San Josemaría Escrivá de Balaguer
Entrevista a Josep-Ignasi Saranyana, miembro del Pontificio Comité de Ciencias Históricas
«El mensaje de san Josemaría era revolucionario en sí mismo»
Era la mañana del 2 de octubre de 1928. Mientras las campanas de Nuestra Señora de los Ángeles repicaban, un joven sacerdote aragonés sintió la misión que Dios le confiaba y que transformaría su vida y la de quienes le rodearan
No fue en medio de una gran multitud ni tras un acontecimiento espectacular. La semilla del Opus Dei brotó en silencio, dentro de una modesta habitación en Madrid, mientras un joven sacerdote aragonés hojeaba unas notas escritas a lo largo de años de oración. Era la mañana del 2 de octubre de 1928 y, al repicar las campanas de Nuestra Señora de los Ángeles, Josemaría Escrivá comprendió, de golpe, cuál sería la misión que marcaría su vida. Lo que descubrió parecía entonces sencillo —vivir la fe en el trabajo, en la familia, en lo cotidiano—, pero encerraba una carga transformadora que, con el tiempo, desbordaría fronteras.
A ojos de hoy, hablar de santidad en lo ordinario puede sonar casi evidente. Pero en aquella España de los años 30, la intuición de Escrivá rompía moldes: proponía a hombres y mujeres comunes, sin sotana ni hábito, que su vida corriente podía ser lugar de encuentro con Dios. Una propuesta que fue vista como adelantada a su tiempo, incluso en el propio Vaticano.
«Esta idea del Evangelio, que se hizo doctrina común en el Concilio Vaticano II, resuena con fuerza hoy: vivir con la conciencia que Dios me llama a unirme a Jesús donde vivo, donde trabajo, donde estoy», señala para este medio el historiador José Luis González Gullón, profesor de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma).
La Obra ha mostrado una gran vitalidad, aunque sus miembros no son obviamente perfectos
Casi cien años después, esa visión sigue viva en una prelatura con más de 87.000 miembros repartidos en todo el planeta. «El mensaje se ha difundido por todo el mundo, de modo que muchas personas en los cinco continentes desean ser sembradores de paz y alegría», explica Alfonso Sánchez-Tabernero, catedrático de empresa informativa y exrector de la Universidad de Navarra.
Sobre esa fuerza renovadora y su alcance histórico conversa con El Debate Josep-Ignasi Saranyana (Barcelona, 1941), profesor emérito de historia de la teología de la Universidad de Navarra y miembro del Pontificio Comité de Ciencias Históricas. «La Obra irrumpía con planteamientos muy diferentes», asegura el veterano catedrático, quien subraya que el mensaje que Escrivá de Balaguer comenzó a difundir a partir de 1928 resultaba verdaderamente revolucionario.
El desafío de abrir cauce en la Iglesia
–Hoy celebra el Opus Dei la fecha fundacional.
–Así es. San Josemaría Escrivá señaló, en conversaciones y en muchos escritos, que la fecha en que vio (empleaba este verbo) el Opus Dei fue el 2 de octubre de 1928. En realidad recibió carismáticamente dos mandatos: difundir un mensaje y fundar la Obra.
–Imagino que esos «mandatos» le complicaron mucho la vida…
–En efecto. El mensaje que debía difundir era revolucionario en sí mismo. Nadie afirmaba entonces que se puede alcanzar la más alta cotas de santidad en la vida corriente, sin profesar los consejos evangélicos (o sea, sin los votos de pobreza, castidad y obediencia). Por otra parte, iniciar esa nueva institución también era complejo, porque Escrivá debía abrir cauce entre dos corrientes de opinión muy sólidas: el apostolado jerárquico y el merecido prestigio del estado religioso y del mundo clerical.
–Pero entonces, el apostolado jerárquico de los seglares apenas comenzaba…
–Tiene razón. La Acción católica comenzó también en 1928, pero contaba con el impulso de la Santa Sede y el apoyo del episcopado mundial, y se expandió rápidamente, alcanzando en pocos años grandes vuelos. Otros movimientos asociacionistas, más o menos jerárquicos, tenían larga tradición. La Obra irrumpía con planteamientos muy diferentes, insistiendo en la espontaneidad apostólica y la libertad individual. Su planteamiento era tan nuevo en la Iglesia, que pocos lo entendieron entonces. Aun ahora, después del Vaticano II, muchos no lo comprenden.
«La Obra venía a sembrar paz y no quería conflictos»
–¿Cómo reaccionó la teología al oír que se podía alcanzar la perfección cristiana por caminos distintos de los consejos evangélicos y los votos religiosos?
–La teología reaccionó con perplejidad. Que la santidad estuviera al alcance de la gente corriente chocaba entonces y todavía sorprende ahora en algunos ambientes. La tradición de los consejos evangélicos, considerada como la expresión máxima del radicalismo cristiano, había cristalizado. Algunos consideraron que era patrimonio de la fe católica. Lo contrario olía a herejía… Mil quinientos años crean tendencia, harto difícil de romper. Las revoluciones pueden cambiar un ambiente sin son sangrientas. Pero la Obra venía a sembrar paz y no quería conflictos. Andar por la vía pacífica ha requerido mucha paciencia.
–Y ahora, ¿cómo le va a la Obra, al cabo de casi un siglo?
–Si nos atenemos a la máxima evangélica, que el buen árbol se conoce por sus buenos frutos, la Obra ha mostrado una gran vitalidad, gracias a Dios, aunque sus miembros ni son ni serán perfectos. Nobody is perfect! Con todo, se ha extendido por todas las latitudes: en unas más y en otras menos. Pero ahí está, capeando algunos temporales, que siempre vienen bien para mejorar en humildad.
Entre laicos y sacerdotes para la nueva evangelización
–¿Y qué me dice de cara a la celebración del centenario?
–No estoy en ninguna comisión preparatoria y desconozco qué se prepara. Con todo, cien años para una institución, que espero dure siglos, es poca cosa…
–Bueno, se lo diré de otra manera: ¿qué le gustaría ver si pudiera vivir otros cien años?
–Con respecto a la Obra, me agradaría ver que por fin se ha entendido la condición plenamente secular de sus miembros y que este tema ha pasado a la legislación general de la Iglesia. En otros términos, que se acepta que el Opus Dei es una unidad orgánica de una multitud de laicos y de una minoría sacerdotal, para la nueva evangelización.
Una cosa es que el Papa sea el vicario de Cristo, y otra, que pueda hacer lo que quiera
–¿Y en general, con respecto a la Iglesia?
–Me gustaría ver aprobada una ley fundamental de la Iglesia, en la cual se especifiquen con claridad los derechos y deberes de los fieles y se trate adecuadamente la condición del ministerio petrino. Hubo un intento fallido en los años setenta. Prometía mucho y se quedó en nada.
–¿El ministerio petrino? ¿Qué quiere decir?
–No se sorprenda. La teología del ministerio petrino está todavía en pañales. Una cosa es que el Papa sea el vicario de Cristo, y otra, que pueda hacer lo que quiera, sin ajustarse a las atribuciones específicas de su ministerio. Él es, sin duda, garante de la fe, porque Cristo le prometió una especial asistencia en este tema, y la palabra de Cristo no puede fallar. Pero la condición papal no asegura, por sí misma, ni el buen gobierno, ni el acierto en la aplicación del derecho. Y si no, que le pregunten a san Pedro por el incidente de Antioquía, que narra san Pablo en su carta a los Gálatas…