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Un fotograma de la segunda parte de Makinavaja

Un fotograma de la segunda parte de Makinavaja

Televisión

El papel más difícil de Pajares, y no es '¡Ay, Carmela!'

El actor decidió volver a la comedia disparatada tras ganar el Goya por un papel 'serio'

Andrés Pajares pasa a ser «el actor español mejor pagado» (David Trueba dixit) tras su caracterización de Paulino en ¡Ay, Carmela!, la película de Carlos Saura que provoca la noche más horrible de Almodóvar en la historia de los premios Goya.

Tras aquel éxito, que le vale un cabezón, le llegan ofertas para hacer teatro. Muy buenas. Pero él no se ve como Núria Espert o José Sacristán, declamando sobre las tablas. Lo cuenta en Contigo en la distancia, el quinto y último capítulo de la magnífica docuserie Pajares & Cía de Atresplayer Premium. ¿Qué hace? «Me fui a Cleofás a mi show». Cleofás, discoteca madrileña de larga trayectoria.

Y es que la cabra tira al monte, dicho esto con todo el respeto. Y a Pajares lo que le tira es la comedia. Por eso cuando decide volver al cine lo hace interpretando a un personaje muy peculiar. Decide ser el protagonista de Makinavaja, el último choriso (1992), una película dirigida por Carlos Suárez a partir del cómic Makinavaja, creado por Ivá y que se publicaba en El Jueves. Comparte planos con Jesús Bonilla (Popeye). ¿Qué hace después? ¿Tiene en cuenta la opinión de aquellos que le aconsejan que vuelva al 'cine serio'? No, porque es Andrés Pajares. Así que lo siguiente que rueda, en 1993, es ¡¡Semos peligrosos!! (uséase Makinavaja 2), con el mismo equipo.

En el documental compara su trabajo como Paulino con el que hizo como Makinavaja. El público, en general, le dice que su gran actuación es la de ¡Ay, Carmela!, pero el cómico no está de acuerdo. «¡Pero si eso ya lo he vivido yo! ¡Es solo recordarlo! No es tan difícil. Es mi mejor película, pero no tan difícil. Es más difícil hacer Makinavaja», analiza.

En la vida, el papel más difícil es el de padre. Seamos sinceros: no lo hace demasiado bien. Mucho sufre cuando es atacado por el «terrorismo televisivo» y se ve convertido en un personaje del corazón. Sus hijos también entran al trapo. Todo ese lío lo deja tocado, así que se ve capacitado para dar consejos. Tras ver La buena vida, de David Trueba, llama por teléfono al director, al que no lo conocía. Lo felicita por su película («me ha encantado»), le dice que en el futuro le gustaría trabajar con él y, como sabe que tiene hijos, le pide que los mime.

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