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02 de mayo de 2024

El escritor Albert Toadella

El escritor Albert ToadellaMaya Balanya

Entrevista

Albert Boadella: «Tenía un público progre que se fue cuando me cansé de reírme de los de fuera y empecé a reírme de los de dentro»

El dramaturgo presenta su libro Joven, no me cabree. Contra el infantilismo progresista de la sociedad actual, un manifiesto artístico mordaz y polémico de su visión sobre la política, la belleza y la modernidad

Albert Boadella, dramaturgo español nacido en Barcelona en 1943, se educó en Francia, pero lo que le hace «tilín» es España. Admite que ha sido muy afortunado en la vida. Por su mujer y por sus hijos y sus amigos o su trabajo. Fundador de la compañía de teatro Els Joglars, no se sabe bien si su humor característico proviene de su fortuna o su fortuna de su humor característico. Seguramente provenga de ambos sentidos, casi los mismos en los que se expresan los dos protagonistas de su nuevo libro, Joven, no me cabree. Contra el infantilismo progresista de la sociedad actual (Penguin Random House).
El «testamento de Albert Boadella», como escribe Cayetana Álvarez de Toledo en el prólogo, ahuyentando inquietudes: «Nuestro maestro sigue fuerte y erguido como un ciprés de Fiesole», algo de lo que un servidor da fe. Un joven, «el joven», acude a casa del dramaturgo para escribir una tesis doctoral sobre Arte Dramático, interesado en el aspecto «transgresor» del asunto y del protagonista, que deriva en una enseñanza de vida en el tiempo, verdadera y absurda (en el sentido escénico) de una suerte de Sr. Miyagi Boadella a su discípulo, otra suerte de Progresan (el autor pensó más bien en los Diálogos de Platón) a través del teatro, del Arte y de la Belleza. Y también del humor de un libro «optimista», pese a las ruinas que por sus páginas pasan.
–¿Cuándo empezó en la política y en la sociedad «la nada» que inició El Guernica en el Arte, quizá con la progresía?
–Hay un hecho curioso en París, a principios del siglo XX, el centro mundial del Arte en aquel momento donde, acomplejados por el rechazo que habían mostrado a los impresionistas, que se habían convertido en los mejores pintores del mundo, empezaron a aceptar cualquier cosa para no volver a hacer el ridículo. A partir de ahí empiezan lo que yo llamo los ismos: el cubismo, el surrealismo... entonces cualquier personaje que aparece por allí es bien recibido e incluso elevado a la categoría de genio. Hay un momento clave que aprovecha Picasso, siendo un pintor muy dotado, que se dedica a partir de entonces al mundo de la especulación, del truco y del dinero. Es aquí donde empieza todo. Luego tras la II Guerra Mundial hay una nueva derivación hacia el ismo por el trauma que supone el conflicto. El ismo alcanza todas las dimensiones y a todas las artes, incluido el teatro. Entonces ahora nos encontramos con este mundo de la nada, artísticamente, con la excepción del ballet, que se encuentra en un momento extraordinario, como nunca antes, porque los Estados se han convertido en los mecenas del arte y de la cultura. Este es, a mi entender, el gran problema.

Los jóvenes salen de la Universidad o de las escuelas de Arte y amenazan rápidamente con ser genios

–Estaba leyendo su libro y no podía parar de reír imaginando en usted a una especie de señor Miyagi (el maestro japonés de Karate Kid) y su discípulo al que, en vez de Danielsan, podríamos llamar Progresan, al que constantemente obliga a hacer trabajos manuales como pintar una valla a modo de entrenamiento, igual que usted le dice a su pupilo que cave alrededor de su cerezo.
–Bueno, en realidad este señor Miyagi es un poco cabreante (risas). Lo cierto es que la historia está reflejada en muchos pequeños trozos de gente con la que me he encontrado. Jóvenes que salen de la Universidad o de las escuelas de Arte y amenazan rápidamente con ser genios. Ya lo saben todo y el respeto que tienen por la maestría y los maestros es casi nulo. Por eso yo al aprendiz le someto al conocimiento real y práctico. Me dejo de teorías y le enseño un oficio, y hasta consigo que termine haciendo algunas cosas que están bien. Es un libro optimista. La relación con las cosas naturales me ha servido para mi vida artística. Donde vivo tengo un pequeño jardín con árboles y a veces tengo que cavar (risas). Esta relación con el mundo vegetal y animal es también algo lógico. Y también es lógico, aunque yo más bien me he inspirado en los Diálogos de Platón (risas), que el maestro que usted me cita de Karate Kid haga lo mismo.
–¿Hay esperanza entre la barbarie? Muchas veces parece una tarea imposible, incluso tardía... podar un ciruelo, escuchar a Beethoven, entender la poesía...
–Yo insisto en el libro en un aspecto y es que el joven busca mi transgresión. Quiere informarse de la época en que yo no era conservador y facha y sí era transgresor (risas). Y él quiere hacer la transgresión en sentido inverso. Una transgresión mirando ciertas cosas del pasado. Una de los signos de esta generación es la destrucción compulsiva del pasado, pero como una cosa patológica. Yo trato de inducir a este discípulo en la idea del Renacimiento. 1200 o 1300 años después de la destrucción de Roma, los artistas y los filósofos vuelven atrás. Incluso los pintores pintan un poco como pintaban los romanos. Vuelven a los clásicos. Es decir, esta huida constante hacia adelante no es siempre lo mejor, por eso muchas veces es muy importante un retroceso. Ante lo que usted me decía, se trata de inducir a una persona a mirar hacia atrás, al pasado, porque en el pasado está el 90 % de lo que tenemos. En el presente hay relativamente pocas cosas, cosas que son en gran medida muy fútiles, y en el futuro no hay nada. Por tanto, lo tenemos todo en el pasado, no digamos desde el punto de vista artístico. La transgresión es volver a ideas y a basarse en cosas que han tenido una gran solidez, con la vida actual, lógicamente.

Dar la mano significa una cosa y dar un beso otra. Todo esto ha sido arrasado en una especie de deseo de igualitarismo

–La vida y la sociedad actual se parece mucho al cine que usted no considera Arte (aunque sí una cosa maravillosa) por el artificio y el engaño con el que cuenta para desarrollarse, pero con el inconveniente de que cada vez más adolece de inspiración artística.
–Porque hay un alejamiento del sentido de la Belleza. Incluso en el estrato humano. Cuando yo impongo ciertos protocolos al joven aprendiz, primero, incluso, el hablarme de usted, ¿no? Dar la mano significa una cosa y dar un beso otra. Todos esos protocolos que son un lenguaje, todo esto ha sido arrasado en una especie de deseo de igualitarismo que hace que se destruya todo lo que es la forma. Yo creo que uno de los problemas más graves que nos encontramos en nuestro mundo es que la Belleza está en el trato de las personas; está en la forma de servir una comida; en la forma de dirigirte a alguien. Nosotros podemos hacer que nuestra vida tenga este objetivo. Si nuestra vida tiene este objetivo, automáticamente también tienen muchas otras ópticas y visiones. De lo contrario, siempre es ir al grano. Estamos siempre en un ritmo que no dominamos. Este es el problema. Si yo me fui a vivir al campo hace muchos años es porque no resistía el ritmo de una gran urbe. Seguramente una gran urbe en el medievo era lo mejor que había. Sin duda. Y a lo mejor hace dos siglos también. Pero ahora todo esto nos lleva a perder una parte importante del sentido de la vida, que es la Belleza, la Belleza que tiene que ver con muchas cosas: con la ética, con la propia moral, etc. Sí que coincide esta idea que me lanza de que hay algo de artificio del cine en esta forma de vivir. El cine que muchas veces es una trampa fatal, muchas veces formidable, fantástica y maravillosa, pero que es pura trampa, No es como el teatro donde el actor está allí presente. ¡Tampoco se mata en el teatro! (risas).
–¿Si usted fuera progre y cursi diría que es una buganvilla en constante desenredamiento?
–(Risas) Ha citado un ejemplo cursi del libro. Muchas veces a los que trabajamos en el mundo artístico la cursilería se nos va con mucha facilidad (risas). La verdad es que mi vida no ha sido demasiado cercana a la buganvilla. Los entresijos que ha habido detrás de mi vida han sido visualmente mejor que todo lo que hay detrás de la buganvilla: las ramas medio secas y luego con la coraza de flores... En mi vida he sido un hombre afortunado. No puedo más que decirlo. Sé que no es tener mucho pudor, pero he sido muy afortunado porque he tenido una vida formidable. Por todo. Por la familia, el amor que ha llenado mi vida tantos años, mi mujer desde hace 47 años, los hijos, los compañeros de trabajo, estos veinte años tan felices entre los 80 y finales de lo 90... por lo tanto, no soy muy buganvilla (risas). Quizá debería compararme mejor con el rosal, que aunque tiene pinchos, visualmente es más armónico.

Ahora este mundo de inquisidores se ha colocado la máscara de la progresía, de la modernidad, y va colocando tabúes uno detrás de otro

–¿Qué es un mundo que no tolera el piropo y, sin embargo, sí el disfrute humano, por ejemplo, ante la muerte de un torero?
–Es una degradación. Un estado de degradación de los valores. No es que los valores se hayan cambiado, sí las costumbres. Si ahora pasa una señora de mi pueblo y yo le hago el clásico silbido... pues puedo entender que sea una cosa pasada de moda, hasta cierto punto, ¡pero no delictiva! (risas). Cuando se ha llegado a este extremo se ha perdido el núcleo esencial de las cosas. Se ha perdido la lógica, la sensatez... Seguramente impulsado todo ello con cierta mala fe. No creo que esto tenga lo que llamaríamos «un buen rollo» detrás. Es un nuevo impulso inquisitorial, que es parte del ser humano y que en cada época encuentra sus formas. Y ahora este mundo de inquisidores, represivo, se ha colocado la máscara de la progresía, de la modernidad, y va colocando tabúes uno detrás de otro. ¡Pero como nunca!
–El joven pupilo acaba agradeciendo la «doma» a la que usted le somete desde el principio del libro, y lo dice así, pronunciando el término, del mismo modo que el maestro acaba refiriéndose a él como «colega», produciéndose una comunión entre maestro y pupilo que al principio parecía imposible. No sé si esto forma parte de una ficción o de un ideal. ¿Cree que es posible?
–Es una realidad que yo he vivido. Tenga en cuenta que yo he trabajado con cientos de actores, pero con treinta o cuarenta de estos de forma muy estrecha, muy constante durante muchos años. Como he dicho antes, estos son fragmentos de una realidad. Yo he cogido gente sin experiencia teatral y con ideas totalmente equivocadas sobre este oficio, a los que he ido «domando», poco a poco, ¡del mismo modo que a mis hijos! (risas). Llamémosle educación, para ser más correctos, pero es una doma, incluso creo que a los niños actuales les falta doma. Más que educación, doma, sobre todo (risas). Con estos actores que le digo hemos sido colegas, casi hermanos. Como es el caso de Ramón Fontseré, un gran actor con el que tengo una fraternidad de padre a hijo. Insisto en que este es un libro optimista. Lo único pesimista es la última frase en la que le doy las gracias por haberme escuchado, porque a muy poca gente le gusta escuchar estas cosas hoy por hoy.

Yo tenía un público progre en mis inicios que se fue cuando me cansé de reírme de los de fuera y empecé a reírme de los de dentro

–Usted ha estado en el exilio. Incluso en la cárcel. Después de nuevo en el exilio de Cataluña. ¿Cómo se explica haber pasado una vida un poco de «apátrida» para terminar siendo el presidente de un «República Coronada» como Tabarnia?
–Es ese lado absurdo de la vida, pero al mismo tiempo es una realidad que se ha repetido muchísimas veces. Si tengo que hacer referencia a grandes maestros del pasado, imaginemos la cantidad de grandes artistas que murieron en el exilio. El propio Leonardo se marchó de Florencia, fue a Milán y al final acabó en el castillo de Francisco I, el rey de Francia, por eso estaba la Gioconda en Francia. Yo creo que el artista busca entenderse con la mayor parte de gente posible, no con la menor, que es lo que busca el arte contemporáneo, que busca siempre las minorías. Uno se encuentra con ciertos fracasos en la vida. El primero de la mía es que en la comunidad donde yo nací se inició un camino de degradación. Seguramente un camino que le llevará no solo a la ruina económica sino moral, como se está viendo, y con esa sensación de enfrentamiento. Este público ha desaparecido de mi vida. He tenido que buscarme otro. Apátrida no soy porque me gusta mucho España. Guardo muchas emociones con las cosas españolas, más que las francesas, a pesar de que fui educado en Francia. No soy apátrida en este sentido, pero sí considero que he tenido fracasos con el propio público. Yo tenía un público progre en mis inicios que se fue cuando me cansé de reírme de los de fuera y empecé a reírme de los de dentro. Eso no les gustó. Los progres no tienen el sentido de la libertad tan agudizado como dicen tener y entonces me abandonaron. Pero entra dentro de la historia clásica de los artistas y su entorno. Yo me lo he pasado muy bien escribiendo este libro. Digamos que la práctica de la libertad da mucho placer.
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