores que había recogido y guardado dentro de una tela utilizada para la cosecha. Al desplegarla, las flores cayeron al suelo y, en ese mismo instante, ante la mirada atónita de todos, apareció milagrosamente la imagen de la Virgen de Guadalupe impresa en la tilma. Ante este prodigio, el obispo creyó en el mensaje divino y ordenó la construcción de una capilla en su honor.
En palabras del Papa polaco, Juan Diego fue «el confidente de la dulce Señora del Tepeyac». Para el 26 de diciembre, la primera capilla ya estaba lista junto a la colina del milagro. Juan Diego, viudo desde hacía algunos años, comenzó a habitar en una pequeña casa adyacente a la capilla, donde permaneció durante 17 años, siendo el fiel guardián de la Señora, la Virgen morenita.
La tilma milagrosa se encuentra expuesta en la Basílica de Guadalupe, en Ciudad de México
La Iglesia Católica en toda Hispanoamérica está de fiesta cuando comienza diciembre —especialmente en México—, al recordar a quien más tarde sería reconocido como el primer santo de origen indígena. Cada 9 de diciembre se conmemora a san Juan Diego y, días después, el día 12, se celebra a la Virgen de Guadalupe.
De acuerdo con el episcopado mexicano, la basílica de Guadalupe es el segundo monumento católico con mayor número de peregrinos, solo después del Vaticano. Cada año es visitada por millones de fieles que acuden al lugar para venerar y pedir la intercesión de la «Emperatriz de las Américas». Juan Pablo II nombró a la Virgen de Guadalupe Patrona de América durante su visita a México en 1999. También se le conoce como «la misionera celeste del Nuevo Mundo».