Rodrigo Cortés, en la presentación de su nuevo libro, Verbolario, en Cooltural Plans
Rodrigo Cortés, el hombre de las mil virtudes: «El lenguaje se inventó para ocultar cosas, no para desvelarlas»
Director de cine, productor y guionista, pero también escritor y afamado podcaster, el genio gallego vive enamorado de las palabras y, retorciéndolas y jugando con ellas entre la pluma y la cámara, ofrece ahora su desnudez en el magnífico Verbolario
Tiene el gesto pausado, la sonrisa rápida y el colmillo afilado, pero también exuda bonhomía e inteligencia. Rodrigo Cortés (Orense, 1973) quiso ser pintor, escritor y músico; hoy lo hace todo a la vez al dedicarse al cine. Como cineasta, ha recibido numerosos premios internacionales y ha trabajado con intérpretes como Robert de Niro, Uma Thurman, Ryan Reynolds o Sigourney Weaver. Como escritor, con Los años extraordinarios (su segunda novela) consiguió un éxito extraordinario de crítica y lectores.
Pero no sólo sobresale en el cine (su película Buried hizo historia en 2010, y por ella le compararon con Hitchcock) y en la la literatura, sino que también se ha convertido en un referente al hablar precisamente de sus grandes pasiones en dos de los podcasts en español más escuchados: Aquí hay dragones y Todopoderosos junto a Javier Cansado, Arturo González Campos y Juan Gómez Jurado. Ahora publica Verbolario, un tesoro de vademécum ingenioso e hilarante: un mapa de las palabras en el que reinventa el lenguaje y hace confesar a cada voz su auténtico propósito. Verbolario no define las palabras: las desnuda.
Verbolario (Literatura Random House), el nuevo libro de Rodrigo Cortés
Para hablar de todo ello acude el gallego (que cuenta entre risas que es en realidad salmantino, pero que su madre se empeñó en cruzar las montañas para dar a luz porque su hijo tenía que nacer en Galicia por fuerza) a una nueva edición de Cooltural Plans, las reuniones culturales que integran cultura, vida social y gastronomía en planes de cine, arte, fotografía, música, política y literatura. Y entre tantas capacidades y virtudes, uno se pregunta qué no es Rodrigo Cortés: «Lo que hago mal lo hago en privado; lo que se me da bien, en público», confiesa divertido.
«Hay una definición en Verbolario, la de 'renacentista', que dice que es quien sabe hacer algo medio bien. Una cosa es hacer algo medio bien y otra es ser un inquietito, como soy yo. Parece que sabes hacer un sinfín de cosas, y eso vale para personalidades como Leonardo Da Vinci o para los grandes geómetras que eran pintores y construían naves voladoras; lo demás, es ser un inquietito», despeja con soltura y con verdadera modestia.
A los 16 años años realizó su primer cortometraje, El descomedido y espantoso caso del victimario de Salamanca, en formato súper 8, al que posteriormente seguiría Siete escenas de la vida de un insecto, rodado en blanco y negro y basado en el libro La metamorfosis de Franz Kafka. Por eso uno se pregunta qué habría en su biblioteca, en su filmoteca y en su imaginario adolescente: «Casi cualquier cosa. Mis lecturas son desordenadas, y lo eran también en la niñez. Por fortuna mi casa estaba empapelada y forrada de libros», explica, a la vez que aclara que también le gustan «como decoración».
Sobre su mesilla convivían Fray Perico y su borrico con Viven, Kafka con Stephen King y Yeats y todos ellos con una curiosidad inaudita. «Robaba lecturas a mis padres en función de cuán atractivas me resultasen, pero muchas eran inconvenientes. Escuché cosas picantonas sobre Trópico de cáncer, de Henry Miller, pero luego cuando lo leí no fue para tanto».
Una «apuesta total» por el lenguaje
Aunque cronológicamente fue antes escritor, porque por razones naturales tuvo antes acceso a una libreta que a una cámara, Rodrigo Cortés no sabría separar su faceta de escritor de la de cineasta. «No puedo separar cámara y pluma. Son dos labores que afronto sin confundirlas: apuesto totalmente por el lenguaje, y los lenguaje literario y cinematográficos son muy distintos», señala, antes de enumerar a sus dos ídolos de infancia: Spielberg y John Ford, porque decirle le hacía «quedar bien en los recreos».
Esta separación de ambos lenguajes es clave, según Cortés: «A veces un guionista aborda una novela como un guion encuadernado: hay una vocación narrativa que sigue lógicas cinematográficas. Pero la literatura es algo distinto», destaca quien es un maestro en ambas facetas. «En el cine el personaje se define en gran medida por la acción, a través de su toma de decisiones: lo conoces por lo que hace, no por lo que opina o reflexiona. Sin embargo, la literatura es el terreno de la mirada, donde el personaje se piensa, se reflexiona, y lo importante de la trama es cómo le afecta lo que sucede. Yo me sumerjo en cada lenguaje de forma decidida, teniendo en cuenta sus respectivas capacidades resonantes».
En su búsqueda intensa del alma de las palabras, Rodrigo Cortés ya había escrito varios pequeños libros que condensaban greguerías y aforismos (aunque no le gusta esta palabra, porque huye de gravedades y solemnidades), A las 3 son las 2, Dormir es de patos y Sí importa el modo en que un hombre se hunde. «Ya había empezado ese juego de comprensión de la palabra. Verbolario es la consecución de esa búsqueda». Cortés es irónico, divertido y sagaz, y cree que «el lenguaje se inventó para ocultar cosas, no para desvelarlas», aunque «a través de la ocultación se desvela siempre una mirada».
Rodrigo Cortés leyendo algunas definiciones de su Verbolario en el encuentro de Cooltural Plans
«El instinto cómico consiste en recibir una pelota y en tener la intuición de devolverla. No me cae un rayo en la cabeza cuando pienso en las definiciones, pero sí hay destellos geniales, y hay que permanecer despierto y entrenado», revela sobre su método de trabajo a la hora de escribir Verbolario, al que le dedica muchas horas y según el que tiene siempre un remanente de setenta definiciones, «en su estadio definitivo o buscando todavía su música»: «Eso permite que la calidad se mantenga uniforme, que no haya ni valles ni picos de inspiración».
El cineasta cree que con las palabras pasa como con los juguetes de Toy Story, que «hacen cosas cuando no miramos», y que por eso el lenguaje sirve más para ocultar que para desvelar las cosas. «La ironía consiste en definir algo con su opuesto. Cuando no tratas de definir las palabras sino de desnudarlas, y no en términos líricos, sino que tratas de arrancarles una confesión, entonces desvelan su significado secreto y oculto, que en la mayoría de los casos es el opuesto al que creíamos».
Después de las palabras, el humor es el otro gran amor de su vida, «salvo cuando rodé Buried», bromea. «Kafka tiene humor, pero no gracia; yo disfruto poniendo de la crueldad de poner en aprietos a mis personajes, como sucede en After hours o en El Apartamento. El humor consiste en tratar de evitar la gravedad y la solemnidad», algo que parece preocupar al orensano. Un humor que enlaza con el surrealismo, y con la reiterada mención a José Luis Cuerda. «En Los años extraordinarios se aprecia una tradición, consciente e inconsciente, que enlaza con Cervantes y Quevedo y que recuperan las vanguardias. El surrealismo es importante para mí y de hecho las memorias de Buñuel, El último suspiro, es uno de los libros de mi vida; una obra literaria con profundidad precisamente porque no la busca». Esa forma de abordar el mundo desde lo irracional, que no instintivo, le permite a Cortés ahondar en el lugar del que nace la palabra, y moldearla desde ahí: «Es el modo que el creador tiene de opinar. El estilo nace de aquí: no de lo que un creador cree que sabe, sino de lo que sabe, de su conocimiento significativo y profundo de las cosas a través de su experiencia».
Su primer contrato: 100.000 pesetas
La industria del cine es su empeño, y también su medio fundamental de vida, aunque Cortés no encuentra grandes diferencias entre trabajar en Hollywood y hacerlo en España. «A la hora de narrar, hay actores con los que es más fácil: es como ser guitarrista y poder tocar una guitarra mejor», compara, mientras afirma que los objetivos son los mismos y son universales. «En Estados Unidos hay un gran concepto de la profesionalización en el cine, porque hay gente muy buena. De España destaco el extra de pasión, y también algo especial e interesante: en España se improvisa muy bien, se resuelven los problemas rápido y hay una gran capacidad de acción».
De pequeño no pensaba en ser director de cine como tampoco pensaba en ser astronauta: «No lo piensas porque no hay un camino. Pero en el instituto me dijeron que sabía mucho de cine, y que debería ser director. Dos años después me pregunté cómo se haría eso, y ahora me di cuenta de que entonces ya había cruzado la línea imaginaria, así que ya podía empezar a desdibujarla», relata. Cuando fue con su amigo Óscar a ver Un pez llamado Wanda le dijo que le robara la cámara de súper 8 a su tío, y con ella empezaron a trastear, a investigar sobre planos y puntos de vista. Porque las cosas se aprenden haciéndolas. «Mi madre me hizo un contrato de broma de 100.000 pesetas, me puse una corbata y me hicieron fotos. Desde pequeño, el cine para mí ha sido una cuestión de equipo siempre, desde que empecé hasta que llegué a Sundance».
Alterna el rodaje con la escritura, pero se vuelca en cada cosa que vive. «No estoy siempre con nada, no soy siempre nada. Soy cosas a ratos», se ríe de nuevo, antes de calificar un rodaje como «un combate constante»: «Es como pintar un cuadro en medio de un incendio, como escribir un poema subido a una montaña rusa. Luchas contra el tiempo y, sobre todo, contra el presupuesto. Si escribes algo y no funciona bien, lo borras, pero en el cine es mucho más complicado, y eso es lo bonito también: que cada cosa que sucede es única».
Fotograma de El amor en su lugar, de Rodrigo Cortés
Frente al concepto de la cultura como consuelo, Cortés se rebela, como hizo cuando rodó El amor en su lugar, en la que se muestra el arte como necesidad vital a través de una compañía teatral que surgió en el gueto de Varsovia. «La cultura no es importante porque sea un consuelo. La cultura es una necesidad. Los creadores crean porque no pueden vivir sin hacerlo, es una inevitabilidad. Es algo generoso y algo terrible. Y eso es más poderoso e interesante narrativamente, porque si no, te conviertes en alguien condescendiente y paternalista, y lo rodeas todo de recursos melodramáticos que buscan inflamar las cosas sentimentalmente».
También tiene una opinión muy formada sobre la abundancia de «contenidos audiovisuales», una expresión que detesta. «Estoy harto de las series. Son el libro del que no lee. Y hay series estupendas, bien escritas y realizadas, pero cuyo planteamiento es literario. Y aunque no me atrevo a repetir carnés, el cine puro de los grandes maestros es una apuesta por el lenguaje, mientras que en las series importa la historia, el tono visual...». Aún así, Cortés se engancha a ellas mientras cena, pero sigue acudiendo a las salas de cine dos o tres veces por semana: «Es una capilla, el lugar donde se apaga el mundo, te introduces en otro universo y, después, eres expulsado de nuevo a la luz, como un nuevo alumbramiento». Esperemos que esas capillas oscuras donde se desvelan y se invocan grandes verdades sigan alumbrándonos muchos años, y que sea Rodrigo Cortés una de las matronas que nos siga guiando en esa transición.