El Papa León XIV durante la Misa de canonización en la Plaza de San Pedro
León XIV proclama a los primeros santos venezolanos: «Sin fe en Dios, no podemos esperar en la salvación»
Dos venezolanos, tres italianos, un papuano y un armenio han sido elevados a los altares este domingo
Los rostros de los nuevos santos, representados en los tapices colgados en la fachada de la basílica, han mirado hacia una Plaza de San Pedro festiva, desbordante de fieles llegados de todo el mundo. Unas 55.000 personas asistieron a la Misa de canonización de los beatos mártires Pedro To Rot y el obispo Ignacio Choukrallah Maloyan; de las religiosas María Troncatti, Vicenza María Poloni y Carmen Rendiles Martínez; y de los laicos Bartolo Longo y José Gregorio Hernández Cisneros.
«Cuando escuchamos el llamado de quien está en dificultad, ¿somos testigos del amor del Padre, como Cristo lo fue hacia todos? Él es el humilde que llama a los prepotentes a la conversión, el justo que nos hace justos, como atestiguan los nuevos santos de hoy: no héroes ni paladines de algún ideal, sino hombres y mujeres auténticos». Así subrayó el Papa León XIV en su homilía el testimonio que dejan a la Iglesia los siete nuevos santos canonizados este 19 de octubre.
En su homilía, el Santo Padre evocó con emoción a los nuevos santos, a quienes definió como «fieles amigos de Cristo». Entre ellos, recordó a quienes «son mártires por su fe», como el arzobispo armenio Ignacio Choukrallah Maloyan y el catequista papú Pedro To Rot; a quienes «son evangelizadores y misioneras», como la hermana María Troncatti, salesiana italiana que consagró su vida a las comunidades del Ecuador; a las que «son carismáticas fundadoras», entre ellas la italiana Vicenza María Poloni, creadora del Instituto de las Hermanas de la Misericordia de Verona, y la venezolana Carmen Rendiles Martínez, fundadora de la Congregación de las Siervas de Jesús; y, finalmente, a quienes «son benefactores de la humanidad» con un «corazón ardiente de devoción», como Bartolo Longo y José Gregorio Hernández Cisneros, laicos comprometidos con los más necesitados.
De izq. a dcha. (abajo): María Carmen Rendiles Martínez, Bartolo Longo, Vincenza Maria Poloni y José Gregorio Hernández Cisneros Arriba: Peter To Rot, María Troncatti e Ignacio Maloyan
A pesar de sus trayectorias tan dispares, subrayó el Pontífice, todos ellos «con la gracia de Dios mantuvieron encendida la lámpara de la fe, y más aún, se convirtieron ellos mismos en lámparas capaces de difundir la luz de Cristo». Su ejemplo, añadió, debe inspirar a los creyentes «en las pruebas» y fortalecer «la vocación común a la santidad».
«Mientras peregrinamos hacia esa meta, oremos sin cansarnos, firmes en lo que hemos aprendido y en lo que creemos con convicción. La fe en la tierra sostiene la esperanza del cielo», exhortó el Papa, centrando su mensaje en la fe y la oración.
Partiendo del Evangelio de san Lucas —«Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?»—, León XIV explicó que esa pregunta revela «lo que es más precioso a los ojos del Señor»: la fe, «el vínculo de amor entre Dios y el hombre». En su reflexión, afirmó que esta relación «es de suma importancia, porque Él creó de la nada todas las cosas al principio de los tiempos, y salva de la nada todo lo que en el tiempo perece». Y advirtió: «Una tierra sin fe estaría habitada por hijos que viven sin Padre, es decir, por criaturas sin salvación».
Para el Pontífice, la fe da sentido a todos los bienes materiales y culturales, pues «sin la fe pierden su sentido». Sin ella —añadió— «no podemos esperar la salvación; el cielo y la tierra permanecerían como antes, pero ya no habría esperanza en nuestros corazones; la libertad de todos sería derrotada por la muerte; y nuestro deseo de vida caería en el vacío».
León XIV interpretó las preguntas de Jesús como «una poderosa invitación a la esperanza y a la acción», e insistió en que la fe sostiene el compromiso cristiano con la justicia porque «Dios salva el mundo por amor, liberándonos del fatalismo».
El Papa recordó, además, que la oración es el alimento de la fe: «Así como no nos cansamos de respirar, no nos cansemos de orar. Como la respiración sostiene la vida del cuerpo, la oración sostiene la vida del alma: la fe se expresa en la oración, y la oración auténtica vive de la fe».
Comentó la parábola evangélica del juez injusto y la viuda perseverante, señalando que su «insistencia» es ejemplo de esperanza en tiempos difíciles. Sin embargo, advirtió también de dos tentaciones: «La primera nace del escándalo del mal, que lleva a pensar que Dios no escucha el llanto de los oprimidos ni se compadece del dolor inocente. La segunda tentación es pretender que Dios actúe según nuestros deseos».
El Pontífice señaló que Cristo libera de ambas tentaciones, y recordó que, en su pasión, se abandonó al Padre diciendo: «Hágase tu voluntad». Por eso, explicó, «la oración de la Iglesia nos recuerda que Dios hace justicia a todos, entregando su vida por todos».
«Cuando clamamos al Señor: «¿Dónde estás?», transformamos ese grito en oración, y entonces reconocemos que Dios está allí donde sufre el inocente», proclamó León XIV.
Finalmente, el Papa subrayó que «la cruz de Cristo revela la justicia de Dios, es decir, el perdón». En ella —dijo— el Señor «ve el mal y lo redime cargándolo sobre sí». Y concluyó con un mensaje de esperanza: «Cuando estamos crucificados por el dolor y la violencia, por el odio y la guerra, Cristo ya está allí, en la cruz por nosotros y con nosotros. No hay llanto que Dios no consuele, ni lágrima que esté lejos de su corazón. El Señor nos escucha, nos abraza como somos, para transformarnos en lo que Él es. Quien rechaza la misericordia de Dios permanece incapaz de mostrar misericordia al prójimo. Quien no acoge la paz como un don, no sabrá donarla».