
Retrato de santa Josefina Bakhita
La santa que fue esclava: la vida de Josefina Bakhita, vendida cinco veces y regalada la sexta
Esta sudanesa es venerada como la una santa africana moderna, patrona adoptiva de su país de origen y hermana universal, título que solo se había otorgado a san Francisco de Asís
A los siete o nueve años, ya no se acordaba de su nombre, ni del idioma que hablaban sus padres en casa, ni siquiera de la edad que tenía cuando fue secuestrada. Lo que sí recordaría Bakhita –apodo que le pusieron sus captores para reírse de ella y que significa «afortunada» en árabe– fueron los 960 kilómetros que recorrió andando descalza desde el pueblo sudanés de Olgossa hasta El Obeid. Antes de llegar fue vendida en dos ocasiones y tras arribar a esta ciudad del sur de Sudán fue objeto de comercio otras tres veces en el transcurso de doce años. Después, por última vez, fue regalada.
En su autobiografía, Josefina Bakhita hace un balance positivo de su niñez. «Viví una vida muy feliz y despreocupada, sin saber qué era el sufrimiento», escribe. Su padre, hermano del jefe del pueblo, y su madre eran cariñosos con ella y con sus seis hermanos. Los mismos esclavistas árabes que la secuestraron a ella también habían capturado a su hermana mayor dos años antes.
De Sudán a Italia
Su cuarto propietario fue un general turco que la puso al servicio de su mujer y su suegra, que no dudaban en ser crueles con sus esclavos. Bakhita cuenta en sus memorias que no hubo ni un solo día de los que pasó en aquella casa que no resultase herida. Marcaban su piel con harina blanca, en patrones que después eran repasados por cuchillas mientras la ama observaba, látigo en mano. Los profundos cortes eran llenados con sal, para evitar que cicatrizasen. El recuerdo de Bakhita de aquella época quedó grabado en forma de 114 dibujos sobre todo el cuerpo, menos en el rostro, por la belleza que sus amas veían en ella.
A finales de 1882, el general comenzó los preparativos para volver a su país, entre los que se incluyó la venta de todos los esclavos. Así, la joven llega a manos del vicecónsul italiano Callisto Legnani, quien siempre la trató con amabilidad. Según cuenta en sus relatos, esta fue la primera vez que Bakhita recibió ropa para vestirse. Apenas dos años más tarde, en medio de la guerra colonial en Sudán, el diplomático tuvo que regresar a Italia y ella le suplicó que la llevase al viejo continente. Junto al amigo de Legnani, Augusto Michieli, recorrieron 650 kilómetros en camello, desde Jartum hasta el puerto de Suakin, de donde partieron en marzo de 1885 en barco hacia Génova.
La mujer de Michieli, al ver que llegaban con los esclavos, le pidió al vicecónsul poder disponer de uno. Bakhita sería regalada por última vez. Sus nuevos dueños la llevaron a la villa familia en Ziagnigo, a unos 25 kilómetros de Venecia, donde vivió durante tres años. Se convirtió entonces en la niñera de la hija del matrimonio, Alice, de la que se volvió inseparable. En 1888, Augusto decidió comprar un lujoso hotel en Sudán, que todavía era territorio anglo-egipcio, vender todas las propiedades familiares en Italia y trasladarse a África con toda la familia.
Se negó a abandonar a las monjas
Mientras su marido estaba ya en Sudán, Turina Michieli se encargaba de poner a la venta la villa familiar. La operación tardó más de lo esperado y la madre de Alice decidió hacerle una visita a su marido, para lo que necesitó dejar a la niña y a su niñera en un alojamiento temporal. Por consejo de un agente de negocios, las dejó a cargo de las hermanas Canossianas de Venecia.
En su monasterio, Bakhita supo por primera vez lo que era el cristianismo. «Aquellas santas madres me instruyeron con heroica paciencia y me introdujeron a Dios a quien, desde mi más tierna infancia, había sentido en mi corazón sin saber quién era Él», escribe la hoy santa en su autobiografía. Cuando Turina volvió a por ellas, la niñera se negó a acompañarlas y por tres días intento convencerla. También lo intentó por la vía legal, pero finalmente un tribunal italiano dictaminó que Bakhita nunca había sido legalmente una esclava, puesto que los británicos habían abolido la trata de personas en Sudán mucho antes de su nacimiento.
Últimos años
El 9 de enero de 1980, recibió el bautismo con el nombre de Josefina Margarita Afortunda. Aquel mismo día también se confirmó y comulgó por primera vez en una celebración presidida por el patriarca de Venecia, el arzobispo Giuseppe Sarto, futuro Pío X. Casi siete años después, volvió a las hermanas Canossianas para formarse en la vida religiosa, con quienes pasaría el resto de su vida. Allí donde iba se ganaba a la gente con su gentileza, su calmada voz y su sonrisa e incluso la apodaron sor moretta (la hermana morena).
Su fama de santidad la acompañaría hasta su muerte, en 1945, después de unos años de dolos y enfermedad, que Josefina llevaba, en cambio, con buen ánimo. Las peticiones para su canonización comenzaron inmediatamente, aunque el proceso no se inició oficialmente hasta 1959 con el Papa Juan XXIII, tan solo doce años después de su muerte. Fue finalmente canonizada el 1 de octubre del año 2000 por Juan Pablo II y desde entonces es venerada como una santa africana moderna y hermana universal, título que solo se había otorgado a san Francisco de Asís.