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Vestigios de una lavandería romana con sus bañeras de piedra perfectamente conservadas

Vestigios de una lavandería romana con sus bañeras de piedra perfectamente conservadasMinisterio de Cultura de Italia / EFE

León XIV: «Una teología que ignora la arqueología corre el grave riesgo de volverse ideológica»

El Pontífice sitúa la ciencia de las ruinas como una forma de caridad: una manera de devolver dignidad a los olvidados, rescatar la memoria de vidas silenciosas y revelar la santidad anónima que ha acompañado a la Iglesia desde sus orígenes

La arqueología cristiana no consiste simplemente en investigar yacimientos, piedras y ruinas. Es una disciplina más profunda, porque habla «de la vida cotidiana de los primeros cristianos, de sus lugares de culto, de las formas de evangelización», muestra «cómo la fe ha modelado espacios, ciudades, paisajes y mentalidades», y ayuda a comprender «cómo la revelación se ha encarnado en la historia, cómo el Evangelio ha encontrado palabras y formas dentro de las culturas».

Estas son palabras de la Carta Apostólica en la que el Papa León XIV reflexiona sobre la arqueología cristiana y la presenta como un componente imprescindible para el camino de la Iglesia en los tiempos actuales.

Con motivo del centenario del Pontificio Instituto de Arqueología Cristiana, el Santo Padre insiste en la necesidad de buscar una sabiduría profunda capaz de custodiar lo verdaderamente esencial. Lejos de ser un campo reservado solo a especialistas, la arqueología es para el Papa una vía accesible a todos aquellos que desean comprender la encarnación de la fe en el tiempo y en la cultura.

La arqueología cristiana, una forma de caridad

León XIV explica que la fe cristiana es, en su esencia más auténtica, histórica. Una teología que decide ignorar la arqueología corre el grave riesgo de volverse «desencarnada, abstracta, ideológica». La arqueología se convierte, por tanto, en el vehículo que hace esta verdad evidente y palpable. Nos recuerda que Dios eligió habitar lugares, casas, sinagogas y calles, hablando en una lengua humana.

Para el Pontífice, no es posible comprender plenamente la teología sin la «inteligencia de los lugares y las huellas materiales» de los primeros siglos. La arqueología cristiana es vista como una respuesta fiel a la declaración sensorial del evangelista Juan —«Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida» (Jn 1,1)—, buscando tocar y ver al Verbo que se hizo carne.

Al ocuparse de los vestigios materiales de la fe, esta disciplina educa en una «teología de los sentidos», que sabe ver, tocar, oler y escuchar. El Papa destaca el carácter eminentemente práctico y humano de esta labor: «La profesión arqueológica es, en gran parte, una profesión 'táctil'. Los arqueólogos son los primeros en tocar, después de siglos, una materia enterrada que conserva la energía del tiempo».

La arqueología cristiana, entonces, es también una forma de caridad; es una manera de hacer hablar los silencios de la historia, de «devolver la dignidad a los olvidados», de sacar a la luz la santidad anónima de tantos fieles que han formado parte de la Iglesia. El arqueólogo cristiano no solo estudia los hallazgos, sino también «las manos que los forjaron, las mentes que los concibieron, los corazones que los amaron». Detrás de cada ruina, «hay un sueño de fe y una liturgia».

Escuela de humildad y esperanza

León XIV lamenta que vivimos en una época donde el uso y el consumo han prevalecido sobre el respeto. La arqueología se erige entonces como una «escuela de sostenibilidad cultural y ecología espiritual», pues enseña que hasta el fragmento más pequeño, una moneda corroída o un grafito desgastado, merece atención y no debe descartarse. El arqueólogo conserva, contempla y descifra. Su mirada «es paciente, precisa, respetuosa».

Además de ser una escuela de respeto, la arqueología es también una «escuela de humildad»: enseña a no despreciar lo aparentemente secundario y a intuir lo que ya no está escrito, operando en el umbral «entre la historia y la fe, entre la materia y el Espíritu, entre lo antiguo y lo eterno».

Pero quizás la misión más apremiante de esta disciplina, según el Santo Padre, es la de la esperanza. En las catacumbas, por ejemplo, «todo habla de esperanza», de vida más allá de la muerte y de liberación, según el Papa Francisco, citado por León XIV.

La arqueología cristiana es un «ministerio de esperanza» porque, al narrar la historia de la salvación con imágenes y espacios, demuestra que la fe ha resistido persecuciones, crisis y cambios, y que el Evangelio siempre ha tenido una fuerza generativa.

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