El turismo descontrolado está destruyendo las pequeñas y grandes ciudades del mundo. Verona es una de ellas. La «escena de nuestro cuento», como escribió Shakespeare, de la trágica e inmortal historia de amor de Romeo y Julieta, se corresponde con la casa de ella, uno de los lugares turísticos principales de la ciudad a medio camino entre la fantasía y la realidad.
Es cierto que existieron las dos familias, no se sabe si enfrentadas, los Montesco y los Capuleto. En realidad eran los Cappelletti o los Dal Capello, tal y como se supone que reza el escudo de armas situado en el arco de entrada a la Casa de Julieta, que con el paso del tiempo fue hospicio y posada hasta que fue convertida en museo a principios del XX. Más adelante se le añadió a la fachada el balcón evocador donde supuestamente se asomaba la protagonista en la tragedia romántica.
Una estatua representa a la adolescente enamorada en el patio de la casa a tamaño natural y sobre un pedestal, lo suficientemente poco elevada como que para el visitante sienta la tentación de fotografiarse tocando el pecho de la imagen. Tradicionalmente millones de turistas han repetido la acción durante décadas en las que el seño de bronce ha ido decolorándose hasta volverse amarillo o dorado.
Las autoridades decidieron en 2014 sustituir la estatua original de 1969, obra de Nereo Costantini, por una copia con el fin de proteger a aquella del deterioro. La tradición ha continuado con la réplica, quien no solo ha perdido el color de su busto, sino que ya sufre una pequeña erosión producida según los expertos por la acidez del sudor de las manos «ligeras».
Resulta casi extraño (aunque se estén dando ideas) que ninguna feminista del XXI haya levantado la voz denunciando el abuso figurativo a la representación de semejante icono femenino, pero la realidad es un hecho curioso e incontrovertible en este mundo nuevo que se está creando. Según los nuevos cánones esta tradición de tocamiento, como tantas otras tradiciones, debería ser prohibida por muchas razones, entre ellas la de maltrato.
El turismo de masas se ha convertido en este caso en un turismo maltratador de la mujer no solamente por el efecto de la masificación, sino de la intención, formalmente sicalíptica, o esencialmente machista, por inocente y común que resulte en su mecánica realización. Y no solo el tacto constante produce el abuso metafórico, sino el daño físico en el agujero producido en el pecho de la Capuleto.
Además, no existe consentimiento de la pobre Julieta. La nueva redacción del Código Penal español prevé penas de 1 a cuatro años de prisión para el tocante, con el agravante dispuesto de realizarse por dos o más personas. Naturalmente se está hablando de una imagen que nada tiene que ver con un ser real, y además está inspirado en uno literario. Pero peores cosas y más absurdas se han visto y se están viendo en una sociedad vigilada por un «feminismo» radical al que se le ha escapado este delirante concepto del «globalismo maltratador», perfectamente asimilable desde este momento en cualquier manual de la Agenda 2030.
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