
Serguei Eisenstein (1898-1948), director de la película El Acorazado Potemkin
Cine
La película comunista que entusiasmó a Goebbels y fracasó en la Unión Soviética
El filme, el favorito de Charles Chaplin, fue declarado el mejor de siempre en la Exposición Universal de 1958
Hay películas legendarias cuya propia vida es tan interesante, o más, que su propio contenido. La película de la que se habla en este artículo cumple 100 años y tiene tantas versiones —una orquestada por los Pet Shop Boys en 2004— que es imposible seguirlas todas. Lo curioso es que, rodada para conmemorar el 20º aniversario de la Revolución de 1905, fue censurada incluso en la propia Unión Soviética.
El director es Eisenstein, que recibió el encargo de rodar algo mucho más largo. Pero las prisas le llevaron a rodar este filme, canto a la revolución comunista, al poder del grupo sobre el individuo. Por eso, al espectador del siglo XXI quizás lo que más le llame la atención sea que no hay protagonista, que no hay personajes propiamente dichos. Está el pueblo, simbolizado por la tripulación de un barco y las masas de Odesa, frente a los opresores.
La película es, obviamente, El acorazado Potemkin, la quintaesencia de la propaganda soviética, filme que causó temor en medio mundo y que, por otros motivos, fue censurada en la propia Unión Soviética.
El filme, al principio, tuvo mucho más éxito en Alemania que en Rusia, pues el público soviético prefería los estrenos de Hollywood que aún podían ver. Para evitar un sonoro fracaso, con salas semivacías, las autoridades no quisieron distribuirlo tras su estreno en Moscú en diciembre de 1925. Solo la insistencia del poeta Vladimir Mayakovsky permitió que el filme se distribuyera nacional e internacionalmente.Pronto, la carga emocional del filme, con su evidente mensaje revolucionario en una década en que tanto miedo había al contagio comunista, provocó que se prohibiese en numerosos países, como Países Bajos, Bélgica o el Reino Unido, donde solo se levantó el veto en 1954 —tras la muerte de Stalin— pero con la calificación X, calificación que solo se quitaría décadas más tarde. En Francia, incluso, se destruyeron todas las copias de la película que llegaron a sus fronteras.
En Alemania tuvo un enorme éxito a partir de su estreno, en 1926. La película se censuró, pero no por motivos políticos. Las autoridades cortaron las escenas más violentas, pues en aquella época no se estaba acostumbrado a mostrar sangre y muerte de manera tan poco «decorosa». Mientras tanto, a Estados Unidos llegó de la mano de Douglas Fairbanks y Mary Pickford tras un viaje a la Unión Soviética —de estos viajes de artistas e intelectuales a la Rusia comunista hay menos literatura de la que uno desea—.
El acorazado Potemkin, desde su estreno, generó un gran entusiasmo en la crítica, que no siempre en el público. Se convirtió en un clásico casi al instante. Y, pese a su enorme carga propagandística —o, más probablemente, gracias a ella— fue elegida como la mejor película de la Historia en la Exposición Universal de 1958 —no debe sorprender si se ve el resto de lista de filmes seleccionados para la ocasión— (*).
¿Cuál es la razón, entonces, por la que El acorazado Potemkin, generó emociones tan intensas y encontradas? Eisenstein, para magnificar el resultado propagandístico, usó las teorías del montaje que acababa de enunciar Lev Kuleshov –el Efecto Kuleshov es una de las reglas básicas del lenguaje cinematográfico– para potenciar el efecto emocional de cada escena.
Por eso, en la secuencia más memorable de la película, aquella de la matanza en las escaleras de Odesa, importan menos la continuidad y la coherencia escénicas que los efectos de unos fotogramas formidablemente ensamblados para formar un conjunto que, aún hoy y quizás a diferencia del resto del filme, siguen maravillando y sobrecogiendo.
La película tiene tal potencia que Goebbels afirmó: «es una maravillosa película sin igual en el cine… cualquiera que no tenga una convicción política firme podría volverse bolchevique después de verla». Y sirvió de guía para el cine propagandístico nazi, hoy en día fuera del alcance del gran público, en otro de esos sesgos contemporáneos tan injustos y puritanos.
Reveladoramente, El acorazado Potemkin nunca fue prohibido en la Alemania nazi, aunque se cuenta que Himmler prohibió a los miembros de la SS que la vieran. Por otro lado, en la Unión Soviética de Stalin se censuró parte del filme, y una cita de Trotsky se cambió por otra de Lenin.
Filme con recado, de evidente carga política, con sus 100 años forma parte de la Historia del cine. Muda, con una espléndida banda sonora que ha experimentado un sinfín de cambios, en blanco y negro, consta de una nota de color rojo intenso con el que el propio Eisenstein coloreó 108 fotogramas para mostrar al mundo la bandera de la Revolución.
(*) Hay un libro interesante sobre la Exposición Universal de Bruselas, la del Atomium. Se titula Expo 58, de Jonathan Coe, y trata de alguna manera del espionaje y la Guerra Fría de la época.