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05 de mayo de 2024

El monje trapense Charles de Foucauld con un niño en brazos, en Argelia en 1916

El monje trapense Charles de Foucauld con un niño en brazos, en Argelia cerca del 1900Gtres

La vida desconocida de Charles de Foucauld, el santo del desierto que tradujo la Biblia para los tuaregs

Charles de Foucauld, fue un verdadero buscador, un hombre abierto a toda la humanidad, llamado el hermano universal. Un hombre que buscó a ejemplo de Cristo ser uno de tantos, siempre en el último lugar

Charles de Foucauld (1858-1916) es conocido por muchos como el santo del desierto, el místico que vivió como ermitaño entre los tuaregs del Sahara, fundador de una espiritualidad que inspiró a varias congregaciones religiosas. Sin embargo, su vida fue mucho más rica y compleja de lo que se suele pensar.
Fue un buscador incansable. Al inicio creyó encontrar su plenitud a través de lo humano, primero, erróneamente, a través del desenfreno y las pasiones –como el hijo prodigo del Evangelio–, pero al descubrir que estas no calmaban el ansia de su corazón, pasó a la búsqueda, a través de lo intelectual y social de su época, logrando hacer una gran y peligrosa exploración por Marruecos y Argelia, en el gran Sáhara, haciéndose pasar por judío. En la que obtuvo un gran premio de la Sociedad de Geografía Francesa, ya que era el primer francés que recorría todo el vasto desierto del Sáhara y lo documentaba de forma científica, publicando el libro titulado Reconnaissance au Maroc (1883-1884).
Al darse cuenta de que ni aún estos logros humanos llenaban su alma, se dejó interpelar por el ejemplo del islam y como, con rigurosa fidelidad, sus fieles rezaban sus oraciones a diario. Esto le llevó a cuestionarse su agnosticismo religioso. «Dios mío si existes, haz que te ame» –rezaba a diario–. Dios escuchó su oración, y un día llegó el «golpe de Gracia»: invitado por el padre Huvelin confiesa y comulga, teniendo una conversión tumbante como san Pablo.
Charles de Foucauld, cerca del año 1900

Charles de Foucauld, cerca del año 1900Gtres

Tras su vuelta a la fe, Charles de Foucauld ingresó en la orden cisterciense de la estricta observancia, conocida como la Trapa. Allí vivió siete años de austeridad y oración, pero sintió que Dios le llamaba a algo más. Dejó el monasterio y se fue a Tierra Santa, donde vivió como ermitaño en Nazaret, Belén y Jerusalén, siguiendo los pasos de Jesús.
En 1901, Charles de Foucauld fue ordenado sacerdote en Viviers, Francia. Su deseo era evangelizar a los musulmanes del norte de África, pero sin imponer su fe, sino siendo testigo de la caridad de Cristo. Se instaló en Béni Abbès, Argelia, donde construyó una ermita y una pequeña fortaleza. Allí acogía a los viajeros, a los enfermos y a los pobres, sin distinción de credo o de raza. Más tarde se trasladó a Tamanrasset, donde se hizo amigo de los tuaregs, a quienes respetaba y admiraba. Aprendió su lengua y su cultura, y tradujo el Evangelio y el catecismo al tamasheq.
Charles de Foucauld delante de su ermita en Beni Abbes con el catecúmeno esclavo salvado, Joseph (1901)

Charles de Foucauld y Joseph, el catecúmeno esclavo salvado, delante de su ermita en Beni Abbes (1901)

El 1 de diciembre de 1916, Charles de Foucauld fue asesinado por un grupo de rebeldes senusíes que atacaron su ermita. Murió perdonando a sus agresores, como Jesús en la cruz. Su muerte no fue en vano, pues sembró la semilla de una nueva forma de vivir el Evangelio, basada en la fraternidad universal, la pobreza evangélica y la contemplación en el desierto. Su ejemplo inspiró a muchos hombres y mujeres que siguieron su camino, como los Hermanitos y Hermanitas de Jesús, los Hermanitos y Hermanitas del Evangelio, los Hermanitos y Hermanitas de Carlos de Foucauld, y otras asociaciones laicales y sacerdotales.
Charles de Foucauld fue beatificado por el Papa Benedicto XVI en 2005 y será canonizado por el Papa Francisco el 15 de mayo de 2022. Su fiesta se celebra el 1 de diciembre, día de su martirio. Su vida es un testimonio de que Dios puede transformar el corazón de un pecador en el de un santo, y de que el amor de Dios puede llegar a todos los rincones del mundo.
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